El profesor alemán K.D. Hartmann en su obra Historia de los estilos, traducida al español por del doctor D. Domingo Miral, señala que es “la arquitectura, la más antigua e importante de todas las artes y, en cierto modo, el origen de todas ellas; en ella se refleja, como en un espejo, toda la vida cultural de las distintas naciones de los diferentes períodos; sus creaciones son los jalones más característicos que señalan las distintas fases porque ha pasado la civilización de los pueblos”. [1]
Henri Focillon, el autor del libro Vie des formes, maestro de historia medieval en el Instituto de Arqueología de París, en una edición publicada por “Le club français du libre”, dice que: “Les problèmes posés par l´interprétation de l´oeuvre d´art se présentent sous l´aspect de contradictions presque obsédantes. L´oeuvre d´art est une tentative vers l ´unique, elle s´affirme comme un tout, comme un absolu, et, en même temps, elle appartient à un système de relations complexes. Elle résulte d´une activité indépendante, elle traduit una rêverie supérieure et libre, mais on voit aussi converger en elle les énergies des civilizations”. [2]
Los libros de fotografías editados por Nelia Barletta, Francina Lama Barletta y Carlo Reyes, “Ciudad Colonial. Santo Domingo”, y “Patios. Ciudad Colonial de Santo Domingo” (edición bilingüe) en los años 2012 y 2014, ambos con prólogo de Hoyt Rogers, muestran como testimonio iconográfico el arte arquitectónico de una ciudad pretérita, su fisonomía y su vida, las huellas de la influencia del gótico tardío y renacentista, los puntos de continuidad histórica a través de los cuales se pueden ver, de esta ciudad, dónde empieza y dónde termina la noche de los tiempos, la sombría tristeza que trajo el abandono de esta tierra, cuando el frenesí del oro allende otros mares dio la espalda a estas piedras que marcaron el inicio del encuentro de las dos culturas.
El primero libro, “Ciudad Colonial. Santo Domingo”, tiene en la portada una fotografía de la cúpula del Templo de Nuestra Señora de la Altagracia, construido en 1922, sobre una parte de los viejos cimientos del hospital de “San Nicolás de Bari” (1503) para la celebración de la Canónica y Pontificia Coronación de la Virgen, como Madre y Protectora del Pueblo dominicano. Esta composición fotográfica, obra de Amadeo Anselin, tal parece una re-simbolización, de manera maciza, de la re-configuración que asumen en una estructura de hormigón, las alas de un ángel mayor que, se extienden convirtiéndose en un campanario en el cielo azul en primavera, como manifiesto de la fe, de la libertad, del pensamiento, y de las orantes figuras invisibles que se inclinan ante la exaltación del símbolo de la cruz.
El segundo libro, “Patios. Ciudad Colonial de Santo Domingo”, trae en la cubierta, un diseño de Carlo Reyes; una fotografía que, a nuestro modo de ver, es la representación de la suave cadencia rítmica del agua, donde se entrelazan ladrillos, verdor, y los elementos ornamentales de un patio que se hacen ofrenda a la vida contemplativa, y a la delicada plegaria interior que, se transforma en silencio, pero que no se extingue en la soledad ni el recogimiento que guardan sus muros. Es una imagen desde la cual se respira aliento de vida, sobriedad, conmovedora expresión de que una apasionada alma taciturna habita allí o habitó allí, en algún momento, dejando como vestigio dentro este patio, un ambiente que registra grises misterios, voces sollozantes que álzanse, no obstante, a tener respuestas líricas.
Las fotografías que hacen el contenido de ambos libros muestran que, estas edificaciones y monumentos conservan, luego de más de cinco centurias de resquemores, odios, esperanzas, sueños, apatías, invasiones foráneas, fuegos, destrucción, guerras, contiendas civiles, terremotos, huracanes, lo que podemos llamar: un verdadero milagro para los ojos y ante los ojos, de quienes amamos estos bloques de piedras calizas o de cantera, pulidas, y vestidas de hiedras, de hongos, de deterioro o de compungidas manchas como ropajes que deja el dolor del olvido.
Las imágenes de Amadeo Anselin, Nemanja Brankovic, Ricardo Briones, Jaime Guerra, Amanda Liroti, Ricardo Piantini, Pancho Rodríguez, Manolo Vidal, y Carlo Reyes, están plasmadas en ambos libros como registro visual, no solo para que nos dejemos sobrecoger por su esencia estética y cromática a través del flash fotográfico, sino para que alcancemos a ver, a través de ellas, el carácter y nombradía, los ímpetus y las subjetividades de quienes forjaron con su espíritu cada habitad recorrido por sus lentes; un espíritu que no sofocaron las formas, ni el encadenamiento de los tiempos, porque toda la ciudad colonial, al igual que sus patios interiores, mostrados por medio del placer que producen las páginas en satinado de estos libros, ha quedado suspendida en el crepúsculo de la tarde o en las primeras horas de la mañana, en la ribera del Ozama, despierta, tranquila, destilando sus esplendores, la muchedumbre que aún se estremece, que crea vivamente un intermitente desgarramiento en cada vértigo o ilusión de cambio que trae el decorado de la modernidad.
De ahí, lo trascendente de este aporte editorial de Neila Barletta sobre la ciudad colonial, mostrándonos cómo cinco centurias de arquitectura han sobrevivido a las luces en perspectiva de sofocantes cambios, lo cual nos provoca a afirmar que, sin embargo, ningún bosquejo de constructor contemporáneo ha podido evocar las luces interiores, gráciles, que surgen desde el interior de estos monumentos; sólo el nervio febril, el pulso en el obturador de una cámara ha sido el ojo síntesis que capta y captura la acuarela de la luz del conjunto de las casas, en cuyos patios se hicieron fecundas las sonrisas que habitaron sus muros como intérpretes de la virtuosidad que esculpe las oscilaciones innatas del ahora y del después.
La ciudad ovandina, que muestra Nelia Barletta, encerrada entre las ruinas de sus veinticinco calles antiguas, las fuerzas creadoras de sus ejecutores, la perfección de sus técnicas, sus fluidas líneas, como lo atestigua nuestra Catedral, Santa María la Menor, una construcción de inmensas proporciones, de grandes bloques de piedra, que inspiran profunda piedad, tal como si tuviera impregnada de una magnificencia absoluta, hace que afirmemos que esta ciudad, primer asentamiento cristiano de América, parece hecha para la eternidad.
Creo con certeza en la expresión de K. D. Hartmann de que la idea de Dios “ha impuesto a la forma artística su más alta misión”, y en la afirmación de Henri Focillon de que “La vie est forme, et la forme est le mode de la vie (et) Les relations formelles dans une oeuvre et entre les oeuvres constituent un ordre, une métaphore de l´univers”.
[1] K.D. Hartmann, Historia de los estilos. Editorial Labor, Barcelona. 5ta. Edición, 1948:7, 8.
[2] Focillon, Henri, Vie des formes suive de Égloge de la Main. Le club français du libre, Paris. 1964: 11, 13.