Siempre les digo a mis pacientes que el poder que les da hacer un proceso terapéutico es la posibilidad de reeditar su historia para construir la persona que pueden y quieren ser.
Mamá, papá o los adultos a cargo, construyen en los primeros años el mundo emocional que guía la manera en que luego las personas se vinculan. Las experiencias de apego, el tipo de cuidado, experiencias de maltrato, van dirigiendo incluso a nivel cerebral la manera en que más adelante entramos y salimos de relaciones, nos apegamos a ellas o nos hacemos dependientes. El psiquiatra norteamericano Bruce Perry plantea en este sentido que “Los sistemas neuronales responsables de la mediación de las funciones cognitiva, emocional, social y fisiológica se desarrollan en la niñez y, por tanto, las experiencias tienen una función fundamental en la formación de la capacidad funcional de estos sistemas. Cuando las experiencias necesarias no se proporcionan en el momento óptimo, estos sistemas neuronales no se desarrollan de forma óptima.” (Perry 2002). La buena noticia es que por la plasticidad del cerebro humano y las destrezas de resiliencia, estos procesos se pueden revertir, por supuesto con un proceso y trabajo adecuado para cada circunstancia.
De acuerdo a como se hayan desarrollado estas relaciones primarias, más adelante en la vida se podrían vivenciar a mamá y papá o muy idealizados, sobre todo si ya han muerto o si lucharon mucho para sacar adelante a la familia o por el contrario, muy negativos por experiencias de abandono o poca cercanía en el vínculo.
Ambas alejadas de la verdad, pues mamá y papá siempre tienen Luces y Sombras que se deberán identificar, nombrar e integrar en un proceso de crecimiento. El poder que esto tiene es desmitificar estas figuras en la historia individual para poder elegir cuáles de esas Luces se llevan en la mochila propia y cuáles Sombras hay que trabajar y estar pendientes para evitar que dirijan la vida a nivel inconsciente y se hagan vida en la propia vida.
Estuve trabajando con una chica de 18 años en el momento en que ya se independizaba de su casa materna, los abuelos y familiares para irse fuera del país a estudiar. Una chica madura, sensible, brillante, con un vínculo especial con su madre: sentimientos de respeto y admiración por ella y a la vez vivencias de dolor en la infancia en el vínculo de ambas.
Esta chica asumió su proceso terapéutico con mucha responsabilidad y consistencia, fue mirando su historia, afrontando sus dolores y haciendo conductas concretas para trabajar las secuelas que este dolor le había dejado y que valientemente logró identificar a su edad. La última sesión, en el cierre de esta parte del proceso condicionada por su viaje, se hizo en presencia de su madre que vive fuera del país y por razones de trabajo se dio esta hermosa "coincidencia" que quisimos aprovechar.
Esta valiente chica convertida en una consciente mujer tuvo la oportunidad de decirle a su también brillante madre lo que dejaba de ella en su mochila para la vida, aquellas cosas identificadas como fortalezas que su madre le había entregado. Pero hasta ahí no era suficiente ni justo para la chica. La pregunta más difícil fue ¿Con qué de lo que mamá te ha entregado NO te quedas en tu mochila? ¿Qué No quieres del legado de mamá? Con su característica suavidad la chica lo dijo y con brillante humildad la madre lo recibió y lo aceptó.
Si las Sombras de mamá y papá no se identifican y se nombran tienen el poder de dirigir la vida en lealtad a ellos por el gran amor o dolor que de él o ella se ha recibido. Ponerles nombre delante de ellos o no y trabajarlas en terapia, permite tener la libertad de amarles, pero hacer una elección distinta en el camino propio.
De esto se trata la vida, de amar, afrontar, crecer y darse la oportunidad de reinventar, reiniciar, recomenzar con cada persona afectivamente importante para en la propia vida ser feliz.