Finalmente concluyó la larga campaña y los múltiples torneos electorales, y a pesar de que para algunos era imposible celebrar las elecciones presidenciales y congresuales en medio de la pandemia, se pudieron celebrar y se evitó con ello sumar a las graves crisis sanitaria y económica, una institucional.

Al culminar este proceso, aunque tenemos muchas cosas que lamentar y muchas lecciones por aprender, lo más importante es que tenemos múltiples motivos para celebrar, puesto que nuestra democracia salió fortalecida. Primero que nada, porque pudo impedirse la modificación de nuestra Constitución para permitir un tercer mandato del presidente, lo que evitó un funesto precedente, dando permanencia al sistema actual de una posibilidad de reelección y no más, lo que sacará del tablero a caudillos y evitará que siga malográndose el relevo.   

Porque la aprobación de la Ley de partidos a pesar de sus falencias y de la débil regulación asumida por la Junta Central Electoral (JCE), contribuyó a mejorar la selección de los candidatos a los distintos cargos dejando fuera de competencia algunas lastimeras figuras, aunque dio paso penosamente a otras, y al menos se logró que los plazos previstos para cada paso se cumplieran.

Por el fallo del Tribunal Constitucional que acogió favorablemente el recurso elevado contra la resolución de la JCE que cercenaba el anhelado derecho a votar de forma preferencial regidores y diputados eliminando el histórico y perverso voto de arrastre, lo que hizo que la sociedad comenzara a interesarse por los aspirantes a estos cargos y sus funciones, así como a observar el debut de ciertas candidaturas con un perfil prometedor, lo que obligará a los partidos a mejorar su oferta electoral de cara al futuro.

Debido a que por primera vez tuvimos un Tribunal Superior Electoral sometiendo a la legalidad decisiones de la JCE, así como por su parte el Tribunal Constitucional garantizando la constitucionalidad de disposiciones de las leyes de partidos y electoral, y aunque algunos recelaban la judicialización del proceso electoral, lo cierto es que estas cortes y sus fallos estuvieron a la altura de las necesidades y permitieron avances institucionales.

Por la lucha contra viento y marea de la diáspora para que se celebraran las elecciones en el exterior a pesar de la reticencia de la JCE, lo que evitó que se crearan situaciones que cuestionaran la legitimidad de las elecciones, y que se tuviera que sumar al rosario electoral otras elecciones separadas.

Aunque no hubo persecución de los delitos electorales ni ninguna sanción, se forzó la designación del procurador especializado en cumplimiento de la ley electoral y se depositaron denuncias, se activó una conciencia ciudadana sobre los ilícitos convirtiéndolos en reporteros de estos, todo lo cual debe constituir la zapata de su impostergable independencia.

Porque la pandemia demostró que la campaña electoral no requiere de constantes actividades que entorpecen la vida ciudadana y que una propuesta estructurada con mensajes adecuados puede llegar tanto como un apretón de manos o incluso más que una dádiva.

Dado que se demostró que la unidad y la renovación son claves para los partidos, pues el uso de los recursos del Estado no fue suficiente para el presidente y su equipo quienes se desgastaron por mantener su hegemonía dentro del partido a costa de su división, mientras la oposición se dedicó a renovar su dirigencia, a construir una unidad, a preparar propuestas, lo que le sirvió para superar la inequidad.

Y sobre todo porque el pueblo acudió venciendo los obstáculos a votar pacíficamente, y nuevamente demostró que es más sabio de lo que muchos de sus dirigentes opinan, y que desde los jóvenes que iniciaron su participación ciudadana exigiendo transparencia en la Plaza de la Bandera hasta los mayores que desafiaron el contagio, apostamos a más y mejor democracia y eso es motivo para celebrar, no solo para los vencedores sino para la sociedad, y debería provocar una seria reflexión del equipo saliente, y servir de lección al entrante.