“El periódico es una tienda en que se venden al público las palabras del mismo color que las quiere”-Honoré de Balzac.
La negatividad en los medios de comunicación se refiere a que la información que ellos suministran a todo público se enmarca dentro del fracaso, la crisis, la frustración o la decepción, la exaltación de las disputas, los desacuerdos o controversias, y las críticas o ataques desmesurados y parciales vertidos sobre los actores involucrados. La negatividad se hace acompañar con frecuencia de nubarrones o de aguaceros de pesimismo, en el sentido de hacernos creer que nos ha tocado vivir en el peor de los mundos posibles, donde el dolor es perpetuo (acepción schopenhaueriana), siendo nuestro inevitable destino luchar inútilmente por lo imposible de alcanzar.
Hablamos aquí de negatividad refiriéndonos a toda esta carga nociva o de resultados inciertos, no de noticias polémicas o beligerantes que entendemos pueden ayudar a despertar la conciencia colectiva y generar un escepticismo saludable.
Nuestras observaciones personales 2017 respaldan la conclusión de que la prensa escrita y digital, la radio y la televisión abordan temas como los económicos, la inmigración, la seguridad ciudadana, la corrupción y la impunidad, los asuntos judiciales y la propia política con un alto nivel de negatividad diferenciado.
Esta negatividad es mayor en los medios físicos y digitales que en la televisión y la radio. En las noticias y análisis referidos a la cultura, la educación, los asuntos internacionales y otros temas, en los que la polémica o controversia social es mínima, la presentación de la información aparece más equilibrada o neutral. Finalmente, importante es destacar que cuando hay mayor elaboración e interpretación o valoración en el género periodístico elegido, mayor es la negatividad.
El fenómeno es digno de un estudio empírico auspiciado por alguna institución acreditada como neutral. Bien pudiera comprobarse el grado de incidencia de la negatividad en la tendencia al descenso en la participación política ciudadana, en sus evaluaciones negativas sobre la clase política, las instituciones y la realidad nacional en general, así como en su marcado y creciente pesimismo. En realidad, podría ser un factor explicativo importante.
En algunos casos la negatividad llega a los extremos cuando algunos medios son claramente renuentes a admitir que, posiblemente, al finalizar el año, en algún ámbito, estemos moviéndonos hacia adelante o que el año haya sido positivo en algún sentido o que algunos ciudadanos pueden ser presentados en justicia como ejemplos en su afán de progreso o de auténtica solidaridad humana.
Estamos frente a un escenario nacional donde se glorifican los aspectos negativos que oscurecen la sociedad dominicana de estos tiempos. Pareciera que estamos soterradamente guiados por unos medios que inducen deliberadamente la negatividad en la conciencia colectiva, como si el motor de la sociedad estuviera apagado o la embarcación donde todos navegamos permaneciera irremisiblemente encallada.
Lo peor, la negatividad anda acompañada. En el fondo de cientos de notas de prensa, editoriales y “trabajos de investigación”, es fácil advertir una marcada parcialidad y una clara y a veces burda toma de posición a favor de uno de los actores involucrados, restando calidad, objetividad y veracidad a la labor periodística. Así, el discurso involutivo, que se vende todos los días por nuestros medios, afecta el ánimo de la sociedad y consolida una percepción en gran medida distorsionada de la realidad (en razón de que raras veces profundiza en las causas estructurales primarias de los problemas).
De este modo, las preferencias colectivas se consolidan alrededor de lo espectacular, lo superfluo y banal, “lo más violento e insólito”, los escándalos personales o familiares, y en los hechos que ponen de manifiesto los más crueles e inverosímiles extremos de la conducta humana.
Resulta así que el periodismo profesional, como uno de los poderes cognitivos más importantes de cualquier sociedad, ha terminado conociendo su peor nivel de degradación ética en muchos años. Esta atrevida aseveración surge de manera natural al confrontar la calidad y características de la información suministrada con aquella vieja e inmutable enseñanza universitaria: la verdad debe ser la fuerza suprema que guíe el trabajo periodístico y analítico en los medios de comunicación.
¿Y qué es la verdad? A nuestro entender la verdad es informar con objetividad, sin los manoseos direccionados por los intereses, en un estilo veraz, simple, comprensible, accesible e instructivo. La verdad es explicar los hechos tozudos con deslumbrante conocimiento, objetividad e imparcialidad. Es, como escribía Niceto Blázquez, “un valor fundante del derecho a informar y ser informados”. Pero, siendo la mentira una de las más poderosas fuerzas motrices del mundo actual, no podemos menos que afirmar que tal derecho ha sufrido la misma degradación ética que toda la sociedad con las mentiras.
Resulta que, en estos tiempos de globalización, el periodismo forma parte de los bloques institucionales que cuenta con uno de los más altos niveles de cuestionamiento, tanto, como la misma Administración a la que, cuando no estamos en ella, pretendemos endilgar los pecados más graves de la humanidad.
La realidad es que todo fluye hacia adelante (no puede ser de otro modo, aunque fuere hacia su destrucción necesaria) bajo las serias restricciones de la negatividad y la parcialidad mercenaria. Parcialidad que, en este contexto, nos parece una voz redundante por ser ella una emanación directa y conocida de los bloques de intereses hegemónicos.
El periodista hace mucho dejó de regirse por “una profunda identificación con principios y normas de adhesión a la verdad, a la equidad, al respeto por la dignidad y por la intimidad de las personas, al ejercicio de la responsabilidad social y a la búsqueda del bien común”, nos dice Karina Herrera, del Centro de Competencia en Comunicación para América Latina.
De hecho, estamos muy lejos de alcanzar la democracia del “gobierno de opinión”, en tanto uno de los elementos fundamentales de su funcionalidad es “un periodismo independiente, riguroso, juiciosamente analítico y claramente investigativo. Un periodismo en que se contrasten las diversas versiones en competencia, se respeten los puntos de vista de las minorías y se saquen a la luz pública los temas de interés colectivo” (German Grey, 2004).
Ya tenemos libertad de prensa casi a plenitud. Ahora deberíamos detenernos a pensar seriamente sobre las modalidades del ejercicio de esa libertad y sobre los excesos que su ejercitación está poniendo en clara y contundente evidencia.