Nueva York.-El mundo hoy vive una situación muy parecida a la que originó la Revolución Francesa de 1789. La elíptica de la historia cerró una circunferencia de 360 grados.

Hoy, como ayer, un microscópico grupúsculo de súper ricos controlan todos los recursos del planeta mientras las mayorías nos matamos por migajas. Lo mismo hacen muchos gobiernos centrales, por eso han surgido varios movimientos independentistas.

Irlandeses y escoceses quieren separarse de los ingleses y los ingleses también quieren separarse de la Unión Europea. Catalanes y vascos quieren separarse de España así como los de Ucrania y Chechenia quieren separarse de Rusia. Y Quebec quiere separarse de Canadá.

Los kurdos de varios países reclaman una nación propia.

La tributación sin representación fue el tema central de la Revolución estadounidense de 1776, siguió con la Revolución Francesa de 1789 y de ahí a la independencia latinoamericana. Hoy, como ayer, la injusta distribución de las riquezas subyace en el fondo de todos los movimientos independentistas.

Esto no ocurre en el vacío, ni por casualidad, es consecuencia y continuidad de una transformación mayor que empieza con el planeta y envuelve sus sistemas políticos.

Donald Trump ganó porque del liderazgo político y las estructuras partidarias estadounidenses colapsaron, fracasaron; hoy los partidos demócratas y republicanos caducaron, se derrumban.
La crisis partidaria llegó primero a Latinoamérica, nuestros grandes partidos murieron. Colapsó APRA en el Perú, el modelo del partido latinoamericano, siguieron ADECOS y COPEI en Venezuela, y el PRD en República Dominicana.

Usando la historia como guía, es fácil anticipar el futuro de los nuevos movimientos independentistas. Los poderes imperiales no pudieron detener las independencias latinoamericanas del siglo XIX.
Detener estos movimientos requiere revisar la distribución de riquezas ofreciéndole a los neo-independentistas algo menos injusto, de lo contrario, nacerán nuevas naciones, cambiará el mapa geopolítico mundial.