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Domingo Moreno Jimenes (1894-1986), ha sido no solo un poeta que publicó casi todo lo que escribió, sino que su obra poética ha sido recogida en antologías diversas (además de la Flérida de Nolasco, solo nosotros hemos publicado tres, aparte de diversos estudios sobre su obra), sin embargo aparecen en viejas revistas y periódicos muchas cosas suyas que no se han incluido ni en sus libros ni en las antologías.

Curiosamente, conservábamos el mismo sin darle una lectura pausada, como se debe leer la poesía, y resulta que se trata de un poema dividido en tres partes que se inicia en la página 221 y concluye en la 222 (en la codificación de la empresa para un volumen a encuadernar) y en las Nos. 23 y 23 de la revista La Opinión No. 31 del 8 de septiembre de 1923.

Ningún crítico, ni siquiera nosotros que nos hemos convertido en investigadores de su vida y su obra, habíamos reparado en el poema, y mucho menos que era digno de aparecer en sus antologías.

El lector verá que realmente, en el momento en el cual escribió y publicó esas prosas poéticas, estaba en pleno auge el postumismo, por lo cual, a los críticos y comentaristas de nuestra literatura podría interesarle de manera muy particular, para ver la diferencia entre verso y prosa poética en Moreno.

Se trata del primer experimento, luego de la proclama del movimiento en marzo de 1921 en la revista La Cuna de América, de una redacción poética en prosa. Hasta ese momento aparte de Acuarela de 1919 y uno que otro poema breve en prosa, toda la producción poética de Moreno era en versos, regularmente medidos y rimados hasta su experiencia en Sabaneta, hoy Santiago Rodríguez, a partir de 1918, que según Rafael Augusto Zorrilla (1892-1937) fueron el origen del postumismo.

De ahí la importancia que le damos a estos Motivos, divididos en tres partes, dependientes una de la otra, como era “marca de fábrica” de Moreno.

Domingo Moreno Jimenes meditando en la intimidad de su hogar

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El poema

 

Motivos

 

I

No sé por qué, la luz del día, me pone pálido. Encendieron los incandescentes antes del amanecer y le dije a un amigo que me quedaba al lado: “no ves los fantasmas de siempre, los hombres”. Registré presuroso mis bolsillos de vaciar en una olvidada cubierta toda la hiel de mis inquietudes. Apenas los restos de un pan agrio me dieron cuenta de la realidad. Yo sé que ir sin saber nada o creer en el simbolismo del viento variable, no tiene continuidad en el tiempo. Perecerán el sol y los árboles, nuestros dientes y nuestras vértebras mofarán la luna y posiblemente, hasta la paz de la nada turbará un sordo rumor.

II

¿Aspiráis el perfume de las castas lilas? ¿No sobrecogéis de espanto o de duda ante el huracán? Todo tiene en este mundo microscópico su tiempo y su oportunidad. Épocas hubo en que las altas nubes y las timidosas violetas me hablaron con un lenguaje igual. Igual he medido o pesado la emoción de un amanecer, que el temor o los celos de un amor traicionado o las frustradas horas de dos aciagas citas. Mi alma es balance o concento a sus horas o para precisar con más intensidad, ¡en ciertas horas! ¿Lo véis? fui al jardín: la brisa y los cálices adolescentes hacían presumir que no me arrepentiría de mis ciegos pasos. Una pordiosera me sonreía: dos niñitas vinieron a tomarme de la mano, pero yo, inocente de lo que pasaba, seguí rígido, continué absorto. Rosa roja o blanca: ¡Cuánto me entristece tu existencia, tu perfume y tus ricas galas! No debiste haber abierto a los acordes místicos de la tarde, el mar y las selvas. ¿Para qué resplandecer? ¿Para qué seguir? ¿Para qué denotar amor? Mi soledad era más divertida a obscuras, lejos del contacto de sus manos suaves, leves y ardientes, en el sendero del voraz placer; pero oculto de la felicidad que toda flor hace sentir con su existencia.

III 

Todo era propicio para la realización de un ensueño. La cinta color rosa, el papel color de rosa, la tarde rosa y sus mejillas y los dedos, ¡ay Dios! arrobadoramente encarnados. Sobre las alburas de las tibieces de su seno, una cabeza de niño pálido. La lluvia, las humedades y las fosforescencias de un cielo morado pardusco. El agua turbia de la calle y la grama oscura. y las voces lejanas, y la sensualidad, y un mentido rubor y una sonrisa entre dos interminables silencios, y un provocativo ademán, y cinco retrospectivos jamás y un par de serenidades interrogativas… Sé que estas anotaciones no tienen ni pie ni cabeza, y por esta u otra oculta razón a que no me referiré debían nominarse: Las peripecias que preceden siempre a todo amor que va a cristalizar en una acción, si es que me empeño en ser veraz y no quiero que me tilden de demasiado imaginativo.

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La fotografía

El locutor Mendy López con Domingo Moreno Jimenes en 1973 en el encuentro de Amidverza. Detrás un letrero que decía: Viva la Poesía.