La primera, y aparente –veremos más adelante porqué uso aquí ese verbo–, 04.
La misma tiene el número 798, entre las piezas de la correspondencia del filósofo. Está dirigida, desde Niza a su amigo y excolega de la Universidad de Basilea, Franz Overbeck
En realidad la referencia es una posdata, donde le pregunta a su remitente si ya le había escrito algo acerca del autor ruso: ¿Te he escrito sobre H. Taine? ¿Y que me encuentra infiniment suggestif? ¿Y sobre Dostoievsky? [Para comprender cabalmente la nota. Nietzsche se refiere que había enviado al historiador francés Hippolyte Taine los fragmentos que conforman el quinto libro de La gaya ciencia, y el historiador francés le responde que los encuentra interesantes, suggestif. Cfr. nota 376, del editor del volumen V, de la correspondencia].
Al día siguiente le escribe a Peter Gast (el compositor Heinrich Köselitz) [Carta No. 800], y compara a Dostoievski con Stendhal, le confiesa que esta comparación se debe al placer que le produce el leerlo, y lo define como un psicólogo: ¿Conoce a Dostoievski? Excepto Stendhal, nadie me ha causado tanto placer y sorpresa: un psicólogo, con el que yo me entiendo.
Estas breves y fugaces menciones se completan con una descripción más detallada de su primer contacto con el escritor ruso, que Nietzsche ofrece en una carta de fecha, 23 de febrero de 1887 dirigida de nuevo a Overbeck [Carta 804, edición de la correspondencia]:
De Dostoievsky, hasta hace pocas semanas, no conocía ni siquiera el nombre ¡yo, hombre inculto que no lee ningún Journal [revista literaria (LOBF)]! Un movimiento casual en una librería puso ante mis ojos la obra L’esprit souterrain [Memorias del subsuelo], que acababa de ser traducida al francés (¡del mismo modo totalmente casual me encontré a los 21 años con Schopenhauer y a los 35 con Stendhal!). El instinto de familiaridad (¿o cómo podría llamarlo?) habló de inmediato, mi alegría fue extraordinaria. Tengo que retrotraerme hasta mi encuentro con el Rouge et Noir de Stendhal para recordar una alegría igual. (Son dos relatos [París, (1886), La patrona, (1847) y Memorias del subsuelo (1864)], el primero en realidad una pieza de música, de una música muy extraña, muy no alemana; el segundo, un rasgo de genio de la psicología, una especie de burla de sí mismo del γνω∍θι σαυτοϖν [conócete a tí mismo]. Dicho sea de paso: esos griegos tienen mucho sobre la conciencia –la falsificación era su autentico oficio, toda la psicología europea adolece de la superficialidad griega; y sin un poco de judaísmo, etc., etc., etcetera.
Con esta carta Nietzsche parece colocar temporalmente en una fecha cercana a la misiva que lleva la noticia el hallazgo de la obra del escritor ruso –por cuanto de una forma muy vaga e imprecisa («hasta hace pocas semanas»), esto lo comprobaremos más adelante, que no es cierto, o por lo menos no es preciso, es por ello que utilizo al inicio de este artículo el verbo: aparente–, y espacialmente –en una tienda de libros de Niza–, su descubrimiento de Dostoievski, que, como el mismo filósofo reconoce, se asemeja mucho a su encuentro con la obra principal de Arthur Schopenhauer, según relata en una nota recogida en unos escritos autobiográficos de juventud, titulados, De mi vida, que comprende escritos de 1856-1869.
En una nota de 1867, confiesa Nietzsche que, de visita en la librería de un anticuario de Leipzig, encontró un día el libro, El mundo como voluntad y representación, de Schopenhauer: en el Antiquariat del viejo Rohn. Ignorándolo todo sobre él (sobre Schopenhauer (LOBF)), lo tomé en mis manos y comencé a hojearlo. No sé qué especie de demonio me susurró al oído: Llévate este libro a casa. De todas formas, el hecho ocurrió contra mi costumbre habitual de no precipitarme en la compra de libros. Una vez en casa me acomodé con el tesoro recién adquirido en el ángulo del sofá y dejé que aquel genio enérgico y severo comenzase a ejercer su efecto sobre mí. Ahí, en cada línea, clamaba la renuncia, la negación; allí veía yo un espejo en el que, con terrible magnificencia, contemplaba a la vez el mundo, la vida y mi propia intimidad. Desde aquellas páginas me miraba el ojo solar del arte, con su completo desinterés; allí veía yo la enfermedad y la salud, el exilio y el refugio, el infierno y el paraíso. Me asaltó un violento deseo de conocerme, de socavarme a mi mismo [Septiembre 1867-abril 1868, Mirada retrospectiva a mis dos años en Leipzig, del 17 de octubre de 1865 al 10 de agosto de 1867, p. 421, Apple Public Domain, 2013, eBook].
