No se puede decir que la mayoría de los dominicanos son "resentidos" o "intolerantes" ante la herencia de Trujillo, Balaguer y otros proyectos caudillistas y antidemocráticos. La gran cantidad de trabajadores y despojados ha soportado miserias más allá de lo imaginable. Las víctimas de violaciones a sus derechos, y sus familiares, han esperado disciplinadamente una justicia que nunca llega. Hemos debido ver que a las nuevas generaciones se les mercantilice la memoria confundiendo víctimas y victimarios, héroes y traidores.
El problema no es de nombres o figuras. El asunto es qué país se ha estado construyendo o destruyendo.
La República Dominicana padece la exacerbación del individualismo, el menosprecio del trabajo y el sacrificio personal, y el culto a la grandeza particular. En esta cultura, el poder de mando y autoridad sobre otros, el dinero, la fama conseguida a cualquier precio, la capacidad de influir y conceder favores, son aplaudidas, admiradas y reconocidas como grandes cualidades.
Inoculada y afianzada durante el trujillato, la sociedad dominicana está afectada por lo que algunos estudiosos han denominado “disociación moral”, esto es “al enfrentar un panorama en el que su ídolo comete acciones que manchan su reputación, las personas son capaces de separar esa conducta en específico de su desempeño general, por lo que le siguen siendo leales”. Claro, esa lealtad tiene una base material, pues es premiada con bienes o privilegios que son, para miles y miles de desposeídos, la diferencia entre la muerte y la sobrevivencia.
No somos "resentidos" ni "intolerantes". Se trata de tener derecho a construir una nueva y mejor sociedad, y no es una exigencia excesiva esperar a cambio algo de humildad, respeto y, precisamente, tolerancia
¿Cómo llega a suceder que en los cinturones de miseria un narcotraficante acaba siendo auténtico “héroe nacional”? ¿Cómo el Benefactor de la Patria fue el mismo hombre que la privatizó, saqueó y humilló, pero de quien se presumía “predestinación divina”? ¿Cómo es Padre de la Democracia y objeto de gratitud el mismo individuo partícipe de fraudes electorales, procesos de corrupción y terrorismo de Estado, arguyendo “dotes intelectuales”, algún que otro "premio" o un abstracto “amor a la nación”? Es evidente que hay un hilo conductor: más allá del tiempo y los individuos, una subjetividad se perpetúa, se alimenta, y va amenazando cada vez más las bases de la convivencia humana.
Encima de esto, se ha impedido saldar cuentas con el pasado y asumir posiciones éticas respecto del presente y el futuro. La verdad ha sido engavetada, la justicia histórica cancelada, y a los poderosos hay que aplaudirlos sin dudar. El orden social injusto, heredado de la tiranía, ha sufrido metamorfosis pero sigue estructurado en torno y a favor de élites nacionales y extranjeras, con la inmensa mayoría viviendo en niveles inhumanos de carencias y opresión. La democracia, sin una posición ética frente al proyecto de sociedad, sin democratizar los derechos y las condiciones reales para vivir dignamente, queda sin sustancia.
La suma de la disociación moral, la elusión sistemática de la verdad y la justicia, la falta de democracia en un modelo social desigual e injusto, arroja un resultado destructivo: la mayoría siente que no puede lograr nada, cotidianamente está frustrada y sin proyecto de futuro, y a la vez percibe que la moral profesada no dará ningún premio concreto y que debe admirar y aplaudir a quienes son malos ejemplos, con la esperanza de una dádiva o un perdonazo, que será, tal vez, su única tabla de salvación. Ahí está el corazón espiritual y material de la crisis de valores en la República Dominicana actual.
Frente a esta crisis es necesario un ejercicio de verdad y justicia. El consenso conseguido hasta hoy es más bien fruto del silencio, la resignación y el sometimiento, que de la libertad y la sinceridad.
También se requiere dejar atrás el culto a la personalidad y no prostituir los honores. No hay que prohibir, menoscabar ni censurar, pero nadie tiene que ser homenajeado por su poder, influencia, cargos, premios o dinero acumulado. Debe instaurarse la supremacía moral del trabajo, la honestidad, la capacidad de sacrificio, el servicio a los demás, el respeto a la dignidad humana y el cumplimiento de la ley.
Y es vital diferenciarse del modelo de país injusto, corrompido y autoritario que han ayudado a establecer Santana, Trujillo, los invasores coloniales, Balaguer y otros similares. Un modelo ético y democrático de país, de libertad y dignidad para todos y todas, con el trabajo como derecho y único sustento respetable de la prosperidad y la felicidad verdaderas.
“Trabajemos por y para la patria, que es trabajar para nuestros hijos y para nosotros mismos”, dijo Juan Pablo Duarte. En su pensamiento, la Patria es el “nosotros y nuestros hijos” que se construye trabajando, y el horizonte final es el bien colectivo.
No somos "resentidos" ni "intolerantes". Se trata de tener derecho a construir una nueva y mejor sociedad, y no es una exigencia excesiva esperar a cambio algo de humildad, respeto y, precisamente, tolerancia. Es necesario cultivar ejemplos dignos de seguir, sanar con justicia y hacer un país más democrático. Es indispensable desprenderse de fardos pesados, figuras y proyectos destructivos, y reencontrase con Juan Pablo Duarte y lo mejor de la patria.
@boschlibertario