Ha finalizado la Semana Santa y todo vuelve a la normalidad. Para muchos, es un tiempo de recogimiento y de mirada reflexiva a su propio comportamiento y a los acontecimientos nacionales y mundiales. Para otros, es un período de oración-discernimiento intenso, que los coloca en un estadio donde la necesidad de conversión y de identificación con el Proyecto de Jesús es lo primordial. Otros, a su vez, priorizan en esta época el descanso, la recreación y la recuperación de espacios y amistades, que por la prisa cotidiana habían colocado al margen. Existen, también, los que determinan como aspecto principal la dedicación a la familia. Aprovechan para reconstruir lazos, fortalecer procesos y organizar acciones que garantizan la estabilidad familiar y la paz colectiva de esa institución. Como podemos notar, la Semana Santa favorece el desarrollo de diversidad de intereses y ofrece múltiples posibilidades de madurez personal y de consolidación amical; también, de comunión familiar, de fortalecimiento de la fe y del compromiso con el Proyecto de Jesús. Unido a todos estos aspectos loables, la Semana Santa para otras personas ha significado muertes por accidentes; incidentes críticos por rencillas, por situaciones de salud y por desviaciones del comportamiento personal y grupal.
La Semana Santa encierra una complejidad; y, por lo tanto, está matizada por múltiples situaciones y experiencias. Pero la Semana Santa finaliza con la Resurrección, un acontecimiento histórico y religioso que trasciende los hechos particulares y constituye para los creyentes la mayor alegría y esperanza. Resucitar es vencer la muerte, es encontrar la verdadera Vida.
Nuestro país necesita resucitar. Hemos de recuperar la vida y la alegría; hemos de reaprender el valor del respeto a la Ley; hemos de asumir corresponsablemente el derecho a la vida de las personas, de los animales, de la naturaleza toda. Hemos de fortalecer la amistad con la naturaleza y con la ciudad; hemos de identificarnos con la rendición de cuenta y con la transparencia. Resucitar es poner más empeño en colaborar para que la justicia deje de envilecerse y cumpla fielmente sus principios; es trabajar efectivamente para que las instituciones se aprendan y apliquen las lecciones básicas de la ética; es actuar con responsabilidad para que los funcionarios públicos y privados reconozcan que no tienen licencia para el uso ilícito del dinero ni de las pertenencias de las instituciones que representan. Es tomar conciencia de que los ciudadanos también debemos aprender y aplicar las lecciones básicas de la ética en la vivencia cotidiana.
No reducimos el sentido ni el alcance de la Resurrección. Sencillamente nos interesa que redescubramos la diversidad de vías que tenemos para aprovechar la savia de la Resurrección en la vida diaria. Esta savia la necesitamos cada una de las personas. Se necesita en todo el país para reencauzar aquello que anda torcido y para aportarle mayor calidad a lo que mejora la vida y el espíritu de la sociedad. La savia de la Resurrección nos ofrece pluralidad de valores, de experiencias y de hechos que pueden sanar heridas y reconstruir proyectos. Asimismo, puede enderezar comportamientos y anticipar nuevas maneras de vivir la vida integralmente. Esta savia no es excluyente, alcanza para todos y nos convoca a todos. La esencia de la Resurrección se convierte en fuerza que energiza para vencer el pesimismo y adherirnos a la alegría y a la esperanza. Es una corriente que circula por nuestro cuerpo y nuestra mente para inducirnos a buscar y pensar el bien común. Este no es cualquier bien, es el que tiene en cuenta a los más vulnerables, a los orillados en la sociedad, a los excluidos de bienes y servicios que les pertenecen. También, tiene en cuenta a los poderosos para que no pierdan de vista a sus hermanos más desvalidos. Además, buscar el bien de la sociedad dominicana es un hecho marcado por la savia de la Resurrección de Jesús, quien en todo momento actuó y luchó por una vida abundante para todos.