Trato de no hablar de los haitianos, del feminismo, de la nombrada diáspora, de la llamada comunidad LGTBI, el aborto y el matrimonio igualitario o sobre cualquier tema propio de la izquierda revolucionaria que habla de sus metas antiguas como utopías incumplidas e inalcanzables y que a falta de las que tenía se ha comprado otras que son estas de las que no hablo. En estos temas no los desmiento y mejor me calló y me coloco del lado de los equivocados, porque amigos tengo intolerantes que viven ufanos de estar como ayer en el lado bueno, que es estar a la izquierda del padre y no el lado derecho, donde están los malos. Ahora soy de derecha recalcitrante, me acusan de fascista o cosas peores por pensar de una forma y también decirlo cuando poco me importa la opinión del otro con razón al modo que le acomoda o sin ella.
En esto hasta la amistad sirve como chantaje y es de los amigos que viene la acusación que nos tilda fascista porque no queremos un orden social sólo de acuerdo con el credo de los maricones, y no me argumenten que esta es una palabra despectiva pretendiendo que use la palabra gay, que a pesar de su origen latino yo no la asumo en el modo sajón, sino en el gay trinar que la usa Antonio Machado, porque no soy heredero de Stonewell ni pretendo serlo y es para mí una imposición imperial. Su matrimonio acepto como cualquier contrato civil de partes adultas que deciden libremente hacer de sus vidas lo que les plazca sin afectar los derechos de los terceros, pero no estoy de acuerdo que por las leyes se quiera darle a una unión que por su construcción se sabe estéril la adopción de niños a los que nadie pregunta si quieren prescindir de la imagen de una madre que una mujer ejerce o de la imagen de un padre que una mujer no suple.
Tales ideas me ponen del lado de la derecha en la que me coloco con gusto y se pueden ahorrar la pregunta chantaje: ¿Y si un hijo te sale maricón? Con esto casi estoy de acuerdo con la santa iglesia católica sin llegar a sus extremos de rechazo total al matrimonio entre maricones que eufemísticamente se le llama igualitario como envoltura para que sea aceptado.
Estoy de acuerdo con las tres razones porque la que se puede aceptar un aborto, y me ahorro el eufemismo de interrupción del embarazo, pero esto para mí no es un dogma, tengo problema cuando se trata de una violación. No tengo dudas que el aborto va en el caso de la violación de una niña o de una mujer por alguien con el que tengo claro que su sola existencia es una desgracia, pero tengo dudas cuando se redefine el concepto de violación y se incluyen casos inciertos que se refieren a una pareja de esposos. Donde se presume que hay violación sólo porque ella dijo no y él siguió su jadeo viendo en la cara de la mujer su disgusto porque a esa hora de la noche no le gustaba tal intimidad y no cogía gusto y quizás se quedó quieta para complacerlo hasta que alguien le dijo tu marido te violó, ¿no te das cuenta de eso?. ¿Definido eso como violación puede llevar esto a la llamada interrupción del embrazo bajo el argumento de que la mujer decide porque es su cuerpo y estando en él una criatura también se le permite decidir su muerte?
Ahora cuando la ley no nos da la razón se acude entonces a la redefinición de los conceptos y para lograr el matrimonio entre dos de sexos iguales, con el que estoy de acuerdo y la ley prohíbe, se intenta redefinir el concepto de mujer, para decir que es mujer aquel hombre que se lo cree. Lo mismo puede suceder con el aborto y el concepto de violación, redefinido éste podemos abrir una puerta donde violación sería todo sexo entre esposos que no termina en el tiempo que ella dispone y su sanción y consecuencia sería un aborto de su resultado si se concluyó que fue ese día el de la concepción después de contarlos como sacando cuenta. Así el aborto se haría por cualquier cosa.
Creo que una mujer puede ser presidente y puede ser mejor o tan corrupta como cualquier hombre yo he visto la inteligencia de mujeres ministras, no tengo duda de que son capaces en todos los temas y en muchos mejores que cualquier hombre, pero nadie me hará creer que la paridad en los gobiernos hace un tema de igualdad entre los hombres y las mujeres. Acepto un gabinete honrado y capaz sólo constituido por mujeres, pero no creo que hacer un gabinete de números iguales de mujeres y hombres hace un mejor un gobierno. La paridad no debe ser obligatoria ni el resultado del esnobismo como regla para todos los gobiernos y los organismos colegiados. Está demás decir que no creo en cuotas.
No creo que la mejor futbolista de la liga femenina de España deba ganar igual que Messi y Cristiano Ronaldo por la necesaria igualdad salarial entre hombres y mujeres y aunque ella juegue en un equipo de once seres humanos futbolistas, en una cancha de dimensiones iguales a la de los hombres y corra detrás del balón por noventa minutos. Si diera los mismos resultados no creo que deba ganar menos.
