Necesitamos verdaderos profetas como Sofonías el “profeta negro”.  Porque los hay, blancos y negros,  falsos y los hay verdaderos (Jeremías 28:15; 2 Pedro 2:1).

Los verdaderos profetas deben encarnar el estilo de Dios. El "estilo" de Dios –dirá el Papa Francisco- es actuar con sencillez, humildad, en silencio, no con "el espectáculo mundano". El reino de Dios no es un carnaval.

Cuando Dios envió a David para pelear contra Goliat, parecía una locura: el pequeño David frente al gigante, que estaba bien armado y David sólo tenía una honda y piedras. Las cosas simples, la humildad de Dios, este es el estilo de Dios, no el espectáculo. “Dios ama el silencio. “ Y cuando Dios guarda silencio –dice el pastor Gonzalo Sanabria- es porque está trabajando”.

Los verdaderos profetas forman parte de los pobres de Yahvé. Como el profeta Sofonías (Siglo VII a.J.C.), llamado el “profeta negro”  por su origen racial. Fue el noveno de los profetas menores, autor del bíblico Libro de Sofonías, un librito (casi un folleto) de apenas 53 versículos, que lleva su nombre, y forma parte  del Antiguo Testamento.

“Contemporáneo de Josías y de Jeremías, anunció en su libro la ruina del reino de Judá por su corrupción e idolatría, que Dios había de castigar en el Día de Yahvé, y el advenimiento de un nuevo reino basado en la humildad (los pobres de Yahvé)”.

Sofonías significa “Dios me protege”.  Nació en Jerusalén, capital del país, alrededor del año 660 a.C. La Biblia lo presenta como “hijo de Cushí, hijo de Guedalías, hijo de Amarías, hijo de Ezequías” (Sofonías 1,1).

El padre Sofonías  era oriundo de Cush. En la Biblia, Cush es el nombre de Etiopía, país del África, situado al sureste de Egipto. Como sus habitantes eran de raza negra, se usaba la palabra “cush” (que en hebreo significa negro, oscuro) para referirse al país; y “cushita” para sus habitantes.

El color de su piel era tan oscuro que llamaba la atención a los israelitas. Esto se aprecia en un famoso discurso, pronunciado por Jeremías contra los pecadores de Jerusalén, donde les dice: “¿Puede un cushita cambiar su piel? ¿Puede un leopardo quitarse las manchas? Pues tampoco ustedes, acostumbrados a obrar mal, pueden hacer el bien” (Jeremías 13,23).

Sin embargo,  la Biblia se refiere a  ellos con mucha dignidad y respeto. Los presenta como orgullosos de su nacionalidad (Salmo 87,4), buenos guerreros (Ezequías 38,5), bravos jinetes (Jeremías 46,9), amados por Dios (Salmo 68,32) y respetados por Él (Ezequiel 29,10).

El joven Sofonías comenzó su carrera profética alrededor del año 640 a. C. cuando apenas tenía 20 años. “Para ese entonces cosas graves estaban sucediendo en su país. Acababa de morir el rey de Jerusalén, Amón, quien fuera asesinado por su propia guardia real. En su lugar reinaba su hijo Josías, de apenas 8 años. Como era menor de edad, gobernaba en realidad un Consejo, formado por familiares, ministros y tutores”.

Pero también se daban otras condiciones graves. Desde hacía más de cincuenta años el país atravesaba por una época de abatimiento, conocida como “la época de las tinieblas”, debido a los dos reyes anteriores, entre los que se contaba Manasés.  El país necesitaba una profunda reforma, en todos los aspectos: político, social, económico, religioso. Y Dios llamó al joven Sofonías para que se encargara de impulsarla.

A la corrupción religiosa de la época le siguió la injusticia social: ricos que se apropiaban de las tierras de los pobres, comerciantes fraudulentos, jueces sobornados, dirigentes inmorales.

En su época los niveles de corrupción eran tales, que la Biblia presenta a Manasés como el peor de todos los reyes de Jerusalén (2 Reyes 21,11). Algunos profetas levantaron su voz para denunciar sus abusos, pero el rey hizo matar a todos, “inundando Jerusalén de punta a punta con ríos de sangre inocente” (2 Reyes 21,16).  Lo sucedió su hijo Amón, tan cruel como su padre. Sólo alcanzó a reinar dos años, antes de que los oficiales de la corte lo mataran.

Su discurso rompió 60 años de silencio profético. Desde la muerte de Isaías, más de medio siglo antes, ningún otro profeta había vuelto a hablar en Jerusalén. Sofonías, entonces, empezó a recorrer las calles de la ciudad, gritando a viva voz los mensajes que recibía de Dios.

Hoy nuestro país necesita profetas negros (y blancos) con el estilo de Dios,  que como Sofonías “rompan el silencio, que levanten su voz y salgan a recorrer las calles del país” para hacer suyas las tristezas  y sufrimientos del pueblo dominicano.

Y,  ¿por qué no? Para escuchar también de sus labios los salmos cargados de esperanza  y rebeldía que habrán de darnos aliento para luchar contra la opresión política y económica que asfixian la libertad y la democracia de este pueblo dominicano.