El recién iniciado año 2015 sorprendió al mundo con una trágica noticia, el abominable atentado perpetrado en la sede de la revista satírica francesa Charlie Hebdo, en el cual perdieron la vida 12 personas, entre ellas su director Stéphane Charbonnier  y 3 de sus caricaturistas estrellas.

Lamentablemente más vidas inocentes se perdieron producto de la misma trama terrorista y Francia, Europa y el mundo aún no se recuperan de esa sangrienta semana, como ha quedado demostrado con la participación de millones de personas en manifestaciones de repudio a la violencia de los extremistas fundamentalistas y de innúmeras muestras de solidaridad con el semanario francés y la libertad de expresión que han quedado perpetuadas a través de la tristemente célebre frase de “Je suis Charlie”.

La inmensa mayoría de las personas  fuera de Francia que hoy se solidarizan con el semanario jamás lo habían visto o leído y mucho menos conocían su historia desde su nacimiento en 1969, su salida de los medios en 1981 por problemas financieros y su retorno en 1992 hasta la fecha.  Paradójicamente  luego del trágico atentado  su tirada  de 60  mil ejemplares se multiplicó a más de tres millones, ejemplares que de inmediato fueron  insuficientes.

Independientemente de que se apreciara o no la línea editorial de la revista que satirizaba líderes políticos, religiosos y sociales, este atentado ha trazado una nueva raya divisoria, entre los que creemos que la libertad de opinión, de cultos y de expresión es tan importante como la tolerancia y el respeto que todos debemos tener al ejercicio irrestricto de esos derechos soberanos.  De igual forma ha colocado en punta de lanza un tema tabú, el derecho a tratar a todos por igual, incluso a las minorías.

Tan importante es la libertad que debe tener cada persona para profesar la fe en la que crea, como el respeto que merecen todos aquellos que quieren manifestar libremente su opinión respecto de dicho credo.  Como señalaba el inmortalizado Stéphane Charbonnier, “el islam puede ser tan criticado como el catolicismo”.

Francia ha vivido al filo de la navaja, tratando de respetar los derechos de sus nacionales o inmigrantes descendientes de territorios que fueron sus colonias con cultura y religión distinta a la suya y al mismo tiempo  de mantenerse como baluarte de los derechos humanos y ciudadanos, de la libertad y la tolerancia, que proclamara uno de sus grandes hijos el filósofo Voltaire.

Luego de estos trágicos acontecimientos tanto esta como el mundo democrático están obligados a reflexionar sobre  si para no provocar a aquellos que se sienten con el derecho de juzgar actos como infames y castigarlos con las peores consecuencias deben tolerarse límites a la libertad de expresión o si deben enfrentar la realidad y entender que la única forma de preservar el propio derecho de los que se sienten infamados por  la libertad de expresión, es hacerles ver con firmeza que la libertad es un valor indispensable en la democracia, pero está inexorablemente ligado a la tolerancia que conlleva el que cada quien respete la libertad ajena.  Por eso hoy más que nunca cobra valor la premonitoria declaración de Charbonnier en una entrevista publicada en el año 2012, de que es preferible morir de pie a vivir de rodillas.