“En este mundo no hay más que una raza inferior: la de los que consultan antes que todo su propio interés, bien sea el de su vanidad, o el de su soberbia, o el de su peculio; ni hay más que una raza superior: la de los que consultan, antes que todo, el interés humano.” (José Martí)
Desde pequeño, comprendí que la época más bonita del año es la navidad. Quizás me embriagaron los colores que la engalanan, el verde que visten los campos plantados por las lluvias de nuestro invierno, la música que le da cuerpo y por las ansias que tuve cuando era niño y que dentro de la pobreza, nuestra madre y otras madres del barrio hacían el esfuerzo de obligar al niño Jesús a pasar por la casa, a recoger las yerbas y el agua colocadas debajo de la cama para darle de comer y beber al asno. Crecimos además, con esas imágenes fecundas de compartir con el vecino el plato de comida y la esperanza.
Han pasado los años. Hemos crecido en gracia de Dios y de los hombres. No hemos perdido ni negociado la esperanza ni la costumbre. Ya sabemos, y nos lo señaló San Atanasio, que “Dios se hizo hombre para que los hombres fuéramos Dios”: inmanentes (mirada puesta aquí) y trascendentes (mirada hacia futuro). Preocupados por las cosas de la tierra pero con una mirada que vaya más allá de ellas; amar lo que hacemos y lo que esto representa. No ser traslucidos para opacar. No quedarnos en la materia solamente sino traspasar lo temporal. No apoderarnos de la trascendencia para huir de lo pasajero. No escondernos detrás de Dios para no enfrentar con valentía las cosas que hacen sufrir y llorar al hombre. Ser transparente de un lado hacia el otro lado.
La Navidad es eso, una buena noticia de Dios a todos los pobres del mundo, de que él es solidario con su causa, por lo que se hizo un pobre más, como cualquier otro. No vino a ser un pobre especial. Ni tampoco vino a simular que parecía pobre. Era pobre, con los rostros y las limitaciones que tenían los pobres de entonces «privación económica, los mendigos, los ciegos, los sordos, los mudos, los cojos, los tullidos y los leprosos, las viudas y los huérfanos: las mujeres y niños, los jornaleros no cualificados que solían estar sin trabajo, los campesinos que trabajaban en las granjas, y los esclavos, los que tenían una profesión pecaminosa o impura: las prostitutas, los recaudadores de impuestos (publicanos), los ladrones, los pastores, los usureros y los jugadores;…el mundo de los «pisoteados», los «perseguidos» y los «cautivos», los oprimidos, los marginados o los desheredados de la tierra: la gente que no cuenta para nada. (Lc 4, 18; Mt 5, 1)” (Albert Nolan, Jesús Antes del Cristianismo, ¿Quién es este Hombre?)
Ayer como sucede hoy, Jesús asume la condición de los nacidos con todas las carencias y desventuras de un pueblo oprimido por una potencia extranjera que los exprime y los saquea: Imperio Romano. Hoy, el imperio es otro, pero tiene las mismas mañas, salvaje por un lado y más sutil por otro, sin dejar de ser nefasto.
“La buena noticia de la navidad de Jesús para los pobres, se convierte en una mala noticia para los ricos” los tutumpotes y satisfechos de toda sociedad, tal como nos lo dijo Leonardo Boff. Pues sucede, que en cualquier sociedad donde resida un cristiano, no puede éste conformarse con ver una sociedad basada en oprimidos y opresores, entre gentes que lo tienen todo y otros que no tienen nada, y en ocasiones existan seres humanos que tienen hasta que venderse como mercancías para sobrevivir.
Por muchos adornos que le pongamos y por mucha estridencia y regalos que coloquemos a esa navidad, y por muchas contribuciones que ellos hagan a nuestras obras religiosas, o que compartamos sus grandes banquetes, esas sociedades no son cristianas. Si en la Navidad de Jesús, Dios se despojó de todo para hacerse hombre igual al hombre, no existe un punto medio para que nuestros hechos sean cristianos al estilo de Jesús. O apostamos por los desamparados del mundo, los desclasados, marginados, oprimidos, olvidados, los que migran noche y día por razones multiples, los medios hombres o casi hombres, los masacrados por quienes él se hizo hombre, o nuestra visión y misión de cristiano son una farsa, una comedia para reír o un acto de entretenimiento.
La navidad es fiesta de los pobres. Los ricos celebran porque quieren confundir su arrogancia, y emborracharse en su derroche, como Herodes. Dios no nació arriba en palacios, sino abajo en un pesebre, para romper el esquema de la sociedad y la expectativa de ésta. Esto es una mala noticia para los poderosos, que organizaron una sociedad a su favor. No podemos cambiar el trasfondo de la literatura bíblica. Tampoco lo dicho por María, una madre migrante, en su conocido “Canto Magníficat”, refiriéndose al Dios creador, que se hizo pobre en Jesús: “Actuó con todo su poder: deshizo los planes de los orgullosos, derribó a los poderosos de sus tronos y puso en alto a los humildes. Llenó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías” (Lucas 1:46-55).
Siempre será así, en la navidad de Jesús, los ricos son despedidos con las manos vacías, pues él nació para solidarizarse con aquellos que no tenían nada y a nadie en quien esperar. Los poderosos no fueron convidados a celebrar este nacimiento, a menos que estén celebrando en su hipocresía, el acto de un Dios que se parcializa a favor de los jodidos de la tierra.
“¡Gloria a Dios en las alturas! ¡Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad! (Lucas 2:14).