Los misterios insondables de la vida nos sorprenden cuando menos lo estamos esperando.  Así nos sorprendió la  noticia de la partida de este mundo de quien  mejor encarnaba la voz de este pueblo indefenso, ignorado y, en gran medida ignorante.

Y es que Harold Priego a través de sus personajes  retrataba fielmente el acontecer dominicano y auscultaba como nadie el sentir de este pueblo.

Por eso sus caricaturas, particularmente Diógenes y Boquechivo, se convirtieron en un editorial en el que se hacían denuncias valientes pero llenas de gracia, con escasas palabras y geniales dibujos.  Nadie mejor que él retrató a los malos funcionarios corruptos, arrogantes y serviles de las últimas administraciones a través de Tulio Turpén; al ciudadano común, sin títulos académicos ni recursos económicos pero dotado de gran sabiduría, como Diógenes;  al dominicano iletrado e inocente, aunque no tonto, como Boquechivo; o la trágica caracterización  de las jóvenes cuyo único objetivo es lograr el ascenso social y el progreso económico, conquistando un hombre rico que las ayude  a salir de la pobreza, sin importar el precio a pagar.

Precisamente cuando iniciamos la celebración del bicentenario del padre de la patria Juan Pablo Duarte no solo nos encontramos lejos de haber cumplido sus ideales, sino que nos estamos quedando huérfanos de voces que los defiendan.  Contrario a lo que él proclamó nuestros dirigentes no han trabajado por y para la patria, sino que por el contrario lo han hecho para su propio beneficio.

El 26 de enero de 2013 fue el escenario para una tragicomedia que nos mostró que a 169 años de nuestra independencia las ambiciones políticas desmedidas, las rencillas personales, el oportunismo, el egoísmo, la corrupción y la falta de verdadera vocación de servicio, siguen siendo los grandes enemigos de la patria.  Mientras el principal partido del país, cuyo mayor verdugo ha sido precisamente su mayor virtud – su espíritu democrático-, se deshace internamente en el momento  que más la sociedad lo necesita; el partido oficial actúa como la casa que nunca pierde y se ríe, apostando a tener cada vez un poder más absoluto.

Las expulsiones en nuestros partidos  han sido siempre producto de rivalidades y resentimientos   personales y nunca verdaderas  purgas.  Mientras el PRD continúa apostando a este viejo método, el PLD hace tiempo que entendió que la mejor manera de permanecer en el poder es comprando alianzas y adhesiones, repartiendo “la ración del boa” entre los suyos, aunque  su dirección siga siendo la misma nomenclatura cerrada, aunque ahora con  mucho poder económico.

El pernicioso caudillismo que aborreció Duarte y que lo hizo terminar sus días en el exilio, pobre y  olvidado, penosamente todavía sigue dirigiéndonos como marionetas en el teatro de la política dominicana.

Justo cuando más huérfanos estamos en esta sociedad con un partido sin contrapesos que controla todos los poderes y que no tiene límites para alcanzar sus fines; se nos apagó la vida de Harold Priego y no sabemos si “sus muñecos” podrán seguir diciendo lo que sólo él podía.