En otra misiva dirigida da nuevo a Peter Gast, la No. 814, de fecha 07 de marzo de 1887, siempre expedida desde Niza, y semejante a la dirigida a Overbeck, a la que hace apenas un momento me he referido, le expone otras noticias sobre el escritor ruso: Con Dostoievsky me pasó como antes con Stendhal: el contacto más casual, un libro que se hojea en una librería, desconocido hasta el nombre –y el instinto que de pronto dice que allí se ha encontrado un pariente. Hasta ahora sigo sabiendo poco acerca de su situación, su fama, su historia: murió en 1881. En su juventud no lo tuvo fácil: enfermedad, pobreza, con un origen distinguido; a los 27 años, condenado a muerte, indultado en el patíbulo, después cuatro años en Siberia, encadenado, en medio de graves delincuentes. Esa época fue decisiva: descubrió la fuerza de su intuición psicológica, más aún, allí su corazón se endulzó y se profundizó — su libro de recuerdos de esa época, La maison des morts, es uno de los libros más humanos que existen. Lo primero que conocí, que acaba de aparecer en traducción francesa, se llama L’esprit souterrain, y contiene dos relatos: el primero, una especie de música desconocida, el segundo, una verdadera genialidad de la psicología — una burla cruel y terrible del γνω∍θι σαυτοϖν [conócete a ti mismo], pero lanzada con la ligera osadía y deleite de una fuerza superior, lo que me ha dejado completamente embriagado de placer. Entretanto, por recomendación de Overbeck, al que consulté en mi última carta, he leído Humiliés et offensés (lo único que conocía Overbeck), con el mayor de los respetos por el artista Dostoievski. Me doy cuenta también cómo la generación más joven de novelistas parisinos está completamente tiranizada por la influencia y los celos de Dostoievski (p. ej. Paul Bourget).
Posteriormente, en un libro elaborado con parte de los fragmentos que tenía predispuestos para edificar la planeada y luego abandonada obra, 1888: La voluntad de poderío, que titula, El crepúsculo de los ídolos, en el capítulo titulado: Incursiones de un intempestivo, párrafo 45, reflexiona sobre el carácter del criminal y lo que le es afín –en una observación velada o indirecta a uno de los leitmotiv de la novela Rojo y negro de Stendhal– inicia hablando del tipo del criminal como el modelo del hombre fuerte situado en unas condiciones socialmente desfavorables, y termina citando a Napoleón –como es sabido, el tema del emperador francés es característico de Stendhal, autor de una biografía de Bonaparte (LOBF)– como ejemplo del hombre fuerte que termina mostrándose con los recursos de su voluntad como un sujeto más fuerte que la sociedad misma.
Como se puede percibir con claridad, tomando como modelo este apunte, Nietzsche usa reflexionar sobre el sentido de ser humano, la sociedad, su estructura y su destino, tomando como base para sus especulaciones la lectura y la cita de trozos de literatura tanto antigua como aquella a él contemporánea.
Allí Nietzsche cita también a Dostoievski: Para el problema que nos ocupa es de importancia el testimonio de Dostoievski: el único psicólogo, dicho sea de paso, del que tenía algo que aprender, y que se cuenta entre los más bellos golpes de suerte de mi vida, más aún, incluso, que el descubrimiento de Stendhal. Este hombre profundo, que tenía razón diez veces en estimar poco a los superficiales alemanes, percibió a los presidiarios siberianos —en medio de los cuales vivió largo tiempo, todos ellos grandes criminales, para los que ya no había camino de retorno a la sociedad— de modo muy distinto a como él mismo esperaba: más o menos como cortados de la mejor, más dura y más valiosa madera que crece en toda la tierra rusa.
Finalmente, entre las primeras menciones que hace Nietzsche del novelista ruso, encontramos un apunte de la primavera de 1888, intitulado, Jesús, Dostoievski, escribe: Conozco solo un psicólogo que ha existido en el mundo para quien el cristianismo es posible, y para quien un Cristo podría nacer en todo momento. Y este es Dostoievski. Él ha adivinado a Cristo: – y ha sido esto principalmente aquello que lo ha instinstamente preservado del immaginarse este tipo con la vulgaridad de Renan. . .[Nietzsche, Frammenti postumi, Volume VIII, tomo III, (1888-1889), primavera (no hay otra referencia de datación (LOBF)) de 1888, cuaderno, 15, nota 9]. Tales citas de la Correspondencia de Nietzsche, corresponden a la edición en seis tomos de Editorial Trotta, Madrid, España.