¡Tampoco en manos de los partidos políticos! Porque el país es más que sus políticos. Porque el país somos todos Porque el país es de todos, pongámoslo en manos de todos, como individuos, como comunidad, como “muchos”, como ciudad, como pueblo, para exigir e impulsar la construcción de un mejor país para todos los dominicanos y no sólo para los “afortunados” de la política, de sus amigos, socios, protegidos, familiares y seguidores.

Tampoco dejemos en manos de los políticos y los partidos la economía, la salud, la educación, la justicia, la creación de oportunidades para la mujer y la juventud, la promoción de la cultura, los derechos de los trabajadores, el endeudamiento nacional, la producción agrícola y la seguridad alimentaria, la independencia de la justicia.

Procuremos también no dejar  en sus manos la eliminación de la pobreza, la igualdad de oportunidades, el mejoramiento de los servicios básicos, la defensa de los recursos naturales del país (puestos en manos de amos nacionales y extranjeros), la defensa del medio ambiente, la transparencia y el combate efectivo a la corrupción y al enriquecimiento ilícito, sin excepción.

Con permiso de nadie, pongamos en manos de todos los dominicanos de todas las clases sociales todo aquello que  los partidos y los políticos  -por conveniencia, ignorancia o perversidad- desvirtúan, dañan, olvidan, contaminan y esconden. Hagamos nuestra la agenda política del país porque la misma no ha sido elaborada por los más capaces ni los mejor intencionados.

Hagámoslo  a sabiendas de que los ciudadanos unidos y empoderados  podrán dejar oír su voz y exigir sus derechos sin temor a ser ignorados, acallados o reprimidos. De que  podrán expresar sus demandas en voz baja y, cuando sea necesario,  en voz alta en las calles cuando los gobiernos nacional y local sean indiferentes, irresponsables o actúen con discrecionalidades y favoritismos proselitistas excluyentes. Otros países cercanos lo están haciendo y  lo están logrando. ¿Por qué nosotros no podríamos lograrlo? 

No se trata de una “percepción” manipulada. Aquí los políticos y los partidos  están alejados de los ciudadanos. El Latinobarómetro 2018 reporta que sólo el 14% tiene confianza en los partidos políticos y en los políticos. Este triste y fatal averaje refleja la real crisis de confianza que afecta a los  más de 30 partidos y movimientos políticos que hay en el país.

La situación preocupa porque la confianza representa un importante recurso social que facilita la cooperación y la armonía entre poder y sociedad. Los políticos y los partidos se han apropiado de la Política y han adquirido un poder inmenso que lo domina y lo invade todo, capaz incluso de haber pervertido la democracia y haber expulsado a los ciudadanos de la política, que ellos pretenden ejercer como un  monopolio.

La advertencia de “no dejar el país en manos de los variopintos políticos dominicanos” no constituye un llamado a la “antipolítica”, que desmerita la actividad política por considerarla una práctica de corruptos, ni de un populismo anarquizante que desconoce la representatividad democrática en nombre de un falso poder del pueblo. De lo que se trata es de provocar  una actitud “defensiva” frente al comportamiento díscolo, mercantilista y poco democrático de los partidos y políticos del país. Y llamar también a una “revolución de las conciencias”.

Pese a que la Política no es solamente  “lo que hacen y dicen los políticos” y a  que los partidos políticos son necesarios para la una democracia vigorosa, no es menos cierto es que se requiere de “buenos” partidos y buenos políticos tanto en sentido político  como  en sentido ético. Una verdadera democracia no tolera partidos ni políticos incapaces, tramposos, tránsfugas, mentirosos, comerciantes ni corruptos; al tiempo que  estimula y reconoce la práctica política honesta, decente e inclusiva.

Reconociendo que en el país existen partidos y políticos “buenos” y “malos”, constituye una irresponsabilidad mayúscula del Estado el financiamiento gracioso a ambos tipos. Constituye una verdadera burla a todos los dominicanos el hecho de invertir miles de millones de pesos en los partidos y en “primarias experimentales” con voto electrónico. Y si argumentaran que esta situación es necesaria porque la democracia cuesta y que “no cambiará nunca”, entonces los ciudadanos deberemos exigir enérgicamente el cambio de las reglas del “juego político” en nombre de la misma democracia.

No todos los políticos ni todos los partidos del país se pueden meter en el mismo saco. Pero no es suficiente una diferenciación “pasiva”, hay que demostrarla con hechos, sin secretismos ni arreglos ni “amarres” de aposento. Decir que son “iguales” es la expresión del máximo descrédito de la política y de la manifestación del desencanto y alejamiento de ciudadanos como repudio a los políticos y los gobernantes de los tres poderes del Estado, incluyendo la justicia y los organismos electorales.

La verdadera democracia no da potestad ni al gobierno ni  a las “élites” políticas, ni “comités centrales y políticos” de partidos (con más rostro de desfasado Politburó que de organización democrática) para tomar decisiones sin la participación de los ciudadanos o de las bases partidarias.

No hay razón para estar tranquilos. Al terremoto político le seguirá el “terremoto social”. La declinación de la confianza constituye una degeneración de la política. La desconfianza institucional puede, también, traducirse en una actitud de protesta, de rabia y pesimismo con incalculables e impredecibles reacciones sociales.

No debemos dejar el país en manos de los políticos ni de un gobierno alocado, derrochador e inspirado en una democracia anestesiada. Permitirlo sería condenar a los dominicanos a vivir  en una incertidumbre política y social –y también económica– sin lograr poner límites a los mercados, a los abusos de los poderosos y a la delincuencia. La política, entonces, terminará capturada por otros poderes y en primer lugar por el poder económico.

Porque el país es de todos. Porque el país somos todos. No podemos dejarlo en manos los políticos y de los poderosos. En nombre de la democracia: ¡No lo permitamos!