La Navidad está de vuelta una vez más. El Niño Eterno reitera su mensaje tan antiguo como tan nuevo de la necesidad del amor frente al odio y el accionar de la maldad. El mantram siempre tiene vigencia porque la naturaleza humana, inacabada, imperfecta, refleja la necesidad permanente de redención por su condición de proyecto divino en desarrollo y posible redención.

Mientras en algunas latitudes del planeta los verdugos yihadistas masacran y asesinan a cristianos en nombre del fanatismo, ante la indiferencia de un mundo cada vez más materialista y menos religioso, el mensaje del Niño-Dios nos recuerda las virtudes fundamentales de la civilización frente a la barbarie. El valor y la importancia de la paz interna, como reflejo de lo externo, y la necesidad de que el Amor reine de hecho en cada corazón.

Es la mejor época del año para reflexionar, meditar y ver con ojos claros y cerebro tranquilo desde bien lejos del espejismo del trajín del consumo, las muertes, la bebentina, la francachela, el egoísmo y los excesos, el sentido de la vida individual y el estado de la relación de nuestro Ser con el origen mismo de la vida, con la fuente primigenia que nos hace sentir como entes vivos y nos permite la capacidad de discernir para escoger lo mejor.

¿Noche de paz? ¿Noche de Amor? ¿Noche de dembow, bachata, perreo, hip hop? ¡Vaya usted a saber! La elección es suya. La ley fundamental de causa y efecto no repara en condición social por ser una de efecto mecánico. El ser humano es una lucha interna entre la oscuridad y la luz, la virtud y el vicio, lo posible y lo imposible, el odio y el amor, la vida o la muerte. No hay opción ni término medio.

Y en esa dualidad sólo es posible el surgimiento de la chispa que inquieta por asuntos trascendentes, más allá de la vida cotidiana, que hace que los humanos que marchan a la deriva en el mar de la existencia pierdan el último aliento de sus vidas cuando apenas llegan a la orilla de la playa. La vida es implacable, suele manejarnos a sus términos y condiciones. Es el deliriums tremens de este mundo, espoleado por el ego.

La palabra religión implica religar lo que está separado. Unir lo que está distanciado. Fusionar lo de arriba con lo de abajo, sin quedarse en el medio del proceso. Es la escalera que lleva de la Tierra al Cielo y viceversa. El Cristo como niño nos recuerda cada año la esencia del mensaje a un hombre/mujer atribulados. Cristiano es ser seguidor de Cristo en todas sus manifestaciones.

Para que el Niño-Dios llegue a su objetivo, es necesario que anide, desarrolle y evolucione en condiciones propicias. Se necesita de la paz y del amor como variables fundamentales para que ello sea posible y realizable. Por ello el clásico villancico insiste en la necesidad de que la fiesta espiritual del advenimiento de Cristo transcurra en paz y en amor, bajo un cielo de estrellas fulgurantes y con la magia de los reyes. El resto, si usted quiere, déjeselo al viejo gordo y travieso, vestido de rojo y blanco, que algunos llaman Santa Cló…