Con la llegada y prolongación de la pandemia de la COVID-19, los nuestros vuelven a ser tiempos de miedos. Nadie se escapa. Todos somos sus víctimas. Pero los más golpeados son aquellos que viven asilados y en la pobreza. Los que han perdido familiares y su medio de subsistencia.  ¡Que muchos son!

Golpean con igual gravedad a los infectados. A los convalecientes. A los desinformados. A los sin techo. Hasta los estudiantes que faltan a la escuela y que regresarán a ella llenos de incertidumbres. También al personal de salud que está al frente de los servicios sanitarios exponiendo su vida con reverente solidaridad y filantropía.

Las autoridades han respondido. Pero además de garantizar vacunas y atención médica también se hace necesario prestar atención al miedo de la gente. La gente necesita garantías de protección. No se tranquiliza con  el simple lanzamiento de “bengalas”.

El miedo es más temible cuando es difuso, disperso, poco claro, cuando la amenaza está en todas partes como ahora. El miedo ignorado o mal afrontado puede convertirse en otra pandemia.

Sobre el miedo –dirá Bauman– “es el nombre que le damos a nuestra incertidumbre: a nuestra ignorancia con respecto a la amenaza y a lo que hay que hacer –a lo que se puede y no puede hacerse– para detenerla en seco, o para combatirla, si pararla es algo que está más allá de nuestro alcance”. La gente no puede detenerlo en solitario.

El miedo que genera la pandemia tiene mucho parecido con lo sucedido en el hundimiento del Titanic, un transatlántico británico, que se hundió al chocar con un  iceberg en la madrugada del 15 de abril de 1912 y en el que murieron 1,496 personas de las 2,208 que iban a bordo. ¡Y que no contaba con  suficientes botes salvavidas!

Es el mismo Bauman en su libro “Miedo Líquido” quien, utilizando la metáfora del barco hundido, describe el “complejo Titanic” o el “síndrome Titanic” «como el miedo a un colapso o a una catástrofe que se lanza sobre todos nosotros y nos golpea ciega e indiscriminadamente, al azar, y que encuentra a todo el mundo desprevenido y sin defensas».

Utilizando también la misma metáfora del Titanic, el autor Jacques Atalli, con cierto sentido profético, advertía sobre la vulnerabilidad de la sociedad frente a las catástrofes  y  las culpas que las multiplican.

El autor dirá: “Titanic somos nosotros, es nuestra triunfalista, autocomplaciente, ciega e hipócrita sociedad, despiadada con sus pobres; una sociedad en la que todo está ya perdido salvo el medio mismo de predicción […] Todos suponemos que, oculto en algún recoveco del difuso futuro, nos aguarda un iceberg contra el cual colisionaremos y que hará que nos hundamos al son de un espectacular acompañamiento musical” […]

Nosotros. El país. Somos el Titanic. Un navío vulnerable. Cargado de viajeros asustados que requieren de suficientes “botes salvavidas”. Para evitar su colapso urge  realizar las transformaciones de las estructuras sociales, económicas y sanitarias sin que nadie se quedé atrás abandonado.

En esta agobiante travesía, tanto el Gobierno central como los gobiernos locales, en tanto conductores de la nave por mandato popular, deben proporcionar respuestas oportunas, visibles, efectivas y pertinentes, contando con la participación y el compromiso de la ciudadanía y del mayor número de sectores. Su responsabilidad no  desaparece, aún en los estados excepcionales.

Lo que se haga o se deje de hacer frente  al miedo que puede generar el  hundimiento del “navío”   pone a prueba la calidad de nuestra democracia, siendo que la democracia se alimenta del capital de confianza de las personas en el futuro y de su propia capacidad de acción.

Nosotros. El país. Somos el Titanic. Amanezado por la pandemia y otros laberintos pavorosos heredados, que pide a gritos “faros y capitanes responsables, capaces y comprometidos” para asegurar la vida. ¡No hay opción a la negación de esta petición!

Más allá del miedo convirtamos a la esperanza firmada y atestiguada en el corazón del futuro colectivo de los dominicanos. El reto nos involucra a todos ¡Los orígenes de nuestra vulnerabilidad son de índole política y ética!