Fruto de muchas investigaciones, ponencias, estudios, discusiones de temas entre nacionales y extranjeros, tenemos informaciones confiables y verificables a través de las cuales podrían solucionarse temas nacionales fundamentales del país. Sin embargo, poco de ese conocimiento es utilizado para resolver problemas ancestrales. En plano de la acción política, en partidos y agrupaciones de diversos signos y tamaños, en movimientos, peñas de carácter social o político, se han elaborado una enorme cantidad de propuestas de salida a la situación política, algunas de ellas con niveles importantes de elaboración y pertinencia y otras sin la más remota posibilidad de ser viables. Somos muy buenos para producir conocimientos y propuestas, pero pésimos para ponernos de acuerdo para realizarlas.

Quienes accionamos en el ámbito de la producción de conocimientos sobre la realidad del país, somos conscientes de la pléyade de profesionales en diversas ramas del conocimiento con capacidad de dar solución a diversos problemas y temas nacionales. Quienes militan en determinadas colectividades políticas, saben que estas tienen profesionales y técnicos de altísimo nivel que elaboran propuestas suma importancia y profundidad. En el primer caso, una conducción de la cosa pública sin sentido de pertinencia y sistematicidad determina que diversas investigaciones y estudios sean ignoradas por funcionarios ineptos o indolentes; en el segundo caso unos partidos, movimientos o peñas políticas, inmersas en el autismo o sectarismo no logran articular esas propuestas.

La irracionalidad en el manejo de la cosa pública, el inadecuado uso del capital social disponible en el país, además de reflejar esa proposición del dominicano a ser disperso y asistemático, refleja también esa tendencia de los partidos, movimientos y peñas políticas a cocerse en sus propias salsas y a no articular sus propuestas entre ellos. Generalmente, los gobiernos son reflejos del partido que lo sostiene y en gran medida el sistema de partidos que le sirve de contexto. En ese sentido, las diversas componentes de la oposición deben reflexionar sobre su inveterada tendencia a no articularse, porque además de hacerla ineficaz en su lucha por el poder, las hace potencialmente ineficientes en su eventual ejercicio.

En el caso de los partidos minoritarios opositores, tienen la ineludible tarea de relacionarse a través de sus propuestas con la finalidad de constituirse en referencias articuladas como única forma de tener fuerza suficiente para ser interlocutores con capacidad de incidir con eficacia en el sistema político y de manera determinante en las definiciones de las opciones esenciales del mayor partido opositor, algo fundamental para que ambas componentes tengan éxitos sustanciales en sus luchas para cerrarle el camino al continuismo del PLD y la estructura de corrupción e impunidad que este partido ha montado.

Las diversas propuestas, incluso algunas que se presentan como programas de gobierno, por más exquisitamente elaboradas que sean resultaran inviables si no se articulan entre sí y se convierten en acuerdos entre fuerzas políticas opositoras. Si las organizaciones políticas minoritarias permanecen dispersas y/o enfrentados entre sí en este sistema político inequitativo e inicuo, seguirán siendo fuerzas a lo sumo testimoniales y no alternativas a este sistema por más documentos, propuestas, proclamas y programas que escriban y publiquen; y si el partido opositor mayoritario no se articula con esas fuerzas se mantendrá como oposición, independientemente de cómo termine su actual proceso convencional.

Es necesario seguir impulsando las diversas iniciativas que están orientadas hacia la denuncia del sistema de corrupción e impunidad imperante en el país, pero es necesario hacer conciencia de que si estas no se articulan, independientemente de la contundencias de esas iniciativas y del tiempo y amplitud que estas tengan, y que justamente se reclaman, difícilmente las mismas tendrán los suficientes niveles de eficacia contra un tipo de poder con las características del que actualmente impera en el país. Lo dice la experiencia, también el sentido común: ningún ejercito disperso puede ganar una batalla decisiva, por más intrépidos que sean los combatientes y por más sesudos que sean sus respectivos estados mayores. 

Tampoco se puede ganar una batalla política en la que participan una pluralidad de actores, si éstos no llegan a mínimos de acuerdos que los articulen y lo conviertan en fuerza determinante. Son verdades elementales que la gente común entiende y reclama y, sin que nadie renuncia a su derecho de constituirse en fuerza política o tensar su militancia, es necesario que se asuma ese reclamo. Es la única y mejor forma de enfrenar tiempos políticos hasta ahora inevitables de este sistema, como son las elecciones, y no solo eso, sino para incidir en que estas discurran en condiciones mínimamente igualitarias y no  en las condiciones de inequidad en que actualmente discurre el sistema electoral dominicano.