Por más que sientas los vientos del halago, no puedes navegar como quisieras. Por más que sople sobre ti la brisa lisonjera, tus velas tienen tremendas troneras. Por más que te autoengañes como navegante, tus anclas están atascadas en el lodo. Por más que algunos soplen con su perfumado aliento, estás enredado entre las lianas. Es que en realidad no estás en el mar, sino en un maloliente pantano en el que te hundes lentamente y sólo podría rescatarte el poderoso brazo de un pueblo del que has perdido aprecio y respeto. Eres un caso patético de ansiosa sobrevivencia. Y antes que pena, das asco.