Cuando se muere
En brazos de la patria agradecida,
La muerte acaba, la prisión se rompe;
¡Empieza, al fin, con el morir la vida!
JOSÉ MARTÍ.
Llegar a Santo Domingo sin llamar a Hamlet siempre supuso un riesgo, pues éste amado personaje tenía el don de enterarse de todo y la manía del reclamo. Las pocas veces que no lo contacté, recibí un e-mail acusador: "supe que estuviste por aquí".
Sin embargo, siempre se trató de una dulce imposición. Arribar a la casa de Hamlet era asistir al ambiente mágico de las casonas del Gazcue de mi infancia, donde me esperaba un gigante de circo para administrarme la vacuna informativa que me permitiría ver con el cristal de la decencia humanista lo que había ocurrido en el país durante mi ausencia.
Por eso, el 21 de diciembre pasado lo llamé para invitarlo a mi casa. Me ordenó vernos en la suya porque tenía inflamada una rodilla y no quería salir. Yo obedecí con todo gusto. Al llegar, me dió un tour por su "nueva casa", llenando de elogios a su compañera Ana María por haberla rediseñado. Las paredes estaban abarrotadas de nuevas y bellas pinturas y en el patio había una fuente de pared fantástica. Era sólo el comienzo de una noche maravillosa y, hoy, inolvidable.
Para una persona que ha leído tanta basura testimonial que se hace pasar como libros de historia, me resulta sorprendente que unos de los escritores que más ha escrito sobre los últimos 50 años de nuestra historia no sea merecedor de una membresía de la Academia Dominicana de la Historia.
Primero nos sentamos en su oficina entre las eternas fotos de Caracoles y empezamos con el ritual del intercambio de libros. Yo le traje la edición de Verso del último libro de Patrick Cockburn sobre ISIS (a mi entender lo mejor que se ha escrito en la materia) y él me tenía el libro de Piero Gleijeses sobre la participación cubana en África. Hablamos extensamente sobre ambos temas.
Me quiso brindar un jugo de frutas, pero le dije que debería estar loco si pretendía que yo me tomara ese zumo a las nueve de la noche. Entonces sacó un Juan Gil y me invitó a que pasaramos, junto a Ana María, a una suerte de terraza-jardín que ésta última había instalado en la entrada de la casa. Era un espacio reducido, pero seductor, desde donde se podían tocar las estrellas con las manos y divisar el Palacio Nacional en toda su extensión y excesiva luminosidad navideña.
Luego de servirme la primera copa de vino, empezó el primero de muchos temas de actualización de la cosa dominicana. Llenó de elogios a Mario Bergés por su activismo con Poder Ciudadano en contra de la corrupción gubernamental. Me dijo que así como había prestado su casa para las jornadas del 4% estaba dispuesto a hacerlo para ésta causa. Se quejó de la represión que había presenciado en contra del colectivo así como de la perturbadora y constante presencia en su cuadra de policías al acecho de manifestantes, interrumpiendo la cotidianidad. Agregó, con la desaprensión que lo caracterizaba, que Gustavo Montalvo era el único de sus vecinos del Palacio Nacional que aún le merecía aprecio.
Cual cronista incansable, pasó a narrarme un intercambio epistolar que tuvo con el Presidente del Consejo del Poder Judicial. Este último lo había invitado a participar en un congreso sobre tránsito y seguridad vial por iniciativa del Poder Judicial y las empresas aseguradoras. Hamlet declinó la invitación. Sus razones, que reflejan su integridad personal y exquisita perspicacia politica, fueron varias. Decía que el Poder Judicial no tenía competencia formal para lidiar con esos asuntos y que no tendría ninguna influencia en el Poder Ejecutivo para poner en práctica lo que se pudiera proponer en el congreso de marras. Por lo tanto, entendía que sería una mera campaña de relaciones públicas para entretener al pueblo. Como contrapropuesta, Hamlet le sugería una acción que a su parecer le permitiría al Poder Judicial tener un verdadero impacto: nombrar un fiscal especial para investigar los gastos del sector transporte en los últimos quince años. Hamlet pensaba que era precisamente en las áreas de transporte y construcción donde más corrupción gubernamental hubo durante ese período.
Luego me hizo una anéctoda que me produjo una ingrata sorpresa. El año pasado, tres miembros de número de la Academia Dominicana de la Historia propusieron a Hamlet como candidato a miembro correspondiente de esa institución. Como dije al inicio, Hamlet tenía el don de saberlo todo. Manejaba los detalles de lo que pasó, incluyendo los miembros que estuvieron en su contra y a favor, así como sus expresas razones. Me contó que llegado el momento de la votación, hubo un empate. Lo que cabía era repetir la votación dos veces más y de haber tres empates, el Presidente de la Junta Directiva debía decidir. Este procedimiento no se agotó.
Para una persona que ha leído tanta basura testimonial que se hace pasar como libros de historia, me resulta sorprendente que unos de los escritores que más ha escrito sobre los últimos 50 años de nuestra historia no sea merecedor de una membresía de la Academia Dominicana de la Historia. Si de acuerdo a Herodoto de Halicarnaso, ser historiador no es limitarse a narrar los acontecimientos sino también establecer sus causas, por lo menos la mitad de los libros y muchos de los ensayos de Hamlet lo elevan a esa categoría.
La botella de vino hacía rato que había terminado y Ana María se había retirado cuando decidí "perdonar" al amigo y me dispuse a partir. No sin antes agotar una "posdata" frente a mi automovil en la calle Moisés García ante el oido curioso del guardia de la garita del Palacio Nacional.
No quiero empezar a imaginarme el vacío que tendré a mi regreso, cuando no encuentre al referente de muchas de las cosas que me enorgullecen de ser dominicano.
Gracias por todo, Hamlet. Por tu arrojo, tu inteligencia, tus sacrificios y riesgos, tu memoria y capacidad de trabajo, tu consistencia ideológica y tu crítica inmisericorde y oportuna a lo incorrecto, viniera de donde viniera.
Lo único que no te perdonaré es tu ausencia en momentos tan definitorios. Cuando cada vez se ven menos hombres de tu estirpe o sus relevos en un horizonte insolidario y vano. Pero, "la primavera es inexorable".