“… Nos queda la tarea de crear un relato actualizado para el mundo. De la misma manera que los grandes cambios generados por la revolución industrial dieron origen a las nuevas ideologías del siglo XX, es probable que las revoluciones venideras en biotecnología y tecnología de la información requieran perspectivas nuevas. Por tanto, las próximas décadas podrían estar caracterizadas por grandes búsquedas espirituales y por la formulación de nuevos modelos sociales y políticos”. (Yuval Noah Harari).
Nos encontramos frente a un mundo de extraordinaria expectación, cambios abruptos en nuestra cotidianidad que de tanto peso lo han denominado covidianidad. Un desafío a nuestra existencia, que no es más que las expectativas de nuestra vida. Más que mirar lo pesaroso de un cambio de vida, de relaciones sociales, de incertidumbre y al mismo tiempo de disrupción, que algunos categorizan de desastre, de pánico, en la visión de Schumpeter, habría que ver “la destrucción creativa” que hemos de responder frente a la perplejidad.
Frente a este profundo dilema la decantación es sobrevivir para acusar un nuevo relato de la vida, porque como nos dice Simón Mair en su artículo Como será el mundo después del Coronavirus, el mundo será diferente, empero, crea cuatro futuros posibles:
- Un descenso a la barbarie.
- Un capitalismo de estado robusto.
- Un socialismo de estado radical.
- Una transformación en una gran sociedad basada en la ayuda mutua.
Señala Mair que el “Coronavirus, como el Cambio Climático, es en parte un problema de nuestra estructura económica. Ambos parecen ser problemas “ambientales” o “naturales”, están impulsados socialmente”.
El futuro, ahora mismo, comienza con una vastedad que no sabemos cuál será el curso de la historia. Sin embargo, los desafíos en la construcción y reconstrucción de nuevos relatos quedarán signados con un eclecticismo, donde la vida humana cobre más cuerpo, más sentido. El aguijón de Henry Kissinger, desde su mirada de la batalla de las Ardenas, no podría ser igual. En su escrito del 3 de abril de 2020 expresa “Las naciones son coherentes y florecen cuando prevalece la creencia de que sus instituciones pueden prever calamidades, detener su impacto y restaurar la estabilidad”.
En medio de la emergencia no nos cabe la menor duda que se rediseñarán nuevas formas de organización social, donde Estado –sociedad y mercado se ahondarán en nuevas formas de interrelación, teniendo como abordaje nuevas prioridades en el sujeto y sus competencias, en las reales necesidades de la sociedad, en la asunción de los protagonistas de la sociedad, no solo por su integración sino por su articulación en el eje de la vida y de su desarrollo.
Es así como el mundo despierta al darse cuenta de la importancia de un médico, de una enfermera, de un profesor. La sociedad del espectáculo se agrieta y en medio de la sociedad del riesgo, la vida liquida, se desdibujará en una nueva reconfiguración donde la solidaridad, la cooperación, truncarán al mercado como el dios y religión del capitalismo. Los héroes cambiarán y una nueva fisonomía social se apoderará. G-20, G-7, G-2; generarán una nueva forma de relacionamiento en la búsqueda de nuevos equilibrios del poder. En esa perspectiva, en esa visión, la recomposición del poder no puede darse sobre el relato liberal per se, como instrumento de dominación mundial. Nuevas reglas y nuevos mecanismos reflotarán en un espacio más incluyente y más universal.
Aquí no nos levantamos de la pésima tautología. Es como si los actores políticos tomaron el libreto de los años 60, sin las vestiduras de las competencias del liderazgo de ayer y de su acrisolada entrega a la sociedad toda. Los actores políticos nuestros juegan a la Necropolítica de manera permanente sin importar la coyuntura y las circunstancias. Pugnan a la muerte de los sectores más excluidos.
Solamente tenemos que mirar como una sociedad que creció del 2013 al 2019 a una tasa promedio de 6.1% del PIB, se endeudaba como si la sociedad estaba en crisis a una tasa de 12.6%, anual. Del 39% de deuda en el 2012, consolidada, pasamos a 53.7% del PIB en solo 7 años. Una enorme burbuja que no supo aprovechar las remesas, el turismo, las exportaciones de oro, el crecimiento de las zonas francas y un petróleo a US$50 dólares el barril y ninguna crisis internacional.
Operaron como si estuviéramos en crisis en medio del crecimiento. Matando sin nacer a las próximas dos generaciones, por las exclusiones y marginación social que traerá consigo esa irresponsabilidad política-social. La Necropolítica es el diseño de como los actores políticos deciden, en su estructura de dominación, como han de vivir los más aristocratizados, las castas sociales burocratizadas y como han de morir los más pobres y vulnerables.
Archille Mbembe, creador del libro Necropolítica, parafraseándolo, nos quiere decir que ésta es una lógica perversa que impone la violencia, el dolor y la muerte como instrumentos de dominación en los distintos espacios intersticiales. La Necropolítica tiene que ver en gran medida con el valor de cambio y el valor de uso de la vida, en una sociedad que sobredimensiona “la mano invisible del mercado”, y en nuestro caso “la mano invisible de la corrupción” al mismo tiempo, destruyendo la vida humana en el cuerpo social dominicano.
¡721,000 empleos formales suspendidos!
¡68,000 empresas se acogen al Código laboral, 413,000 aplican al Programa Fase; con un máximo de subsidios de RD$8,500 y un mínimo de RD$5,000!
¡6,000 pruebas aplicadas en un mes y 7 días, cuando otros países hacen la misma cantidad en un día. La tasa de recuperación (sanados): 1.8%; en España es de 30%, en el mundo: 21% y en Chile: 14%.
Nos encontramos frente a un pesaroso laberinto social donde la Necropolítica nos abate con su avaricia y codicia demencial y donde tenemos que poner un eco de la ausencia, donde el fardo peso de la misma no nos siga nublando un futuro mejor.