Para el buen observador no cabe duda de que desde hace algún tiempo hay una estrategia deliberada de debilitar la sociedad civil y el sector privado.
Las administraciones peledeístas han tenido la suerte o quizás la desdicha, de gobernar sin oposición, con control de las cámaras legislativas y de todos los órganos del Estado. Se han acostumbrado por tanto a que nadie contraríe sus posiciones, por eso resienten tanto las críticas.
Paradójicamente buena parte de esa sociedad civil que ha sido tan apabullada por estas administraciones sigue adherida a viejas visiones antagónicas que focalizan la raíz de todos los males en los dueños del capital, considerando el intervencionismo estatal como la panacea.
Para nadie puede ser un secreto cuán errada es esta visión, luego de todas las experiencias vividas en el plano internacional. Bastaría con observar cómo la misma ha llevado a un país rico como Venezuela a carecer prácticamente de todos los bienes y servicios por la destrucción de la inversión privada local y extranjera, el control de las divisas y el fallido intento de controlar precios, generando mercados secundarios.
Nada más peligroso para una sociedad que los rencores y odios, muchas veces azuzados por pasiones religiosas, étnicas, culturales o simplemente manipulados con fines políticos. Cuando la sociedad se divide, no puede perseguir objetivos comunes y comienza entonces a transitarse por el camino de la absurdidad.
Naturalmente siempre tiene que haber diversidad de opiniones y respeto a las mismas, lo que no es sano es que esa divergencia erosione los denominadores comunes que deben existir a lo interno de cualquier grupo social provocando una división de la cual solo se aprovechan las autoridades de turno.
Este país ha cambiado considerablemente en las últimas cuatro décadas, muchos de esos cambios han sido impulsados por un sector privado que desarrolló un modelo de turismo que ha creado una marca país reconocida mundialmente, un importante sector de zonas francas, una industria que ha podido reinventarse y superar los avatares de la competencia internacional y emprendedores que han incursionado en todas las áreas necesarias para brindar los bienes y servicios que el país requiere.
Eso no quiere decir que sea perfecto, como toda actividad humana está plagado de defectos, pero lo lamentable es que algunos caigan en la trampa de pensar que generar riqueza es un delito, que los salarios responden a buenas intenciones y no a reglas de mercado y que subestimen la dificultad de hacer negocios y crear empleos en un país lleno de distorsiones, duplicidades, burocracia y corrupción, despreciando por ende la inversión como si no fuera mejor simplemente ser rentista.
Por eso aquellos que están irresponsablemente alimentando una división en nuestra sociedad con un sesgo anti sector privado, están jugando con candela, pues están no solo enrareciendo el ambiente con trasnochadas visiones sino también socavando la base del progreso y el desarrollo.
No caigamos en la trampa de hacerle el juego a quienes no tienen el menor empacho de provocar divisiones sin medir las consecuencias, buscando falsos culpables para distraer la atención de los verdaderos problemas, los que solo podrán ser afrontados si conjuntamente la sociedad así lo exige, dejando de lado diferencias y sumando esfuerzos.