Esa tarde de octubre la niñera me había dejado jugar en el parque frente a casa mucho más tiempo del acostumbrado. “No es nada”, me había dicho Tata al percatarme de los autos policiales que se estacionaban en nuestro edificio. Al caer la noche me vistieron de negro de pies a cabeza. Mi padre, con el rostro lánguido y los ojos hinchados, me había montado en el carro a toda prisa. “Aún se desconoce la causa de muerte de la reconocida psiquiatra”, escuché decir en la radio. Tenía nueve años cuando mi madre se quitó la vida asfixiándose con una funda. Y yo me enteré por las noticias.

El asunto de la objetividad es muy subjetivo. Cuando un periodista se despoja de sensibilidad, se desprende también de un valor: el de la empatía. “El buen periodista debe tener sentido del otro”, dice el código de ética del periodista colombiano Javier Dario Restrepo. Todo lo que nos lleva a desconocer o destruir al otro nos deshumaniza.

De ahí la necesidad de ponernos en los zapatos ajenos, desde los de la niña cuya madre se suicida, hasta los de todo el pueblo estadounidense que sería sumido en el escepticismo tras el escándalo de Nixon y el Watergate.

El otro factor es de responsabilidad social ¿La noticia afecta de alguna manera el interés común? Pues si solo satisface la curiosidad de los receptores o si la difusión de detalles macabros ayuda a disparar los ratings, hay, sin duda, más vocación de negociante que de periodista.

“Uno de los deberes de todo periodista es elegir muy bien a su patrón, eso le va a evitar muchas complicaciones en la vida”, dijo en una ocasión Katharine Graham, dueña y editora del Washington Post.

Así mismo debe la empresa elegir a sus empleados. Es necesaria una cierta igualdad de ideas, de proceder, de estilos, de objetivos comunes. Al fin y al cabo, uno estátantas horas en una sala de redacción que, como diría Borges “No se puede ser tan buen actor de fingir ser otra persona cuando se está trabajando en un medio. Uno tiene que ser uno”.

En el caso Watergate en 1972, la prensa jugó un papel decisivo. Los reporteros del Washington Post, Bob Woodward y Carl Bernstein reflejaron a través de sus publicaciones lo mejor que el periodismo puede ofrecer a la democracia: hacer que el poder rinda cuentas. Su fuente, Mark Felt, un director adjunto del FBI, mejor conocido como “Garganta Profunda”, tardó 30 años en ser revelada.

“Pedí disculpas porque debería haberle dicho (al editor jefe Leonard Downie Jr.) esto mucho antes. Le expliqué en detalle que trataba de proteger mis fuentes. Ese es el trabajo número uno en un caso como éste”, dijo Woodward. Esta función se convirtió en una tendencia en las redacciones de los periódicos de Estados Unidos. Tras el escándalo, la profesión gozó de un alto grado de credibilidad y hubo un aumento notable en el número de estudiantes de periodismo. Ahora, 43 más tarde, la situación ha cambiado.

"Si nuestros lectores no pueden contar con nuestra honestidad, no tendremos más nada que ofrecerles”, concluía el editorial de los Angeles Times en abril del 2003. Durante la invasión a Irak de ese año, su fotógrafo Brian Walski había sido enviado  a cubrir los acontecimientos de la guerra. Tomó dos fotos de un soldado estadounidense interactuando con algunos civiles iraquíes y las manipuló en Photoshop.

El montaje resultó ser magistral. Tanto, que engañó a Colin Crawford, veterano director de fotografía del periódico californiano, quien lo envió directo a la portada. La imagen también fue compartida con los diarios Hartford Courant y The Chicago Tribune. Walski admitió su error con el pretexto de la fatiga y las condiciones horríficas bajo las que había estado trabajando. Pero no se salvó, fue despedido el mismo año. Y es así como las disculpas se han convertido en una constante en grandes medios de comunicación estadounidenses.

Por citar casos más recientes tomemos el de “uno de los periodistas más fiables de nuestro tiempo”, según Deborah Turness, presidenta de NBC. Brian Williams sostuvo por doce años haber estado presente en el ataque de un helicóptero durante unaoperación militar en Irak. En 2015 el testimonio fue desmentido por un ingeniero de vuelo que sí se transportaba en el aparato y logró sobrevivir.

La NBC suspendió a Williams por seis meses y el otrora veterano periodista pasó a ser una pequeña sensación en Internet gracias al popular programa Late Night show with Jimmy Fallon, donde recreaban canciones  de Rap o Hip-Hop con trozos de su retransmisiones. Aparentemente es uno más de los que olvidó los preceptos básicos de la ética de su inspirador, Walter Williams, con quien por pura coincidencia comparte apellido.

“Creo que el periodismo es resueltamente independiente, inamovible por orgullo de opinión o codicia de poder, es constructivo y tolerante, pero nunca descuidado, tiene dominio sobre sí, y es paciente y respetuoso para con sus lectores”,  plantea un fragmento del cuarto mandamiento de Walter Williams en su Credo del Periodista (The Journalist’s Creed) publicado en 1905. Al parecer, la declaración ética de siete párrafos que hoy cuelga de las paredes del Club de Prensa en Washington D.C. sirve más bien de adorno.

En 2011, Reuters, NPR, Fox News, CBS, CNN el Huffington Post y el New York Times, enviaron trinos y publicaron noticias reportando el fallecimiento de la congresista Gabrielle Giffords. “Los medios locales de Arizona estaban mejor informados que las grandes organizaciones de noticias”, dice el profesor Silverman en su blog Regret the Error (Lamente el error), donde lleva un registro de errores periodísticos que se cometen en la prensa local.

