Después de haber publicado mi trabajo interpretativo sobre la obra de Nietzsche, titulado, Claves para una lectura de Nietzsche [Santo Domingo, D. N., 2003], patrocinado por la Academia de Ciencias, investigación que me tomó casi dos años elaborarla. Como casi siempre suele suceder cuando uno se empeña en una indagación profunda y detallada, sobre un tópico teórico e histórico complejo, al concluir uno queda, además de agotado mentalmente, sin tener un rumbo ni perspectivas sobre hacía que nuevo tema dirigirse en una nueva averiguación.
En ese momento, tenía una columna de opinión en el diario El Caribe. Al fin me decidí convenir por un tema que marcaba mis escritos e intereses anteriores. Se trataba de definir las características fundamentales con que se presentaba en el siglo XIX la primera manifestación de la Modernidad.
Lo que me atraía era recoger en una obra no muy voluminosa, el sentido y una simbología que reseñara esa nueva época.
Trataría de señalar algunos de los grandes hitos que le servían de emblemas y que reflejaban la innovadora cadena de nuevas instituciones y operativamente apuntar los nuevos sentidos de relación del conjunto de enseres utilitarios que constituían esta flamante época.
Quería mostrar el significado en el nuevo contexto de la época creaciones tales como la Torre Eiffel, El edificio del parlamento inglés dominado por el gran reloj –el Big Ben–, la percepción de una nueva realidad social que emergía como la masa, el nuevo sentido del arte pictórico representado en los cuadros de Turner, repasar la experiencia inédita que aparecía como la esencia del cristianismo, desentrañar el nuevo sentido del espacio que abría el Palacio de Cristal, en Londres y otros temas semejantes.
Por vía práctica decidí dedicarme a escribir esa obra aprovechando los temas de los artículos que publicaba semanalmente en el referido diario. Al final el libro fue publicado en 2007, bajo el título, La modernidad como problema.
Al mismo tiempo, continuaba hurgando, profundizando en la obra y la crítica de los escritos nietzscheanos. En esa ocasión me concentré en estudiar los fragmentos póstumos publicados por Colli e Montinari, como los últimos volúmenes de su edición de las Obras Completas.
Entre los escritos a que dedique mi atención se encontraban los volúmenes VII y VIII, a cargo de la casa editorial Adelphi, sita en Milán.
El primero se compone de dos tomos que abarcan los fragmentos póstumos, apuntes, notas, comentarios y cita de autores que leía y sobre los que reflexionaba durante los años de 1882 al 1884, y el segundo, está compuesto de semejante material, distribuido en tres tomos, que engloban fragmentos póstumos que comprenden los años del 1885 al 1889. Además, por enésima vez, me releí la correspondencia que comprendía los años del 1880 al 1889, que corresponden a los tomos cuarto al sexto de la excelente edición en castellano realizada por la editorial española, Trotta.
En la obra de nuestro filósofo, la correspondencia es de suma importancia, pues al vivir una vida solitaria y trashumante, es a través de ella que nos enteramos de su operar, de la interpretación de sus descubrimientos, sus contactos con los pocos amigos que aún le quedan y la perspectiva en que coloca los textos que lee y descubre de sus contemporáneos.
Werner Ross, en su obra capital sobre nuestro pensador titulada, Friedrich Nietzsche. El águila angustiada. Una biografía, señala, –creo, con justeza, que–: Su vida –en los últimos años de su existencia– ya no es más que el sostén de su obra, condición precaria pero sustancial para el proceso creador. De ella nacen los textos que conforman al Nietzsche filósofo. La enfermedad se ha convertido en su compañera inseparable; los innumerables cambios de domicilio son una herramienta en la búsqueda del clima más adecuado para su trabajo. Las relaciones humanas se diluyen o se rompen: la soledad, en tantas ocasiones deploradas, es condición sine qua non para hacerse con toda la concentración creadora. La odia y, al mismo tiempo, la necesita [P. 572, 1989 (1994). Ediciones Paidós Ibérica, Barcelona, España].
