Se me ocurre decir que nadie (desde fuera) sabe lo que pasa en Venezuela, pues cada quien (dentro del país) cuenta su verdad y la disfraza o acomoda a su conveniencia. La única verdad, además del eterno sufrimiento de la población, es que a las grandes potencias (Estados Unidos, China, Rusia y la Unión Europea) les interesa apoderarse de los recursos naturales de uno de los países más rico del mundo.

 Para facilitar las apetencias de las grandes naciones (todas quieren participar del botín de guerra), Venezuela está dividida por los intereses económicos internos de las fuerzas conservadoras que tienen 20 años fuera del poder  y los que se han autodenominado como los socialistas del siglo XXI. Estos son los chavistas en el gobierno.  Y está dividida además por el terrible odio entre los famosos moradores de los cerros (los pobres de solemnidad) contra la clase media y la clase alta (empresarios tradicionales).

Los socialistas, encabezado por su líder Hugo Chávez, se sustentó –y se sustenta– en los olvidados pobres (sus programas sociales están dirigidos a ellos). Son estos, por ejemplo, cuando en 2002, al darle un golpe de estado, bajaron de los cerros y pusieron el país al borde de una terrible guerra civil. Los golpistas, azuzados por Estados Unidos, se metieron en miedo y desistieron: varias cosas le salieron mal. Chávez volvió al control del Estado.

Ahora regresó la crisis. Estados Unidos y sus aliados, motivados por sus empresarios petroleros, quiere tumbar al presidente Nicolás Maduro. Del otro lado China, Rusia, Irán, Turquía; que tienen negociaciones con el actual gobierno, defienden y sustentan a Maduro.

El caso es que la lucha no es ideológica, es por intereses económicos, controlar el comercio: no importa el bienestar o el sufrimiento del pueblo.  Si Maduro es dictador o no, eso no es lo que importa: las autoridades norteamericanas tienen muchos amigos dictadores.  La única verdad es que Estados Unidos se ha sentido desplazado en su propio continente por Rusia y China; y ha ido ejecutando la denominada contrarrevolución, es decir, tumbando presidentes que considera hostiles y poniendo gobernantes con los que los empresarios norteamericanos pueden establecer negocios.

Lo hemos dicho en este mismo diario, donde han tumbado un presidente progresista, manipulan para que llegue al poder la ultraderecha, un empresario. A  Dilma la sustituye el empresario Michel Temer. A Fernando Lugo de Paraguay en el 2012, lo cambiaron por uno de los hombres más ricos del país, Horacio Cartes, del Partido Colorado, el mismo del dictador Alfredo Stroessner. Con el golpe de estado a Manuel Zelaya de Honduras en 2009, llega al poder el derechista Porfirio (Pepe) Lobo. A la presidenta argentina Cristina Fernández la sustituye el empresario Mauricio Macri.

Debemos puntualizar lo siguiente: no podemos decir que los gobiernos de derecha son malos y que los de izquierda son el paraíso; o que en uno hay corrupción y en otro no.  Lo que si todos debemos defender es el derecho de cada pueblo a defender y comercializar sus recursos naturales, sus industrias con quien más les convenga a su población. Una potencia, sin importar su nombre, no puede desestabilizar o hacer la guerra a otra nación para obligarla a negociar con ella.

¡Rogamos al Dios Todopoderoso, que está sentado en el Trono,  para que resguarde a Venezuela y ayude a propiciar la reconciliación!  Invocamos a Dios, pues no es asunto de buenos cristianos que un pueblo tan rico, tan rico sufra tantas, tantas calamidades; obligando a que su gente viva errante por el mundo, como el santo pueblo de Israel…