Boaventura de Sousa Santos nos refiere que “El modo como se defina una crisis y se identifiquen los factores que la causan tiene un papel decisivo en la elección de las medidas que la superen y en la distribución de los costos sociales que estas puedan causar. La lucha por la definición de la crisis es, así, un acto político”.
Las crisis se expresan en muy variadas maneras y dimensiones, van desde crisis ambiental, económica, financiera, alimentaria, energética. En la sociedad dominicana hay una potencial financiera, en ciernes, si se quiere, que se expresa en la acumulación por 10 años de déficits fiscales que rondan más de 800,000 mil millones de pesos. A los déficits fiscales deviene el profundo endeudamiento, dibujado en US$35,189 millones de dólares. Solo entre el 2012 y el 2016, las deudas crecieron en 10,000 millones de dólares. Es lo que se conoce como los déficits gemelos.
Si no hay un cambio de timón rápido en otra perspectiva, se vislumbra, se ve venir esa crisis financiera, que obviamente se enrumbará en una crisis económica. A este desbalance, más allá de la estabilidad macroeconómica con crecimiento, hay que ver lo que no se ve en este modelo. En el Informe de los Resultados Preliminares de la Economía Dominicana Enero –Marzo 2017, cuando vemos el cuadro de préstamos por destino nos encontramos que los préstamos personales ($399,211.3), son cuasi equivalentes a la Producción ($448,302.6). Sin embargo, cuando desagregamos por sectores, los préstamos al consumo ($242,109.8) son más altos que todas las actividades económicas individuales (Agropecuaria, Manufactura, Energía y Agua, Construcción, Comercio, Hoteles, Microempresas y otros préstamos).
Préstamos que “mueven la economía”, empero, no generan riqueza y son los potencializadores cruciales, en gran medida, de importaciones que no derivan divisas. En el nivel social de la realidad, constituyen una centrífuga en sí mismo que crea una simbología falsa del progreso. Un espejismo social, vía el consumo, que no encuentra eco en una sociedad de ingreso medio.
Los indicadores sociales nos muestran los signos “vitales” del crecimiento económico. “Los músculos sociales” que no están acompañados, que no existen en armonía con el desempeño económico y los ingredientes sociales que lo soportan. El andamio social acusa grietas de una sociedad de ingreso bajo. Ello se debe a dos razones fundamentales: la mala distribución de la riqueza, que se expresa en la desigualdad social y, con ello, en una profundización del distanciamiento de la cohesión social que ha venido disminuyendo en los últimos 5 años. A este termómetro social, se adiciona la enorme percepción de la corrupción; todo lo cual, expresa el acantilado fluvial en ebullición de la tormenta del riesgo social.
Ulrich Beck en su libro La sociedad del riesgo nos decía que el Riesgo “son los intentos de evitar o mitigar los peligros potenciales, especialmente los “riesgos fabricados”, que son producto de la actividad humana”. Los riesgos, en este caso sociales, son el resultado de la atomización y de la inefectividad de los actores llamados a buscar salidas efectivas a problemas que están presentes en la sociedad y que hieren, laceran y disminuyen la vida cotidiana de un conglomerado humano. El no dar respuesta creíbles, eficientes a conflictos, indecisiones y dudas, complejiza más el panorama, coadyuvando al riesgo social y por vía de consecuencia, en nuestra formación social, al riesgo político. Los riesgos dibujan crisis y traen como axioma cambios. Mientras más interactúan los riesgos entre sí, menos confianza se contonea en el tejido social.
En el cuerpo social dominicano interactúan simultáneamente: riesgos externos, configurados por la naturaleza; con los internos, que son los ocasionados por la actividad humana: la corrupción, la impunidad, la efectividad gubernamental, la poca calidad en la regulación del Estado, la calidad de los servicios públicos, el imperio de la ley y la eficacia de las inversiones a través del gasto público, que deja mucho que desear.
La naturaleza de la crisis en República Dominicana gravita sobre lo político-institucional. Una enorme crisis de confianza pinta, delinea, una sombra oscura que impide una relación efectiva, una interacción social armónica entre gobernantes y gobernados. Más que los indicadores del termómetro social que es suficientemente negativo, lo que acusa la bastedad, la rusticidad, cuasi atroz es la ausencia, la inobservancia del cumplimiento de las leyes.
Ello, produce por mucho tiempo, dolor, inercia, frustración y una actitud de desahucio, de desesperanza por parte del colectivo humano. Expectativa y realidad se acunan entonces, en un grito de agonía y el deseo de cambio. El “incidente” simbólico lo fue ODEBRECHT. La curvatura, dobladura sería ODEBRECHT, creando la acumulación en sí misma de toda la corrupción. ODEBRECHT encarna todo el efecto dominó de la larga angustia del trágico trance de la impunidad.
ODEBRECHT trae consigo la visibilidad de la putrefacción de actores públicos y como paradoja, la luz. El foco encendido del cuadro de la esperanza y del agua que flota con limpidez en el crisol de la institucionalidad. Los llantos en los rostros desaparecen en una buena parte de la ciudadanía. La tristeza y el miedo están en la acera de aquellos que han hecho de la política el negocio perfecto de la delincuencia y de la movilidad social.
ODEBRECHT, en la naturaleza de las crisis, suma y multiplica, divide y resta, en la composición de la sociedad y en la descomposición del bloque del poder. Las luchas de facciones y de fracciones del bloque social en el poder, ya no otea los encantos de sirenas que ayer ilustraban con “acierto”. La crisis al interior del Partido gobernante es patente y patética.
Esa división, que es expresión del corporativismo que los articula y los secciona al mismo tiempo, ya no guarda el espíritu de cuerpo que hace varios años. Es tal la desunión que no ha podido tener una posición argumentada con todas las secuelas de los escándalos de corrupción (CORDE, CEA, Tucano, INDRHI, ODEBRECHT, Duquesa). Como Partido hegemónico concita todavía, cuando se reúne el Comité Político, las expectativas en los medios, es como si de ahí saliera la vida y la muerte de toda la sociedad.
La lógica interna del Partido en el poder solo guarda de reciprocidad la cartelización de la política como función vital de su permanencia. No obstante, los límites, en la naturaleza de las crisis, lo envuelve y lo hace perder la imaginación de las respuestas institucionales que han de dar al colectivo social. El Estado corporativo, consecuencia del Partido Cartel, se diluye en la misma distancia calculada, que antaño lo hizo “fuerte”.
La naturaleza de las crisis se teje en intereses que se bifurcan, en tanto bloque social del poder. Su autonomía se agrieta y una parte de la elite social que otrora respondía al Partido gobernante, se aleja. La eclosión cobra una nueva mirada de parte de la diversidad social, que es heterogénea. ¡El sentido será contradictorio como la vida misma! Empero, las deudas son tan grandes y graves que las respuestas que corren no pueden uniformizarse en el comportamiento humano colectivo.
Es como nos diría Zygmunt Bauman en su libro Estado de Crisis: “La pérdida de poder desemboca en un socavamiento de la potencia de la política económica, lo que se refleja a su vez en los servicios sociales. La crisis del Estado se debe a la presencia de esos dos elementos: la incapacidad para tomar decisiones concretas en el plano económico y la consiguiente incapacidad para procurar servicios sociales adecuados”.