Miguel Vargas, a pesar de ser uno de los políticos más “inmercadeables”, ha demostrado que negocio y política son factores de una misma ecuación estratégica. Conciente de su pobreza carismática, el empresario entendió que sólo la simbología del PRD le podía transferir la fuerza política que su magro liderazgo nunca concitaría. Miguel sin el PRD es irrelevante; el PRD sin Miguel no pierde mucho, es más, quizás se revaloraría.  Esa “razón” fue la que se impuso en la lucha por la marca de la organización entre él e Hipólito. La encarnizada contienda, que terminó por escindir a la vieja organización, no era ideológica, mucho menos generacional, era de intereses.

Desde del último gobierno del PRD en el 2004, Vargas levantó financieramente al partido y no discriminó medios para colocarlo en condiciones electorales competitivas; a la postre se trataba de su propio proyecto como candidato presidencial en el 2008. Rescatar a un PRD quebrado y con una memoria patética de gobierno demandaba audacia empresarial. Vargas lo pretendió pero salió derrotado en su primer y único intento por la presidencia de la República; su aporte espera réditos. Falló el empresario: riesgo calculado.

Lejos de replegarse, Miguel entendió como inviable una carrera política sin el partido y sin dinero, carencias que lo postraron ante el gobierno del PLD con quien tuvo que “negociar” hasta el alma. Mientras se recuperaba económicamente y esperaba que Mejía se desgastara por la fuerza de sus desatinos, Vargas confió en sus buenas relaciones con el PLD frente al cual mantuvo una oposición indulgente o de “corbatas azules”, creído de que el partido oficial iba a endosar su precandidatura en la convención del PRD para el 2012. Otra vez se equivocó. Falló entonces el político.

Vargas se aferra con garras obsesivas a su quimérico proyecto, pero esta vez convencido de que no será presidente. Todas las encuestas lo colocan como opción residual. Persuadido de que esas tendencias se mantendrán irreversibles hasta el 2016, Vargas, el político, pensará como empresario. Los porcentajes que las distintas encuestas le atribuyen al PRD marca la justa diferencia para una victoria en segunda vuelta ya a favor del candidato oficial -que no sea Danilo Medina-  o ya en abono del candidato de la oposición mayoritaria. De manera que esa situación acomoda a Miguel y a su marca partidaria como una minoría decisoria, ventaja competitiva inmejorable para “negociar”, arte en el que Miguel ha sacado muy buenas notas.

La marca PRD conserva valor en el mercado electoral por su fuerza distintiva y su evocación histórica. Nunca un partido en la historia contemporánea ha contado con unos signos distintivos tan dominantes, y la razón de su fortaleza es tan imperativa como obvia: nacieron con la democracia y esa relación asociativa es histórica e instintiva. Todos lo que se alejaron de la luz del “jacho”, en tienda aparte, nunca volvieron a descollar, incluso el propio Juan Bosch, que en su momento tuvo que estructurar artesanalmente un dilatado proyecto partidario con capacidad electoral después de 17 años de su salida del PRD, cuando Balaguer le escamoteó su triunfo en el 1990. Vargas podrá ser el primer candidato presidencial de un PRD diezmado por la división.

La decisión de una posible reunificación del PRD estará determinada por lo que el liderazgo del PRM esté dispuesto a darle antes de las elecciones o lo que Leonel –si fuese el caso- pudiera ofrecerle en una segunda vuelta. Antes o después, con Dios o con el diablo, a Miguelito le irá muy bien. Nunca he dudado de que como político Vargas ha sido el mejor empresario.