Intentaré ahora caracterizar el modo crítico de Miguel Angel Muñoz, cómplice del modelo de su maestro Octavio Paz. Sin duda parte del cruce de múltiples asociaciones y enlazamientos de saberes, filtrados a través  de la prosa poética y adobado con un puñado de generalizaciones provenientes, todas, de su enorme erudición, una mirada afilada y una sensibilidad propia de la rosa de la poesía. Las teorías, las modas críticas y las corrientes o vertientes de las historias del arte no juegan un papel esencial, más bien son referentes a los que acude en casos extremos.

 

Importan la impresión que le produce la obra, la personalidad del artista, sus influencias y sus puntos de contacto con las grandes conclusiones que ya el poeta ha extraído de sus estudios culturales y sus investigaciones sobre la crítica literaria y el devenir del pensamiento filosófico de la humanidad. Y la duda, siempre la duda. Tales son, a mi juicio, las herramientas utilizadas por Miguel Angel Muñoz.

 

Es evidente que para este autor el arte más actual parece resultar incómodo o más amable que el moderno o tradicional, ¿por qué entonces esa atracción por algunos artistas que han marcado grandes rupturas en el arte del siglo XX y principios de éste?

 

¿Habrá que preguntarse cuáles son las razones últimas por las que Muñoz ha decido escribir sobre estos artistas de vanguardias? La intención de los artistas analizados por Muñoz van más allá de la voluntad de dejar turulato al establishment: a quien desconcierta es al crítico simulador y a los pseudoartistas comercializadores inescrupulosos de sus obras.

 

¿Ha querido Muñoz soplar en la dirección canonizadora? En cierto modo su libro es una apología de los artistas que analiza y una explicación de por qué y cómo se produce el nacimiento de estos artistas, desmitificadores de los valores visuales más tradicionales y rancios. Explicar a estos artistas implica un cierto grado de asimilación e identificación con sus intenciones. Correr el círculo: mistificación, desmitificación y vuelta a empezar.

 

El espacio del arte de la crítica de Muñoz, en realidad, empieza por el ver, no por lo visto. Esto es, empieza por el acto. Ya en el texto que se refiere a su entrañable amigo, el artista mexicano José Luis Cuevas, dice: “El sentido del espacio en la obra de José Luis Cuevas, se conforma  en el juego de límites, en su interacción con las formas que va creando. Crear un lugar significa poner límites, delimitar introduciendo un espacio o vaciándolo”.

 

Muñoz no está proponiendo nada críptico, ni ningún solipsismo. Su espacio vacío alude a un orden interiormente simbólico en cada obra analizada.

 

La pasión de la mirada por ser lo que ve, o lo que vislumbra,  es un hecho  voluptuoso y callado. Pues esa mirada no es un simple ver en sentido sensorial.  La asociación entre poesía y pintura, literatura y artes plásticas, nos remite no sólo a su adscripción a la categoría  del concepto de crítica poética o a su práctica de identificación  en la tradición humanística, sino, que en ese largo proceso de transmisión cultural, la idea de la unidad de la poesía  y la pintura se convierten  en un auténtico punto de partida para el establecimiento del sistema moderno de la crítica pictórica.

 

La fortuna de este tipo de crítica se relaciona, por un lado, con la forma en que establece una visión alegórica y sintética que permite ver como una unidad a las distintas actividades artísticas, algo que en buena medida constituye una necesidad  en el cuadro institucional del saber y la cultura modernos, en los que las diferentes disciplinas  o ciencias se veían ya también como una unidad. Se resuelve así un problema cultural latente que establece un cuadro de comparación y de distinción general entre las artes plásticas y la poesía.

 

En Miguel Angel Muñoz, la fuerza de ese proceso analítico e intuitivo deriva de su capacidad para articular un conjunto de categorías epistemológicas, proporcionando una vía de salida a la llamada poética de lo visual, y, lo que es aún mucho más importante, estableciendo los fundamentos para contemplar la unidad de las artes no sólo en la actualidad, sino, también hacia atrás y hacia delante, enlazando así en una especie de presente continuo espiritual con “el” de la antigüedad clásica y “el” nuevo arte que habría de venir.

 

La obra de  Miguel Angel Muñoz constituye un auténtico aporte artístico que permite fijar con precisión el cuadro de conjunto de las disciplinas artísticas en la modernidad y los problemas teóricos que las artes poéticas visuales suscitan.

 

La aventura de seguir el pensamiento sobre arte de Miguel Ángel Muñoz, nos brinda el incomparable placer de la lectura. Se trata, en esencia, de una inmersión en las aguas oceánicas de un profundo conocedor de las más sustanciosas densidades de la historia del arte, en sus más prolijas combinaciones con el pensamiento y la literatura a lo largo de la historia de la cultura universal.