Hace semanas en medio de un almuerzo con amigos y conversando sobre temas muy variados, de alguna forma, mis acompañantes y yo entre tema y tema, caímos en cuenta de un mal común que socialmente chilla y que delata una falta de educación enorme. Hay gente grande que no saluda.
Todavía en estos años, con tanto acceso gratuito al amplio conocimiento de todas las culturas; que no hay que ir, como en los tiempos de antes, a una biblioteca y sentarse frente a un enorme Atlas, resulta hasta gracioso, y lastimoso, que un adulto no tenga la cortesía de devolver un saludo.
Son de esas cosas que a mí me resultan tan difícil de asumir en paz, siendo esta actitud quizás el derecho que le asiste a cada quien hasta a ser descortés, siendo yo condescendiente y con un extra de empatía.
De pequeña fui la niña más tímida e introvertida que se pueden imaginar. Sin embargo, no recuerdo nunca que mis papás me obligaran a saludar a nadie y mucho menos a decirle tío a nadie, por fuerte que fuera el vínculo afectivo. Y aún siendo tímida e introvertida, llegó un momento al crecer, que la educación y los modales se impusieron y hasta la fecha, la descortesía no me la permito, sin excepción.
Yo entro en un ascensor y saludo; llego a un lugar y por mucha gente que haya, saludo; desde la autoridad más grande, hasta al más humilde, un saludo, un gesto de educación, con quien sea, es como un vaso de agua, que no se le niega a nadie. Yo personalmente lo asumo como una cuota de educación, de modales y maneras a la que yo no me permito fallar.
Es más, las mascarillas que se han encargado de esconder casi la mitad del rostro, han perfeccionado la sonrisa que se expresa con los ojos. La misma sonrisa que uno usa para saludar cuando por la prisa no quiere sacrificar los “buenos días”.
Contrario a esto, he visto gente grande que baja la mirada para no saludar, que se escabulle en un teléfono para lucir distraído y evitar saludar. ¿Qué tan triste es vivir así? ¿Qué carga tan pesada llevan para negarse al encanto de la cortesía? O peor ¿cómo le piden a sus hijos que sean educados y cortés si no predican con el ejemplo?
¿Se imaginan reprocharle a un niño que no salude al llegar a su salón de clases, si usted ya entrado en sus años baja la mirada para no saludar? Los hijos aprenden con el ejemplo.
Durante aquel almuerzo pasamos juicio y condena a esa gente. Hablamos de complejos, de tristeza, de amargura y hasta de inferioridad escondida en una falsa soberbia que con el tiempo y al final del día, cuando llegan a su casa, resulta insostenible. Alguien en la mesa dijo la verdad sobre aquella falta de sencillez y humildad: “esa gente no sabe lo que se pierde”.
Y cuánta razón en sus palabras.
A fin de cuentas, cada quien da de lo que abunda en su corazón. A mí que me dejen saludando a granel, sonriéndole a desconocidos y hasta siendo víctima muchísimas veces del desplante inconsciente, cada vez que saludo efusivamente a todo dar, que la gente no se da cuenta y me toca recoger mi brazo con disimulo.
Seguiré insistiendo en los modales, en alegrarle el día a un desconocido que se perfumó, se esmeró en su peinado y nadie le había dicho lo elegante que estaba, hasta que llegó donde mí.
Feliz inicio de semana para todos. Saluden.