Luis Gómez, Luis Scheker, Hamlet Hermann, Josefina Padilla, Negro Veras, Teresa Espaillat, Milagros Ortiz, José Israel Cuello, Antonio Isa Conde, Narciso Isa Conde, pertenecen a la generación de la libertad. Son aquellos hombres y mujeres que encendieron la lucha y la chispa por la libertad.
La generación que a la muerte de Trujillo, descubrieron las calles y desvelaron el camino para consolidar la libertad. Fraguaron la pasión, iluminando el destino, para desmadejar donde estaba la fibra del contenido real de la libertad y el cimiento de la génesis de la democracia. Con sus acciones y decisiones supieron donde estaban aquellos que condensaron el disfrute del sistema y que ahora a la muerte del sátrapa se cubrían con ropas diferentes, entonando un discurso por la libertad, empero, de la misma esencia.
Esa hermosa generación de la libertad lucharía en contra de los remanentes de Trujillo. Los más asumieron el discurso de Juan Bosch y otros, trascendían ideológicamente el oropel del sistema. La ruptura del orden constitucional encontraría a esa generación, más allá de la diferencia ideológica, en la misma dimensión y consigna: Vuelta a la constitución del 63 y el retorno de Bosch sin elecciones.
Devino, precedida de grandes movimientos sociales, la revolución de Abril. Ellos estaban allí, con sus estrellas en la frente y como si el corazón de cada uno de ellos comprendiera al instante donde estaba el sentido de la historia. Mostraron al mundo como un pueblo, pequeño y pobre, cual convertido en David, luchaban contra el poder económico, militar más poderoso del mundo.
Ellos, en sí mismos, encarnaban el árbol frondoso de la esperanza renovada. En cada poro de sus cuerpos, de sus ojos, se cristalizaba la madera perenne de la libertad. La revolución los despertó aun más y les aceleró como generación el compromiso societal, no ya solo con la libertad, sino con la democracia, una democracia con contenido. Es una generación revestida de ardor cierto. Es la misma generación que seguiría luchando por la libertad, ante el triunfo de la contrarrevolución y el proyecto de dominación del Estado Bonapartista encabezado por Joaquín Balaguer.
En el interregno de los 12 años de Balaguer, esa generación continuó luchando por la libertad en un nuevo escenario, donde la bandera de la democracia era el concierto necesario, pues esa música no podía tocarla el representante más conspicuo del Estado desarrollista dependiente, con su fuerte vocación autoritaria.
Siguió luchando con la visión de que la derrota a Balaguer era el salto al unísono de dos procesos que se dilataron en el tiempo: Libertad y democracia. Derechos civiles y políticos que se adherían sincrónicamente para armar la síntesis de lo que se auguraría con los derechos sociales y económicos.
La nostalgia con esa hermosa generación es que no pudieron gobernar. Pienso, como hipótesis, que ahí radica en gran medida la ausencia de una sociedad más decente, más democrática, más inclusiva. Era, por decirlo así, una generación que llevaba sobre sus hombros, como diría José Marti “el decoro de muchos hombres”. Era como si en su alma la altivez espiritual alcanzaba la supremacía de sus acciones.
No alcanzaban a dibujar la tibieza, el cinismo y la simulación como energía para lograr algún propósito. Su origen en sí mismo le daba la estabilidad emocional y la virtud como nobleza. Su encuentro en el relacionamiento del poder debió bosquejarse a partir del 1978. Quedó en el poder la misma generación empero, el desafío por la libertad encontró su máximo eco con el retorno de los exiliados y la libertad de los presos y la despolitización de las Fuerzas Armadas.
Ellos en la forja de su lucha, nos encontraron a nosotros, los que nacimos a partir del 53–60; la generación que hoy está en el poder y que tiene 15 años en el mismo. Mi generación debió asumir la democracia con contenido real. La democracia de los derechos sociales, económicos, culturales y ambientales. Sin embargo, mi generación desde el poder, ha quedado postrada en la rémora del pasado, ha destrozado moralmente a la sociedad; haciendo de la política la máxima expresión de los negocios espurios. Ni siquiera han podido construir una imagen mitificada del pasado. Toda la corrupción de los últimos 49 años ha sido un juego de niños en columpios con respecto al tramo del tiempo del 2004 – 2015.
Mi generación, ahogada en el resentimiento constreñido del pasado, se vuelca desde el poder a disfrutar el presente como si el futuro no existiera. Viven y gozan como si viviéramos en una sociedad opulenta. Comprometen el futuro para que las próximas generaciones carguen con el peso de la deuda de la “bonanza del progreso”. Una generación sin visión; una generación que ha hecho de la política la cantera máxima de la acumulación; la política sin clivaje ideológico y la puesta en escena del pragmatismo más salvaje de esta ciencia. La negociación ya no es un programa, una agenda societal; un compromiso para derribar las vallas sociales y económicas que nos lastran, que nos avergüenzan como país.
Que mi generación desconozca continua y sistemáticamente el andamiaje normativo-jurídico que ella misma ha creado, se han dado; que propicie la desigualdad desde el Estado; que seamos el país que menos invierten en salud y en gastos sociales como porcentaje del presupuesto y del PIB y que en el imaginario del dominicano nunca se había visto tanta corrupción; nos dice que esta generación no pudo asumir y salvar el desafío que la sociedad puso en sus manos y en consecuencia, no tienen sentido de la historia.
¡La patología de las instituciones democráticas a través de la corrupción institucional ha sido su reflejo, su espejo y su realidad!.