“Cerrar los ojos…no va cambiar nada. Nada va a desaparecer simplemente por no ver lo que está pasando. De hecho, las cosas serán aun peor la próxima vez que los abras. Sólo un cobarde cierra los ojos. Cerrar los ojos y taparse los oídos no va hacer que el tiempo se detenga” (Haruki Murakami).

Mi país no se cambia acudiendo al diagnóstico de un mismo doctor que ha recetado medicamentos, que no dan con las causas y por el contrario han inducido a la resistencia de los patógenos. Tampoco cambia, haciendo uso de los barbitúricos que creemos nos conviene para calmar dolencias, y no las raíces del mal.

Mi país no se cambia con los “selfies”, ni con los “likes” de las redes sociales y los comentarios desenfocados de quienes no tienen ningún compromisos con el día a día y las luchas cotidianas y no forman parte ni siquiera de la Junta de Vecinos de su barrio, pero son más revolucionarios que el Che y Caamaño en los chats.

Mi país no se cambia sólo con protestas por muy acertadas que sean. Se cambia con propuestas, que incluso pueden incluir las protestas. No con los “copy page” de otras luchas que en nada se parecen a nuestros escenarios.

Mi país no se cambia sólo combatiendo la corrupción que atribuimos a los políticos del patio, mientras seguimos adorando la corrupción de incontables empresarios que consiguen favores, concesiones, asignaciones, exoneraciones y otras diabluras corrompiéndolos y sustentándolos con su dinero. Sin embargo, los últimos gozan de un altar inmerecido donde no hay intercepciones ni propósitos de enmiendas.

Mi país no se cambia atribuyendo a otros la barbarie de nuestra sociedad, mientras nosotros descaradamente reproducimos los pequeños actos de corrupción en los espacios donde nos toca vivir y trabajar, y sólo señalamos la paja del ojo ajeno. Cabe recordar, la corrupción de nuestra sociedad empieza en la casa y pasa a la sociedad, y luego la sociedad la replica y esparce su pus y nos contamina a todos. Una sociedad corrupta no puede parir hijos santos, aunque vocifere ética y moral en todas las esquinas.

Mi país no se cambia pidiéndole a la OEA, a la ONU y otras instancias internacionales que sigan interviniendo en nuestros “jalones de greñas”, por ausencia de ovarios y testículos, y por nuestro perfil de “POPIS”. No hagamos profesión de  títeres. Ya todos conocemos como terminan los países, donde esos pulpos del imperio gringo intervienen.

Mi país no cambia por decretos, ni resoluciones u ordenanzas. Cambia por trabajo, compromiso, sin copiar modelos de otras coordenadas que en nada nos retrata. 

Mi país no cambia por muchas palabras desaforadas de las canciones y las rabietas de los artistas urbanos contra la sociedad y que todos tarareamos en las calles, avenidas y hasta en los baños. Cambia con su ejemplo del “algo nuevo” y cuando ellos no sigan agregando más somníferos a la juventud y hacerlos creer que todos son artistas o “POPIS”, con el cerebro habitado en demasía de “cucarachas y mimes”.

Mi país no cambia con los “influencer” de los medios de comunicación y las redes, que pretenden persuadir la conducta de la juventud hacia el mantenimiento del statu quo y los valores de la sociedad de consumo. Jamás cambiará, con el traspaso de “machos” a “chapiadoras” y una sociedad que aplaude.

Mi país no cambia con discursos panfletarios de politiqueros ni de mensajes alquilados de corporaciones económicas.

Mi país cambia, no con paño con pasta de limpiabotas, sino con cada acto de amor y de acciones nuevas que realizamos por insignificantes que sean, sin la propaganda, y que las mismas apunten a desmantelar las estructuras sociales que tenemos y la ideología macabra que la sustenta. Ya me convenció la Madre Teresa de Calcuta: A veces sentimos que lo que hacemos es tan solo una gota en el mar, pero el mar sería menos si le faltara una gota.”