El fin de las humanidades consiste, grosso modo, en la formación de un ciudadano auténtico, crítico, responsable y de firme convicción patriótica. Un ciudadano que contribuya con la preservación del estado democrático, por medio del cumplimiento de sus deberes y del reclamo de sus derechos. Un ciudadano que conozca y respete la constitución de su país. Un ciudadano que conozca y preserve la memoria histórica para la superación y repudio de las prácticas inicuas del pasado y para la emulación de los mejores ejemplos. Todos los aparatos ideológicos y represivos de un estado deben contribuir con la formación de ciudadanos críticos y con sentido humano.

Sin embargo, la era industrializada, desde sus inicios, ha centrado su interés en la formación de un sujeto unidimensional, mediante el uso de discursos soterrados que se transmiten a través de aparatos ideológicos de estado, con la finalidad de gobernar sobre un pueblo sumiso y conformista, que no se interese en leer más allá de los anuncios publicitarios que promueven la ideología capitalista del consumo.

El resultado ha sido que la escuela, en tanto aparato ideológico, ha pretendido constituirse en una fábrica de sujetos que absorben las condiciones del sistema capitalista para adaptarse a él y reproducirlo. La pretensión del pensador alemán Herbert Marcuse y, más recientemente, del francés Roland Gori, consistente en la preservación de una democracia dialógica y de argumentos, se ha visto frustrada en los últimos años por el pedagogismo, una tendencia internacional que se opone al dialogismo, caracterizada por el exceso de pedagogía y por la ausencia de lectura de obras literarias, filosóficas e históricas, etc.

Miguel de Unamuno: “Nunca he visto a un hombre medianamente listo extraer del cómo el qué, pero sí lo contrario, del qué se obtiene el cómo.

La descripción sobre el dialogismo que plantea el semiólogo ruso Mijail Bajtín implica la lectura sistemática y el análisis de las obras culturales y literarias, locales y universales, porque ¿De qué otro modo podría ser posible el intercambio de saberes? ¿Cómo puede haber competencias y diálogos para la asunción de consciencia ciudadana, sin conocimiento? ¿Sólo con pedagogía? ¿De qué modo podrá construirse una sociedad de fuertes convicciones éticas y humanísticas, que valore más la ciencia, el arte y la cultura que la exhibición obscena de recursos materiales?

Sería una quimera pretender que los profesores de los niveles preuniversitarios desarrollen hábitos de lectura en sus estudiantes, puesto que, es de conocimiento común en casi toda América Latina, que los estudiantes de educación estudian folletos con fines utilitarios, nunca un libro completo. Algunos pedagogos, incluso, han llegado al extremo de afirmar que para desarrollar una asignatura no se necesitan los libros, etc. (Cervantes, ven a ver).

Los anteriores planteamientos relucen a consecuencia de la Orden Departamental 06-2021, que rige el Concurso de Oposición del MINERD. En su artículo cinco (05), dicha orden establece que “solo los profesionales de la Educación pueden aspirar para los cargos docentes”: ¡Grave error!

En caso de que se trate de una decisión válida para el presente y futuros concursos que otorgarían acceso a las plazas preuniversitarias, es pertinente advertirle a la comunidad académica nacional y al MINERD, que dicho artículo constituye una flagrante amenaza contra las ciencias humanas, sobre todo, en su función sustantiva y esencial de formar ciudadanos de consciencia patriótica, constitucionalista, democrática, etc.

Conviene precisar que los egresados de la Facultad de Humanidades de la UASD son profesionales que responden a un perfil de competencias para la enseñanza preuniversitaria, especialmente, para desempeñarse como docentes en el Nivel Secundario, como se establecen en los documentos curriculares aprobados desde el año 1999 por a UASD y por el MESCYT. ¿Por qué? Porque un licenciado en letras, verbigracia, ha leído durante cuatro o cinco años consecutivos las principales obras literarias y culturales del país y del extranjero y, amén de ello, ha cursado dieciocho (18) créditos de asignaturas pedagógicas que le habilitan, en términos metodológicos, para la enseñanza, etc.

La diferencia entre un egresado de humanidades y un egresado de pedagogía, de cualquier universidad, es que, por lo general, el primero conoce a profundidad los contenidos de su área formativa, mientras el segundo se ha pasado el tiempo realizando mapas conceptuales, esquemas, largas planificaciones y, una que otras veces, leyendo recetas y recortes de periódicos. Este pedagogismo, a la postre, no proporciona las competencias necesarias y suficientes para desarrollar procesos educativos de calidad, puesto que el currículo universitario actual (“basado en competencias”) no les proporciona lo esencial para alcanzar ese fin: conocimiento.

¿Quiénes, sino los egresados de las seis escuelas de la Facultad de Humanidades pueden enseñar las ciencias humanas a nuestros jóvenes? La respuesta puede ser una incitación al diálogo interinstitucional y a la investigación rigurosa antes de tomar decisiones que amenacen la democracia, porque cuando las humanidades son amenazadas, se atenta al propio tiempo contra el estado democrático de derecho.

El suscrito conoce tanto la pedagogía como las humanidades, en tanto ha sido egresado de sendas facultades. Conoce, asimismo, la aseveración de Miguel de Unamuno, cuando afirma: “Nunca he visto a un hombre medianamente listo extraer del cómo el qué, pero sí lo contrario, del qué se obtiene el cómo. Quienes suelen decir que saben bien una materia, pero que no saben enseñarla es, precisamente, porque no la saben también como alegan”.