“Nuestras vidas empiezan a terminar el día que callamos las cosas que importan”. (Martin Luther King)
Un amigo extranjero que estuvo aquí recientemente como visitante, me escarbó la imaginación, aquella “loca de la casa” como le llamaba Santa Teresa de Jesús. Venía de un nivel superior de desarrollo, que no esperó regresar a su país para hacerme llegar por las redes algunas observaciones que acepté como válida pero a regañadientes, y luego llevé a reflexión como era mi deber. Sus observaciones tienen que ver con la imagen que llevan de nosotros quienes nos visitan.
Me preguntó por el parecido de los partidos políticos con las trabajadoras sexuales de cualquier esquina que se ofrecen a los transeúntes. Me enfatizó su similitud con los negocios de la avenida Duarte de la ciudad capital, “las purgas de ropas” de cualquier ciudad del país y el mercado binacional de los ciudadanos haitianos y dominicanos en Dajabón. Todos, se mueven entre la oferta y la demanda, y el regateo de los precios hasta llegar a los acuerdos de compra y venta, según su parecer. Cuál es la diferencia entre ellos? -Me preguntó. Pienso contestarle, reinventar los argumentos aunque tenga que arañarlos y traerlos por las greñas, para poder marcarle diferencias y coincidencias. Las puntualizaciones inquisidora no me dejaron alternativas. No prometo que lo logre.
El por qué de las bancas de apuestas en todas partes, insistió. Revise el dato, y sé que superan las 150 mil; son las nuevas escuelas de la suerte, las versiones modernas del templo donde se hace culto al dios Manmón. Vienen a ser el centro de inversión diaria de más de 250 mil ludópatas (enfermos del juego y del azar), en su mayoría infelices, que generan una cantidad superior a los 100 mil millones de pesos cada año.
Por qué es la tarjeta de presentación de cualquier poblado por distante que esté? Puede que no haya luz, agua potable o clínica rural, sí una banca de lotería. Hablamos de eso, insistió- crees que darle de comer al vicio desarrolla a un país?. Le dije que no jugaba a la suerte ni creía en los números. Pero sé que eso no basta, es una respuesta con anemia y recordé a Plutarco: “quien tiene muchos vicios tiene muchos amos”
Habló, sin agotarse, de nuestra queja con los precios del combustible. Me señaló, que consumimos más combustible del necesario, sin tener pozos petroleros como Arabia o Venezuela. Muchos dominicanos piensan que están conectados a una manguera de agua y ni el agua de los ríos es suficiente, hasta para ir al colmado de la esquina vamos montados. Este estilo no ayuda a mejorar el servicio público del transporte, porque a todos se nos desarrolla la necesidad de un vehículo. Disimule el planteamiento y consulte los datos de la Dirección General de Impuestos Internos hasta el 31 de diciembre del 2018, y realmente tenemos el parque vehicular de unas 4, 350,884 unidades en una población según la proyección de la ONE, de unos 10,358,320 habitantes. Es decir, soportamos la congestión de 1 vehículo por cada 2 personas, y cerca de unos 90 vehículos por cada kilometro cuadrado. Pronto seremos un gran parqueo todavía con una tendencia al consumo insaciable.
Para fastidiarme me echó en cara la proliferación de desechos sólidos por doquier lo que atribuyó a la falta de ciudadanía y a la incapacidad probada de los ayuntamientos. Corrí a verificar los datos y comprobé que producimos unas 10,000 toneladas diarias de desechos sólidos como país, y mandamos sin remordimiento y bajo la complicidad de todos los habitantes y las autoridades, esos desechos 348 botaderos de basura municipales, según estudios realizados por el Programa de la USAID para la Protección Ambiental. Además, nos acusa la evidencia de contar con más de 62,000 hogares que tiran sus residuos en los ríos y que tampoco recolectamos en ningún sistema sanitario el 79% de las aguas residuales, según la consulta nacional sobre los océanos. Olvidamos que somos una isla y que el espacio como nación son 48, 511.44 kms2: no contamos con otra nave espacial. Aparte, delata otra cosa de nosotros, que nos desmiente, la naturaleza se merece otro trato, un poquito más de respeto.
Es hora de que los intrusos se callen y nosotros también para poder actuar: “Callando es como se aprende a oír; oyendo es como se aprende a hablar; y luego, hablando se aprende a callar”, Diógenes de Sínope.