El libro de que habla Nietzsche en la carta (citada en mi artículo anterior) enviada a Frank Overbeck, de fecha 23 de febrero de 1887 [Carta 804], es el volumen titulado L’esprit souterrain, compuesto por dos partes: una especie de prólogo, en versión abreviada por el traductor de las dos partes de Memorias del subsuelo y la otra (la segunda parte), titulada Lisa, con un prefacio constituido por la traducción completa del cuento, La posadera, titulada Katia. Estas dos partes [Lisa y Katia] son presentadas por un narrador anónimo como relatos diferentes de las veleidades amorosas del protagonista de La posadera, Ordinov, y unidas entre ellas a través de una exposición modelada sobre el ejemplo de la introducción dostoievskiana de Memorias de una casa muerta [C. A. Miller, «Nietzsche’s “Discovery” of Dostoevsky», Nietzsche Studien. Internationales Jahrbuch für die Nietzsche Forschung, II (1973), p. 207].
Tomando en cuenta lo que refiere C. A. Miller, cabe cuestionarnos, ¿qué fue lo que en realidad leyó Nietzsche? ¿leyó una obra auténtica, certificable del autor ruso?
Por el ensayista citado sabemos que la traducción de La posadera es bastante fiel al texto original. Por el contrario, el intento de adaptar Memorias del subsuelo como continuación de la primera parte titulada Katia, presenta interpolaciones repetidas en el texto dostoievskiano e incluso se pueden identificar la introducción de fragmentos ficticios referidos a La posadera [Cfr.: C. A. Miller, ibidem].
Visto este caso, considero oportuno insertar aquí, un comentario metodológico para que el lector comprenda porque insisto en estos artículos, en detalles eruditos, y ahora hago tanto hincapié en el contenido y forma de las traducciones con las que Nietzsche se topa en su primer contacto con Dostoievski.
En nuestra época estamos acostumbrados a leer excelentes traducciones de textos clásicos que hace que muchos no se dan cuenta que la situación a ese respecto, hace unos años, era sumamente diferente.
Al final del siglo XX encontrábamos textos muy bien traducidos, aún en libros baratos y poco cuidados en cuanto a la edición: papel de mala calidad, impresión irregular, compaginación deficiente, miserablemente encuadernados y mal presentados.
Cuando ingresé a la universidad, en Italia, casi a diario los profesores insistían advirtíendonos que antes de elegir un texto para trabajar en su estudio y para tomarlos como referencia para citarlos o registrarlos en una bibliografía, debíamos realizar una evaluación minuciosa de la calidad de su contenido.
¿A que se refería esta advertencia? Nos recomendaban tomar en cuenta una serie de datos que nos podrían servir de indicios del linaje de la obra que pretendíamos utilizar.
Entre estos, estaba constatar si el nombre del traductor estaba reseñado en los créditos. Una obra que no registraba ese simple dato, podía haber sido realizada por alguien no entendido en la materia y el resultado ser que el texto estuviera plagado de errores y/o faltas. Además había que indagar, cuál era el fruto de su trabajo en el tiempo, es decir, conocer sobre su formación y currículo.
Hay traductores que solo se dedican a verter desde un solo idioma, otros de dos. Mientras más bibliografía lo acredita, más seguros podremos estar de la posible calidad del texto que transcribe. Pero aún así hay traducciones de diferentes niveles.
Además, dependiendo del texto en que ha sido vertido el original, hay que tener presente también el año de la versión. En italiano, por ejemplo, el lenguaje erudito varía muchísimo si se trata de un texto del siglo XIX o de finales del siglo XX. También habría que tener en cuenta si la obra ha sido elaborada por una impresora o por una empresa especializada en confeccionar libros, es decir, por una editora.
Finalmente, es recomendable que el estudioso confronte varias traducciones de la misma obra si no conoce de primera mano la lengua original de la obra, incluyendo versiones en diferentes lenguas a la propia del estudioso para verificar la coincidencia del significado entre ellas.
Esto lo he podido verificar con traducciones de Dostoievski. Así descubrí, utilizando este laborioso método que entre las más imprecisas están las del preferido de Borges, Rafael Cansino Assens, por ser más antiguas y utilizar una sintaxis muy diferente a la de hoy, además por agregar giros y adjetivos que no aparecen en ningunas de las versiones reconocidas, aún en lenguas diferentes.
