El concepto “microempresas empresariales” lo acuñó hace algunos años el destacado politólogo colombiano Eduardo Pizarro Leongómez, catedrático de la Universidad Nacional de Bogotá, para referirse al fraccionamiento y atomización extrema de los partidos tradicionales, convirtiéndose los “residuos” o facciones en “microempresas electorales”, es decir, en organizaciones endebles con un débil significado político-electoral y total dependencia de un “líder” personalista.

En las “microempresas electorales” los candidatos a cargos populares se presentan por sí mismos al margen de su militancia. Los legisladores, alcaldes y regidores, elegidos al “dedazo” o por arrastre, bajo el paraguas de un partido, terminan comportándose sin ningún respeto a los electores, adhiriéndose a otro partido o declarándose independientes. Los candidatos eligen el partido, que le concederá el aval correspondiente y que funciona como “partido de alquiler” y refugio de tránsfugas.

Nuestro país, con sólo 10 millones habitantes, tiene más partidos políticos que Brasil, que cuenta con una población de 203 millones. Encabezando la lista, están los tres grandes partidos: PLD, PRSC y PRD, que no pueden esconder su fraccionamiento y “faccionamiento” y, que aunque funcionan como “corporaciones políticas”, tampoco son inmunes a la condición de “microempresas electorales”. Siguen otros 24 micro partidos, la mayoría de los cuales son auténticas microempresas electorales que hacen alianzas electorales dependiendo de las ganancias que las mismas le puedan generar.

En la extensa de “microempresas electorales” del país encontramos los más diversos tipos de organizaciones. Desde las que son “micro partidos de familias”, grupos de amigos, “grupos capitalinos” (sólo funcionan en la capital del país), simples siglas, parcelas políticas compradas a precio de oportunidad, así como otras creadas “llave en mano” por falsos líderes personalistas y “emprendedores” que se comprometen a ceder sus franquicias a otras “microempresas electorales” a cambio de conseguir empleos para sus familiares y allegados y otros privilegios y prebendas.

La existencia de tantas “microempresas electorales” no puede justificarse en nombre del pluralismo político que debe caracterizar a un régimen democrático. Si se tratara de verdaderos partidos, la posibilidad de elegir entre varios proyectos vendría a robustecer la participación ciudadana y le otorgaría credibilidad al proceso electoral. Pero sucede todo lo contrario, “las microempresas electorales” han dividido el tejido social y a los ciudadanos, convirtiendo en minorías las que debieran ser luchas mayoritarias de los ciudadanos y sus comunidades.

Las “microempresas electorales” resultan atractivas para los se lucran de ellas porque le generan rentabilidad económica. Sus dueños participan de la repartición de los cientos de millones de pesos que el Estado entrega generosamente a las mismas y que se engrosa en años de elecciones. Recursos invertidos y gastados “a la libre”, porque tampoco rinden cuentas al Estado, a los militantes y a la sociedad civil.

La atomización partidaria generada por las “microempresas electorales” constituye una verdadera patología en el sistema de partidos políticos del país, con graves consecuencias en los votantes y en la imagen misma de las instituciones políticas. Una radiografía precisa de esta realidad queda bien definida en el “Diagnóstico de la situación de los Partidos en la República Dominicana” (Toribio y Benito, 2012) cuando sostienen que: “Viejas prácticas como el caudillismo, la personificación de la política y el clientelismo, siguen dominando la relación entre políticos y electores en República Dominicana, ahora utilizadas con destreza por los nuevos actores. La ausencia de proyecto colectivo y la desideologización son suplidas con la promesa individual y el intercambio de prebendas, convirtiendo al partido en mera maquinaria electoral al servicio del candidato”. Y agregamos: “y en un negocio rentable para sus dueños y testaferros”.

Las “microempresas electorales”, en su gran mayoría rémoras del partido en el poder, generan un clima de un “sálvese quien pueda político” que sólo salva a unos pocos, principalmente a los “dueños” de las mismas”.  Sumándose a esto otras patologías políticas, tales como la falta de democracia interna, una gran oligarquización, fuertes “jefismos”, anonimato de los militantes, participación en redes corruptas, alejamiento de la sociedad y resistencia a la creación de una Ley de Partidos. Su aporte a la democracia es un truco tramposo que deberá ser develado por la ciudadanía.  “Las microempresas electorales” deberán enfrentarse a la acusación de tener privilegios financiados con los dineros del pueblo. El tema de las “microempresas electorales” en nuestro país deberá ser sometido a debate. ¡El debate queda abierto!