Dejo para ultimo el tema haitiano que siempre trae para uno la acusación de racista que con gusto asumo porque eso no es más que un chantaje. Nunca me dolió que mi madre blanca con tono de orgullo me dijera mi negro, tampoco me duele ahora, por lo tanto, no me duele que me digan negro o me digan gordo no tengo el talante de los jóvenes de ahora que se ofenden con el padre nuestro o con el capítulo trece de la primera carta de San Pablo a los Corintios porque la escribió Pablo de Tarso y es una construcción social. Me pueden decir también azul (blue) y negro azabache, lo que les duele a muchos haitianos que pretende blanquearse y mejorar su raza uniéndose con mujeres blancas. No es de África la ropa que usan los haitianos que pueden, pues cualquiera que haya leído su historia sabe de sus odios a los trajes africanos y como consideran superior ponerse trajes al estilo europeo de sacos y corbatas, y que la clase rica gusta de los trajes confeccionados en París o en las casas de modas radicadas en New York y que tener unos zapatos de piel es signo de ascenso social. No hay un solo haitiano que se ponga un gorro del estilo africano como el que usa o usaba Dagoberto Tejeda o cualquiera de los redentores de la negritud y las raíces africanas.
Las mujeres de Haití cuando son ricas compiten en sombreros con la reina Isabel y en precios le ganan, como le ganan algunas damas de aquí, pero nosotros somos racistas acomplejados, ellos no, y eso es una diferencia notable. Decirles a los dominicanos racista parece ser hoy el santo rosario, el mantra que debemos repetir todas las mañanas para exorcizarnos del hecho de no amar la negritud en el modo haitianos y de odiar, como aparecerá en la historia por todos los escritos que en el presente se dedican a eso, a conjurar nuestro odio. El problema racial es en Haití de tal modo importante que ellos son expertos en matices que nosotros desconocemos y Obama en sus códigos no es negros como no lo soy yo, aunque haya gente con la pretensión de obligarme a serlo pidiendo que asuma una cultura africana en la que nunca he vivido y como cualquier haitiano que odia a África sólo soy heredero de lo que aquí vino.
Es este país de personas saturadas de humanismo que compiten con todos los santos en eso de ser bueno con todos los haitianos y casi todos los negros, viven en la puritana labor de no odiarlos tanto como mis iguales. Se colocan en la televisión como batería de artillería hablando del odio que en contra de los haitianos profesamos, que no es reciproco, sino unilateral y sale de nuestra sana voluntad de despojarlo de derecho que no tienen, y no hablo de la sentencia 168-13, con la que no estoy de acuerdo, sino de muchos registrados como dominicanos por su sola presencia en el territorio nacional, que llegan de todas las formas, en panzas de partuientas o en los brazos, saturando el sistema hospitalario de tal modo que no puede ser usado por los dominicanos como pasó con mi madre que tuvo que dormir una noche con un dolor terrible por el fémur roto, durmió en un pasillo del Darío Contreras porque hospital estaba lleno de haitianos víctima del terremoto y nada de esto sirve para la higiene bucal de quienes nos llaman racistas y practicantes del odio sólo porque no somos como los de izquierda, buenos.
¿Tiene uno que amar quienes dicen mentiras como escribe en el periódico El PAÍS la filóloga Elissa L. Lister? Llena a de títulos académicos que presenta con cara de misionera que nunca ha ido Haití, como si fueran títulos de nobleza que la dan algún pedigrí para hablar de lo que somos o dejamos de ser, hablando de decenas de haitianos muertos en Hatillo Palma en el 2005, asesinados por los dominicanos y usando el concepto racista y el verbo odiar en todos sus tiempos hasta llegar a la conclusión con ignorancia supina de que la sonrisa de los dominicanos es una sonrisa falsa, porque es sólo para los blancos y no para los negros de Haití, porque somos unos falsos. De tal modo habla esta mujer que me pregunto: ¿Yo tengo que amar a esta persona como dominicana que perdió el acento y lo sustituyó por uno de Medellín? ¿Tengo que amar a esta persona que miente y sesga sus escritos como si fuera una virtud sólo reivindicar el gentilicio para asumir la autoridad de dar discursos sobre que somos racista? Yo no quiero decir que odio a gente como esta, pero nadie me puede pedir que la quiera.
Yo no soy un rehén de la llamada diáspora para que ésta desarrolle sus virtudes intelectuales colocándome donde le parece para así demostrar inteligencia en lugar en el que vive, a mi no me importan los jonrones en grandes ligas ni los premios Pulitzer ni la gente que no vive aquí y no me interesan sus lecciones de como vivir con la gente de Haití, sin vivir los hechos y sólo presentando nociones teoréticas de como se vive en armonía racial al margen de nuestra historia y acudiendo a propuestas extrañas a nuestras vivencias y nuestra realidad sobre la que quieren decidir sin encontrar a un haitianos aplastado disponiendo de sus virtudes en el suelo patrio.