A finales de los años 30 del siglo pasado, 1939, Hollywood produjo un clásico del cine estadounidense con el título que antecede, dirigido por Frank Capra y protagonizado por Jean Arthur y James Stewart, ganadora de un Oscar y otros premios y nominaciones.

Se trata de un hombre ingenuo ajeno a la política, reclutado para cubrir una vacante en el Senado de los Estados Unidos. Sus planes chocan rápidamente con la corrupción política, pero no retrocede.

El idealista Jefferson Smith, líder de los Boy Rangers, es nombrado por el gobernador de su estado. Se reencuentra con el senador principal del estado, el candidato presidencial y héroe de la infancia, el senador Joseph Paine.

Sin embargo, en Washington, Smith descubre muchas de las deficiencias del proceso político, ya que su objetivo serio de un campamento nacional de niños conduce a un conflicto con el jefe político del estado, Jim Taylor.

Taylor primero intenta corromper a Smith, y luego intenta destruirlo a través de un escándalo financiero y bancario que casi lo deja en la inopia.

Cuando Jeff, el extraño idealista de Washington, es designado para ser el nuevo senador de los Estados Unidos, sus planes ahora tienen la oportunidad de hacer ese proyecto una realidad.

No obstante, Jeff llega al cargo bajo la sombra y la creencia de otros de que su naturaleza ingenua y crédula será fácil de manipular para obtener lo que quieren.

Pronto se da cuenta, después de ser sorprendido por funcionarios de alto rango, que necesitará, literalmente, batallar solo en una lucha inspirada contra la maquinaria partidista de la corrupción, la codicia y el contubernio.

A través de una serie de hechos afortunados y desafortunados, un héroe local poco sofisticado, Jefferson Smith, es nombrado senador de los Estados Unidos.

Las personas que manejan los hilos de su partido y del Estado creen que él será obediente y maleable y, básicamente, se mantendrá fuera del camino de sus planes, algunos de los cuales no son del todo éticos ni legales.

Sin embargo, un hecho bien intencionado desencadena una cadena dramática de eventos, una serie de sucesos que lo pondrán en curso de colisión directo con sus colegas, con los corredores de poder sombríos, hostigadores, y con todo el Senado.

El clásico de la cinematografía plantea la eterna lucha entre los políticos idealistas y los pragmáticos. Los que enarbolan la bandera de la ética y la anticorrupción, y los que justifican el fin por los medios. Entre los jóvenes soñadores y los viejos dinosaurios recalcitrantes.

La moraleja de ese filme ratifica que con pandemia o sin pandemia, nada ha cambiado bajo el sol en lo que respecta a la conducta de políticos que buscan el poder no para servir, sino para servirse al costo que sea necesario.