Repasando la guía tiránica iberoamericana, confirmo que la posibilidad de negociar con dictadores ha sido escasa. Aquellas negociaciones en las que han participado atañen casi siempre al exilio, al botín que intentan llevarse, o al propio pellejo. Lo usual es que mueran tranquilos, ejecutados, o derrotados a fuego y espada.

En ocasiones ceden, pero desde adentro, obligados por circunstancias en las que el control absoluto sobre la población pudiera estar amenazado. Esas transformaciones, cuando suceden, se hacen con diseño propio. Cuba y China comunista decidieron cambiar y lo hicieron cuando y como les vino en gana. El primero menos, el segundo más.

El gobierno venezolano ha ido creando una estructura de poder rígida y tiránica, imposibilitando cualquier cambio pacífico. Negociar en la actualidad un retorno a la democracia parece una quimera, un milagro político. La escalada militarista y la pérdida de libertades públicas en esa entrañable nación lo demuestran. Ni comisionados ni Santo Padre han podido desviar el derrotero.

El chavismo cuenta con una “milicia bolivariana”, compuesta por cientos de miles de civiles armados, a sueldo, adoctrinados, y de probada capacidad represiva. A disposición de Maduro están también sus fuerzas armadas, reconstruidas para servir únicamente al gobierno revolucionario. Por otro lado, mantienen un seguimiento popular que, aunque en vertiginosa caída, sirve todavía para justificarse y utilizarlo en las calles como fuerza de choque.

En el meollo de esta organización de amedrentamiento y poder, manda, dispone y habita el eficiente servicio de inteligencia cubano, ejecutando estrategias de todo tipo – donde podrían caber hasta negociaciones simuladas – para evitar la caída del gobierno. El castrismo hará lo que sea necesario para seguir recibiendo dinero de Caracas.

El enriquecimiento ilícito de la clase gobernante venezolana es solamente comparable al alcanzado por los gobiernos peledeistas en la República Dominicana. El origen delictivo de esas fortunas dificulta el exilio: en Norteamérica esperan numerosos y bien documentados expedientes judiciales.

Así las cosas, no lo tienen que pensar dos veces, pues quedarse en casa es lo que conviene. Abandonar el palacio de Miraflores conlleva tal peligrosidad personal que ninguno de ellos querrá intentarlo.

El factor psicológico es igualmente importante en esta trágica encrucijada política: el presidente y sus colaboradores, en particular el influyente Diosdado Cabello, están enfermos de poder. Nicolás Maduro comienza a disfrazarse de tirano, vistiendo “liqui-liqui” caqui o negro, y posando con cetro entre sus brazos (de esos que usaban emperadores y reyes). Ambos líderes revolucionarios exhiben sin ambages sus riquezas a través de familiares y testaferros, comprando propiedades por el mundo con regusto y desvergüenza.

Considerando las circunstancias anteriores, es difícil entender qué pudiera estar negociando Nicolás Maduro. Tampoco lo entiende Felipe González, el legendario líder socialista español, correligionario del comisionado Rodríguez Zapatero. Para él, todas estas tratativas no son otra cosa que una tomadura de pelo. Está consciente de que una maquinaria opresiva de tal magnitud no cede, pero manipula.

Reconozco en esos políticos que intentan negociar a hombres sagaces y experimentados; quisiera pensar que vislumbran alguna auténtica esperanza y que alguna promesa (espero que no sean de esas que se prenden y se apagan a conveniencia), les impulsa a seguir coqueteando con ese nuevo “Tirano Banderas”.

Eso sí, el riesgo de que esos comisionados queden burlados es grande. Puede que estén “mamando gallo” con ellos, y, al final, terminen prolongándole la vida a la Revolución Bolivariana.