Mientras se está instalando el gabinete de Niñez y Adolescencia y el Consejo Nacional para la Niñez y la Adolescencia (Conani) realiza un programa de festividades y actividades artísticas y teatrales para los hogares de paso en ocasión de la celebración de los 42 años de existencia de la institución otros niños, librados a sí mismos, recorren las calles en búsqueda del sustento familiar.
Como bien lo señala el periódico Listín Diario del lunes 23 de noviembre, una nueva oleada de niños “limpiavidrios” irrumpe en las calles sin mascarillas ni distanciamiento social. Posicionados en las principales esquinas de la ciudad capital, ellos son solamente la punta de un iceberg que va creciendo en los sectores más desfavorecidos de las grandes ciudades y de todo el país. Librados a todos los peligros de la calle pronto estos niños y niñas vendrán engrosar la fila de los niños y niñas de los hogares de paso.
La pandemia ha venido reforzando de manera acelerada una realidad con la cual lidian a diario las organizaciones sociales que trabajan en los barrios y campos de nuestro país.
Se observa en la actualidad el auge de nuevas formas de solidaridad que saltan a la vista. Hay casos que, de repente, se vuelven virales y conmocionan la ciudadanía e instancias del gobierno trayendo consigo soluciones micro e individuales a problemas macro.
Gracias a la solidaridad de la ciudadanía y de Altice y Jonpéame el niño Alexander de León, que pescaba cangrejos de noche para su sustento, fue beneficiado de una casa, de provisiones alimenticias y de herramientas para seguir el año escolar de manera remota.
De la misma manera, Joel Lebrón brincó al estrellato y tendrá una casa de blocks gracias a la solidaridad externada por la sociedad civil y el Estado, opacando de cierta manera las miles de situaciones similares que padecen en la actualidad niños y niñas que necesitan también respuestas urgentes de los adultos, de instituciones como Conani y demás organismos del Estado para recuperarlos desde un lugar seguro y de protección.
Por más notoriedad que alcancen estos casos particulares, en el que unos cuantos niños pasan “de la nada al todo”, debemos convenir que esta no es la vía adecuada para saldar la enorme deuda social que agobia a nuestra sociedad. En vez de soluciones, lo que está frente a nosotros es más bien la fabricación de sueños e ilusiones.
La realidad de nuestros días es que cada vez más niños andan buscando comida en los sectores aledaños a los mercados, vendiendo en puestos de comida y de ropa en las calles, descargando camiones, dejándose tocar por adultos mal intencionados.
Ese es el pan nuestro de cada día de hijos e hijas de familias que practican el chiripeo como modo de vida y que no tienen acceso a fuentes de trabajo fijas ni a los programas Quédate en casa, Fase 1 y Fase 2. Dominicanos sin cédula de identidad o que, sencillamente, no han entendido los mecanismos que permiten acceder a los programas de compensación social, o bien; puede tratarse también de niños de familias de inmigrantes.
En el caso de la Fundación Abriendo Camino hemos reiniciado un programa de protección presencial específico para estos niños desescolarizados, sin celular, sin televisor, incapacitados de estudiar virtualmente, asediados por el hambre, que vagan por los puestos de comida de los vertederos del Mercado Moderno y de la avenida de los Mártires.
De igual manera la Fundación La Merced, en el Batey Bienvenido, ha reiniciado actividades de nivelación escolar con su público bajo estricto protocolo de bioseguridad, tal como lo ha hecho el padre salesiano Carlos Patiño, en Cristo Rey.
Si nuestros niños, niñas y adolescentes corren peligro no podemos caer en omisión si tenemos a nuestro alcance los medios para ayudarlos.