La ciencia política como tal ha tenido poca o ninguna incidencia en la República Dominicana. Este campo del conocimiento no ha sido estudiado por la mayoría de los llamados líderes políticos del país. Como en todo, en la historia dominicana contamos con maestros de la buena política. Pero este es un saber que ha perdido su naturaleza en el contexto dominicano. Se asume como un mecanismo para instrumentalizar a la ciudadanía. La ciencia política en nuestro país se transforma en una mercancía productiva y en un recurso clientelar excepcionales. Unido a este fenómeno, se encuentra un pueblo que, aunque ha experimentado avances en el desarrollo del pensamiento crítico, todavía tiene un porcentaje alto de ingenuidad. Este problema no solo se produce en la sociedad dominicana; en otras naciones ocurre lo mismo. Por ello es necesario buscar alternativas que cambien la cultura de la mentira, de la extorsión y la creación de falsas expectativas en los ciudadanos.

Después que pasan las elecciones y los políticos logran sus objetivos reales, no asumen ningún compromiso; y, si lo asumen, es con vigilancia permanente. Todo lo que plantean en discursos, en volantes, en manifiestos y en los abultados programas de gobierno se olvida y hasta se niega. Esta situación provoca frustración y desconfianza en la ciudadanía. Ya es hora de revertir esta realidad y avanzar hacia una sociedad más madura y con la formación necesaria para ponerle fin a la mera utilización de la gente.

Las promesas de la campaña electoral que los gobiernos no toman en cuenta por compromisos con sectores de acentuado poder, constituyen un duro golpe. Se apalea el desarrollo y el fortalecimiento de la democracia. Se acumulan tensiones que dispersan las energías y la atención de los grupos a los que se les hizo la promesa. Además, se genera una crisis de credibilidad en la palabra. La fuerza moral de la palabra se pulveriza; queda como resultado una sociedad burlada. La marca del irrespeto de un liderazgo que tiene dificultad con la práctica de coherencia incrementa su impacto negativo en la motivación de las personas. El comportamiento de los diputados y senadores es alarmante. No tiene explicación ninguna que ahora actúen de espaldas a todo lo que fue tema central de su campaña electoral. El barrilito, los cañeros, los arreglos ocultos en torno a la Defensoría del pueblo y las ambigüedades en torno a los derechos de las mujeres delatan su crisis institucional.

La formación, tanto en el ámbito preuniversitario como en el de la educación superior, ha de contribuir para que la ciencia política se estudie y se aplique a profundidad. A las ciencias sociales se les han de dispensar la atención y el tiempo que necesitan en el desarrollo curricular. En la escuela dominicana y en las instituciones de educación superior se les concede un sentido trivial. Los indicadores los estamos observando en las concepciones y en el funcionamiento de la sociedad. El deterioro de una concepción y una práctica políticas responsables es cada vez más evidente. Los políticos de una vocación y desarrollo intelectual más avanzados, y los que responden a una formación y experiencia desde la educación popular, tienen que darle más carácter a su formación. Realmente, algunos tienen dificultades significativas para presentarse como representantes de sus comunidades y, mucho más, de la sociedad en general. Han de superar el interés económico desmedido y la acumulación de poder político. Han de potenciar su vocación de servidores de la nación para impulsar su desarrollo integral. No es la primera vez que las promesas se vuelven cenizas nada más. Pero hemos de trabajar para que no se siga repitiendo la instrumentalización de la sociedad dominicana y se encuentren con un pueblo que está claro y firme.