Lo vuelvo a  repetir. Con motivo de la inclusión en la agenda nacional del tema de  la firma del Pacto Mundial  por una “Migración Segura, Ordenada y Regulada”, aparecieron, dentro y fuera del gobierno, rabiosas manifestaciones de nacionalismos viscerales e ignorancias geopolíticas. En este contexto, la negativa del país a firmar dicho Pacto, más que fiesta nacionalista, constituye una inmoralidad del nacionalismo criollo, independientemente de  quien levante la bandera en su nombre.

Existen sobrados argumentos para pensar que el nacionalismo agoniza de la misma manera que también agonizan  el comunismo, el socialismo y el neoliberalismo, que hoy no son más que ideas gastadas. La política mundial se ha convertido en  política interior mundial y ha dejado a la política  sin fronteras ni fundamentos. Por eso, quien espere el regreso de lo político según el molde del Estado-nación, simplemente sumará su voz al coro de lamentaciones  del final de la política democrática.

Los nacionalistas criollos han perdido su inocencia. Habiéndose quedado sin escenarios de izquierdas para proyectar la contrastante luz opaca de su derechismo, “fabrican enemigos”  para justificar la defensa torpe de la patria en nombre de unos valores patrios mancillados por ellos mismos cuando pisotean las solidaridades que en nombre de los derechos humanos debemos dar y recibir en el concierto mundial de  naciones libres hermanadas.

Los nacionalistas criollos bordean la inmoralidad cuando sólo seleccionan como  enemigos a “otros” que están más allá de nuestras fronteras. Su miopía política y moral les impide ver  cómo las soberanías nacionales son enajenadas por los organismos financieros globales y las empresas  transnacionales y  nacionales que reciben en bandeja  de plata “concesiones” y prerrogativas excepcionales para usufructuar para sus propios intereses los recursos de la nación en detrimento de las necesidades y derechos de los “otros” nacionales.

En el marco del estatus moral del Estado-nación también habremos de preguntarnos qué circunstancias deben darse para que consideremos decente la autodeterminación  nacional de una comunidad política y no una mera imposición efectiva de los “valores” de una élite política, económica y cultural sobre el resto de la sociedad dominicana.

El nacionalismo es una forma de egoísmo colectivo, que es lo mismo que decir que los grupos nacionalistas y los Estados-nación pueden comportarse bien y mal y deben ser valorados en consecuencia. Llegó el momento de evaluar la “inocencia” de los nacionalistas criollos y sus manipulaciones patrioteras para no mirar hacia Marrakech y manifestar sus odios migratorios.

En nombre de  un “soberanismo” alucinante  los nacionalistas del patio apuestan a colocar  el  país  en un  aislacionismo que tiene como telón de fondo una paranoia xenofóbica, mixofóbica y globalofóbica.

Amurallados en una crasa ignorancia geopolítica, son incapaces de ver que la nueva política empieza perforando la “barrera del sonido nacional” y que frente a la relevancia cotidiana de los problemas mundiales, el fortalecimiento de la política en el espacio nacional sólo será posible abandonando las miopías nacionales.

De la misma manera, son incapaces de admitir  que la globalización supone un cambio desde una política puramente centrada en el Estado-nación a una nueva y más compleja política global de múltiples niveles. Realmente la autonomía de los Estados-nación está comprometida: los gobiernos cada vez encuentran más dificultades para llevar a cabo sus agendas nacionales sin la cooperación de otras instituciones, políticas o económicas que están por encima y más allá del Estado-nación.

Tal como lo expresa Alberto Benegas (1997)  en su ensayo 'Nacionalismo: cultura de la incultura': “El nacionalismo pretende establecer una cultura alambrada, una cultura cercada que hay que preservar de la contaminación que provocarían aquellos aportes generados fuera de las fronteras de la nación. Se considera que lo autóctono es siempre un valor y lo foráneo un desvalor, con lo que se destroza la cultura para convertirla en una especie de narcisismo de trogloditas que cada vez se asimila más a lo tribal que al espíritu cultivado que es necesariamente cosmopolita”. 

Más allá de la miopía y los recelos de los nacionalistas criollos, los expertos en derecho nos hacen pensar que ya no son los Estados-nación los que hacen las leyes internacionales y dictan el derecho internacional. La cosmopolitización del derecho incluye que los Estados apoyen normas, formas legales y organizaciones que garanticen las libertades civiles y la mutiplicidad cultural en el interior y en exterior.

La mirada global es un antídoto contra el etnocentrismo y el nacionalismo, sean de derechas o de izquierdas. ¡Los nacionalistas criollos han perdido su inocencia y sabemos de qué lado están!