Nuestras últimas administraciones  se han caracterizado por un manejo hábil de variables económicas lo que sumado a la ausencia de contrapesos, ha provocado que sean vistos como los “buenos manejadores” de la economía.

Sin embargo, cuando se analizan las cifras desde el año 2000 se constata que de una situación de superávit en las cuentas fiscales hasta el año 2007, incluyendo el estrepitoso año 2003 de la crisis bancaria, hemos pasado desde el año electoral 2008 a una situación de déficit fiscal que alcanzó un escandaloso nivel en el también año electoral 2012; déficit  que aunque disminuyó en el año 2013  sigue siendo inquietantemente alto, puesto que es incluso mayor que el déficit fiscal registrado para el año 2011.

A esto hay que agregar que la deuda pública ha crecido desde un 17.1% del PIB en el 2001 a 48.3% del PIB en el 2013, habiendo aumentado solo la de  PETROCARIBE  de un 17.1 % a un 25.2% de la deuda externa.

Al  mismo tiempo sabemos que se han hecho  reformas tributarias  sucesivas cuyos ingresos nunca han sido suficientes para el ritmo de gastos del gobierno y que han provocado una mayor informalización de la economía.

A pesar de este panorama,  pocos parecen preocuparse de que sigamos realizando emisiones de bonos soberanos aumentando la alta deuda pública para financiar el presupuesto, de que no tengamos claras cuáles serán las alternativas ante la muy probable pérdida de los beneficios de PETROCARIBE, de que el gasto de capital sea cada vez más insignificante versus el gasto corriente, de que casi el 44% de los ingresos fiscales tenga que ser destinado al servicio de la deuda, de que las transferencias al sector eléctrico sean cada vez más altas, entre otros muchos retos de nuestra economía.

Lo peor del caso es que hemos creado un círculo vicioso en que la supuesta solución de un problema causa otro mayor, con un efecto de bola de nieve, como es el caso del déficit cuasifiscal ocasionado por el salvamento bancario, el subsidio del sector eléctrico, el mantenimiento de la estabilidad del tipo de cambio, entre otros.

Igual sucede con los fondos de pensiones, que pocos parecen preocuparse de que estén en su totalidad invertidos en pesos dominicanos corriendo el riesgo devaluatorio y colocados casi exclusivamente en instrumentos emitidos por el Estado, llámese certificados del Banco Central o bonos del Ministerio de Hacienda; sin que nadie advierta el peligro de qué pasará cuando haya que comenzar a pagar las pensiones de nuestros trabajadores.

No nos estamos dando cuenta de que así como nos sucedió con el tema migratorio, que durante décadas preferimos voltear la cabeza mientras la inmigración aumentaba y crecía su descendencia, como si por ignorarla o no documentarla no existiera el problema; así podría sucedernos con la situación económica, que algunos solo miden a través de sus bolsillos.

Pero como bien dicen los norteamericanos no hay almuerzo gratis y tarde o temprano hay que pagar  incluso  aquello que no queremos ver.  Ojalá  tomemos conciencia antes de que el almuerzo nos salga demasiado caro.