Ante esta situación vital lamentable, la correspondencia se constituye para él en la única via de contacto con el mundo exterior a su soledad y es el sendero que le permite enterarse de lo que acontece en el mundo externo a su aislamiento; es, además, la vía que le permite informar que aún está vivo y comunicar cuáles son los puntos de vista que viene asumiendo sobre el sentido del mundo, el eje de la historia y la existencia humana.
Pues bien, en ese entonces, como ya he esbozado, concentrado en esos dos temas en mis investigaciones se produjo inesperadamente para mí un gran descubrimiento que no sospechaba existiera. Nietzsche fue un lúcido lector de Dostoievski y comentador de sus principales obras.
Nietzsche escribía sus apuntes en cuadernos constituidos en papel blanco sin rayas, de una marca muy en boga, aún hoy, en Europa y Estados Unidos, Moleskine.
Estas libretas eran de un tamaño mediano, de modo tal que le cupieran en el bolsillo de la chaqueta que utilizaba en sus caminatas. Antes de iniciar su uso las cifraba para distinguirlas de las anteriores, utilizando un código, por ejemplo como este: 11 4. Inicio de 1885.
A esta denominación se agregaba una o dos letras, que indicaban al posible título del texto en que consideraba que trabajaba.
La ´W´, en el caso que apareciera significaba que el tema se refería al proyecto de libro capital que no llego a elaborar: La voluntad de poderío.
El numeral 11, englobaba un grupo de cuadernos afines ya por tema o por fechas, y el otro numero, el 4, indicaba al número del cuaderno que formaba parte de la colección del grupo 11.
La gran sorpresa para mí, surgió al estudiar el grupo de manuscritos marcados con las cifras: W 11 3. Este grupo fue iniciado, en Nizza, el 24 de noviembre de 1887 y lo concluye en marzo del año siguiente. Comprende 417 notas o fragmentos de diversa extensión y en la edición maestra contiene 177 páginas de textos, además, hay que incluir 35 páginas del aparato crítico que se presentan como notas y aclaraciones filosóficas de los editores donde precisan oscuridades o aparentes divagaciones o detalles o relaciones con otros fragmentos que demandan un detalle para clarificar su sentido respecto a otros fragmentos, o señalan si una palabra a sido tachada por el autor o explican otros asuntos de este tenor.
En los cuadernos a que nos referimos, los primeros editores – pertenecientes al grupo de estudiosos que conformaban el llamado Archivo Nietzsche, quienes trabajaban para la edición de las obras del pensador guiados por su hermana– asumieron toda la serie de textos de estas notas como originales de Nietzsche.
No se percataron que en múltiples ocasiones nuestro filósofo copiaba textos de libros y trabajos que leía y que al ser apuntes para su uso personal, para evitar el uso excesivo de su deficiente visión, no registraba los nombres ni las fuentes de origen de los escritos citados.
Pero el trabajo minucioso, seguro y bien documentado de colación filológica efectuada en el aparato crítico que sitúa estas notas realizado por el equipo de filólogos italianos que trabajaban bajo la dirección de Colli y Montinari, les permitió expurgar los textos propios de Nietzsche y los que él cita de otros escritores, que se encuentran presentes en los fragmentos sin tener la clara atribución a su autor ni referencia alguna sobre en cual obra está localizada el original.
Respecto a mi interés –que surge en el momento en que me dedico a la lectura e investigación de la relación, que descubro en esta lectura de segundo grado de la obra de Nietzsche, una lectura, por así decir– al descubrir la inédita relación existente entre las obras de Nietzsche y Dostoievski, enseguida se me enciende un viejo consistente deseo de conocer hasta el fondo, hasta donde me fuera posible, esta importante relación que intercorre entre estas dos cumbres de la cultura europea del siglo decimonónico.
Mi interés se concentra sobre todo respecto a un tema que para mi investigación personal es crucial: la visión y concepción del nihilismo, presente de manera destacada en ambos creadores.