Pero, ¡cuidado!, no debemos caer en el exceso de negar a un estudioso consciente, con una metodología rigurosa, la capacidad de realizar estudios válidos sobre una literatura por desconocer directamente el idioma de la misma.
Tengo presente el ejemplo de George Steiner, que ha creado una exquisita y rigurosa valoración comparativa entre la obra de Dostoievski y la de Tolstoi sin conocer el ruso, y la obra constituye todo un hito de la crítica sobre ambos autores y modelo universal de evaluación literaria.
Lo esencial en los estudios humanísticos lo constituye la metodología adoptada, el planteamiento de la problemática, la sistemática aplicación de tales procedimientos y una consciencia crítica bien despierta en el curso de la indagación.
En español contamos con muy buenos traductores del ruso, entre ellos Luis Abollado, que vertió, Los demonios, de Dostoievski, para Ed. Bruguera, en 1984.
Sin embargo, mi preferido –por su precisión, por razones técnicas y lingüísticas–, es Ricardo San Vicente quien acaba de retirarse como docente de la Universidad de Barcelona, donde ha formado escuela de especialistas en literaturas eslavas.
Todo lo dicho viene a cuento, en razón de lo indicado en la cita de apertura de este artículo, para enmarcarla.
Allí nos topamos con la noticia de que en el momento en que Nietzsche lee a Dostoievski, en realidad no descubre apropiadamente al escritor ruso, sino que se enfrenta con una especie de antología mal concebida de algunos textos de Dostoievski mezclados con escorias extrañas a su obra, sin ninguna garantía de calidad en los escritos que el editor y el traductor atribuye al autor petersburgués.
Si no conociéramos las acotaciones que hemos sugerido tener en cuenta cuando nos enfrentáramos a un texto traducido y necesitáramos obtener una garantía de su verosimilitud, actuaríamos como ciegos.
Ahora, para concluir este tema con un testimonio del propio Dostoievski, quien describe a modo de muestra, cómo se vertían en la Rusia de su tiempo y cómo los que actuaban como traductores lo hacían sin la debida preparación ni interés de reflejar lo auténtico del escrito, reproduzco una cita suya, donde presenta de forma novelada, cómo se efectuaba usualmente este trabajo en la capital del Imperio en la segunda mitad del siglo XIX.
Diálogo entre Rakolnikov y Razumijin, su amigo y colega en los estudios, extraído de Crimen y castigo: Mira, tampoco yo tengo lecciones pero me importa un bledo, pues tengo al librero Jeruvímov en el Rastro, quien de por sí ya es una lección. No lo cambiaría ni por cinco lecciones en casa de los comerciantes. ¡Edita tales publicaciones y libritos de ciencias naturales, que se agotan enseguida! ¡Los mismos títulos ya lo valen! […]. Ahora estoy en la buena dirección; el librero no entiende ni jota, pero yo, claro está, le aliento. Ahí tienes dos pliegos y medio de textos alemanes. En mi opinión, charlatanería pura y dura. En una palabra, se analiza si la mujer es o no una persona. Y como es natural, se demuestra solemnemente que sí lo es. Jeruvímov prepara la publicación de esta cuestión por ser materia femenina. Yo lo traduzco y él alarga los pliegos de dos y medio a unos seis, más o menos. Inventamos un título muy pomposo que ocupe media página y lo lanzamos a cincuenta kopeks. ¡Será un éxito! Por pliego traducido me corresponden seis rublos, así que, en total, me tocarán quince por todo. Ya he cogido seis por adelantado. Cuando acabemos esto, empezaremos a traducir algo sobre las ballenas [¿Moby Dick? LOBF]. Luego, algunos chismes de lo más aburrido de la segunda parte de Confessions. Alguien le ha dicho a Jeruvímov que Rousseau parece una especie de Radishev. Y, claro está, no seré yo el que lo contradiga. ¡Allá él! Bueno, ¿quieres traducir el segundo pliego de ¿Es una persona la mujer? [Fiódor Dostoievski, Crimen y castigo, Akal / Básica de Bolsillo, traducción: Sergio Hernández-Ranera, Edición Digital, 2007, Parte II, capítulo II, pp. 302-303].