El desastre ético de los medios estadounidenses (que es más bien un fenómeno mundial), no sólo alcanza a la información política. CNN y Fox News convirtieron, por ejemplo, a la temporada de huracanes en un espectáculo trágico que puede observarse tranquilamente desde la comodidad del hogar. Y si no hay huracanes anuncian otras desgracias como si fuera la gira de un gran circo de los tiempos de los Ringling Brothers.

“Los esteroides han deshonrado al juego” fue la reflexión del ex-presidente Bush frente al llamado Informe Mitchell. La mayoría de los periódicos norteamericanos le dieron espacio en primera plana. Su autor, el ex senador de los EE.UU., el fiscal federal, George Mitchell, hizo hincapié en el informe acerca de que ha habido "muchaespeculación" sobre cuales jugadores serían nombrados, y esperaba que tanto "los medios como el público mantuviesen esa parte del informe en contexto y vieran más allá de las personas hacia las conclusiones principales.”

Por supuesto, casi todos los medios de comunicación hicieron exactamente lo opuesto. El diario The New York Times incluso encabezó su página de deportes con el título "Nombrando nombres", frase que históricamente ha sido relacionada con las cacerías de brujas anticomunistas de la era de McCarthy.

En cuanto a la advertencia de Mitchell de que el uso de estas drogas "supone una seria amenaza contra la integridad del juego”, tal amenaza merece ser puesta en el contexto de un gobierno y una clase gobernante que ha destripado la integridad de cada institución democrática en los EE.UU. Al final, la cuestionante es ¿Por qué debería alguien esperar que el béisbol sea diferente que el resto de la sociedad capitalista?

Los casos anteriores son puros desaciertos mediáticos. Cierto. Pero en el periodismo actual también hay metidas de pata justificables. “Creí que iba a ayudar a la gente, no a hacerles daño“, fueron las palabras de Bradley Manning, el  soldado de los Estados Unidos que en 2010 filtró cientos de miles de documentos a Wikileaks incluyendo el video del ejército conocido como Collateral Murder (donde se asesinaban civiles). Esto constituyó una violación de la llamada Acta de Espionaje.

En agosto del 2013 Manning fue sentenciado a 35 años de cárcel. Y he aquí la cuestión:

¿Es Manning el único culpable de “ayudar al enemigo”? ¿No entraron periódicos de grandes nombres y apellidos (The Guardian, El país, The Washington Post, Der Spiegel) en el juego de las publicaciones? ¿No todos contribuimos, de una manera u otra a la divulgación de los cables?

“Eso significa una pena de muerte potencial para cualquiera de los militares que hable con un periodista sobre materias sensibles”, declaró Julian Assange, fundador del portal Wikileaks. Si tenemos convicciones como las de Walsh, de que “el periodismo es libre o es una farsa” es hora de que actuemos en consonancia con ellas. Pues lo que está en juego no es la seguridad nacional de ningún país, sino la impunidad de los crímenes.Sin embargo, la modestia del impacto de las filtraciones de WikiLeaks también se debe a que los países cuyos dirigentes y funcionarios fueron humillados o cuyo doble discurso fue puesto en evidencia, no están dispuestos a montar un escándalo por ese motivo, entre otras cosas porque todos hacen lo mismo y porque aceptan que ésas son las reglas del juego.

Las filtraciones y colaboraciones “soplón/reportero” no son cosa de la modernidad. Podría decirse que los Papeles del Pentágono y Daniel Ellsberg son (en los años setenta y la edad de la fotocopiadora) los antepasados de Wikileaks y Julian Assange en pleno siglo XXI y la era de Internet. Aquella revelación, que entonces se filtró primero por The New York Times y luego por otros periódicos, quedó probada en 2011 con la salida a la luz de las 7.000 páginas que registran un proceso sistemático de mentiras del gobierno hacia la población, con el pretexto de defender la seguridad nacional.

Aquí radica el atolladero principal de los Estados Unidos y de todos las potencias mundiales que utilizan “Lobos Solitarios”. No pueden controlar los problemas éticos que su actividad genera en el individuo cuando se ven sometidos a una labor que supera los límites de la defensa legítima de la seguridad e intereses públicos para ponerlas al servicio de grupos de poder.

Peor aún, el hecho de que la clase política ni siquiera se plantee la posibilidad de asumir responsabilidades, o ni siquiera se haya excusado por su inmoral y desvergonzado comportamiento, es algo que debería preocuparnos, y mucho.

Dejando atrás los disparates mediáticos, el trabajo periodístico no puede consistir en reflejar lo que sucede. Descubrir e interpretar lo oculto incluye la acción y la intención personales. Todavía existe la clase de periodismo que demuestra (pese a todas sus cortapisas, sus problemas, dudas y metidas de pata) que sigue haciendo su trabajo: enterar al ciudadano de lo que realmente pasa a su alrededor, para así otorgarles una voz.

Ya sea de secretos gubernamentales, de empresarios corruptos o de beisbolistas dopados, la supervivencia de este oficio dependerá de la responsabilidad ética que los asumamos mediante una buena praxis de la profesión. A fin de cuentas, como diría Márquez “ser periodista es tener la oportunidad de cambiar algo todos los días”. Pero para ser un buen periodista hay que ser, ante todo, una buena persona.