“Lo que ha revelado esta pandemia es que la salud pública gratuita, nuestro estado de bienestar, no son costos o cargas, sino bienes preciosos… y que este tipo de bienes y servicios tiene que estar fuera de las leyes del mercado”. Emmanuel Macron
Nos creíamos invencibles, habíamos llegado a la Luna, habíamos conocido Apple, Google, Facebook, los Smart Phones, los trasplantes de órganos, los infinitos aportes de la ciencia a la salud, la caída del Muro de Berlín y la globalización. El mundo, para algunos, se había transformado en una aldea global tan achicada que hay listas de espera para los viajes de turismo en el espacio a pesar de sus precios astronómicos.
¿Será posible que esta maquinaria global de repente se esté quebrando por unos supuestos murciélagos que comieron serpientes o viceversa, al punto de desestabilizar la base de la economía mundial, poner en tela de juicio los sistemas políticos que apenas estremecen el calentamiento global y el crecimiento de las desigualdades y cambiar quizás la geopolítica mundial?
Como en las películas de ciencia ficción vemos, incrédulos, cerrarse ciudades, regiones, países (con diferentes suertes según los métodos implementados), paralizarse los vuelos aéreos, los aeropuertos y crecer una histeria colectiva de una manera pocas veces vista anteriormente.
Claro está que es la primera pandemia que se vive en “Live”, sin ningún filtro a través de las redes sociales, fomentando el pánico por el uso inadecuado de las informaciones con todos los riegos que ello conlleva.
Vemos los sistemas de salud de los países desarrollados acercarse al colapso y el desvelo del personal de salud de esos mismos países provocando aplausos generalizados, como fue el caso del pueblo español reconociendo a su personal sanitario.
La amenaza masiva a la salud colectiva y su dimensión desconocida atiza miedos excesivos. Muchos se preguntan si se ha dicho toda la verdad y cómo se puede paralizar países enteros a un ritmo vertiginoso ante una forma de gripe.
Las medidas de contención son un duro golpe al individualismo porque se anteponen a la voluntad particular, al libre albedrio, y reclaman obediencia a las instrucciones emanadas del personal de salud o político.
Los regímenes más autoritarios y los pueblos de cultura oriental han logrado contener la propagación del coronavirus con medidas drásticas: ahora China aporta su expertice a Italia. Los Estados Unidos, vendidos como modelo de democracia mundial, parecen atrapados entre un sistema de salud ineficiente y el populismo derechista de su gobierno.
Las pandemias provocan todo tipo de cuestionamientos y de reacciones contradictorias. Hay quienes piensan en sacarles provecho económico o político. Causan igualmente reacciones aislacionistas, xenófobas o apocalípticas. Por otro lado, generan situaciones que apelan a la solidaridad, a la corresponsabilidad, a la reflexión ciudadana y al bien colectivo.
Algunos de nuestros conciudadanos apuestan a que el calor tropical hará desvanecer el virus, pero es difícil apostar a lo desconocido.
¿Qué será de nosotros, con las deficiencias de nuestro sistema de salud, la poca fe en un gobierno en picada, las decisiones contradictorias, la escasa educacion y conciencia ciudadana de un inmenso segmento de la población?
¿Qué pasará en nuestra media isla con un combate que requiere todas las energías de nuestras autoridades y de la ciudadanía en medio de una campaña electoral?
¿Cómo se barajarán los intereses de los diferentes sectores, en particular el del turístico, tan importante para nuestra economía?
¿Cómo sobrevivirán las pequeñas empresas? En España, el gobierno aumentó el plazo para poder tributar para las pequeñas empresas afectadas por la crisis y les va a inyectar dinero para evitar el cierre de muchas de ellas.
¿Cómo manejaremos nuestros choferes de concho, chiriperos, vendedores ambulantes de toda índole, obligados a salir a la calle para buscar el peso?
¿Estaremos listos para distribuir comida a los encerrados en sus viviendas en obligada cuarentena?
Todo esto lo vamos a vivir, en medio de un contexto que se caracteriza por la deficiencia de nuestros servicios básicos. Las emergencias de nuestros hospitales están desbordadas, desde ahora, por pacientes que sufren de dengue, gripe o influenza, y se ha comprobado que el trato dispensado a las personas que acuden a los centros de salud por temor de estar contagiadas con el coronavirus no es el más adecuado.
Si de educación se trata, varios países han tomado medidas para la educación a distancia que no se pueden poner en práctica en nuestro sector educativo.
¿Si se cierran las escuelas, quiénes guardarán en casa los niños y niñas beneficiarios de la tanda extendida y del almuerzo escolar cuando los miembros de las familias salen a diario para trabajar?
¿Cómo se mantendrán familias hacinadas en alojamientos de 10 metros cuadrados, sobre todo cuando no hay agua en las casas sino dos tomas por cuartería, donde apenas llega el agua?
¿Cómo protegerse del Covid-19 sin jabón, toallas limpias y todo el kit necesario para higienizar el ambiente cuando una parte de nuestra población todavía no sabe que hay que tapar los tanques de agua para evitar una enfermedad endémica como el dengue?
Frente a la angustia que se apodera paulatinamente de nosotros quisiera recordar un solo éxito de nuestros sucesivos gobiernos en materia de gestión de desastres y epidemias.
Vuelvo a pensar al final de estas líneas, que el manejo de esta crisis tiene que ver con el concepto de estado de bienestar al que hace referencia el presidente francés Macron en su discurso citado al inicio y a la justicia social.