Tengo un sitio especial que siempre me gusta visitar de nuevo en la República Dominicana.
No es Punta Cana ni Casa de Campo. Tampoco es Juan Dolio, ni Sosúa, ni Las terrenas o Samaná, todos estos son sitios maravillosos a orillas del mar con prístinas playas, excelente comida y maravillosos ambientes. Me gustan todos esos sitios por una variedad de razones.
Sin embargo mi corazón siempre regresa a un pequeño pueblito arriba, en las montañas de la región del Cibao Central, en la carretera a Constanza en el centro de la República Dominicana. El pueblito se llama La Cotorra y no es más que un puntito rojo en los mapas de Google y MapQuest.
La mayoría de los viajeros conducen de prisa a través del pueblito a 60 Km/hora o más. Quizá hasta se quejan un tanto porque tienen que manejar a través de las curvas y vueltas con los puentes que los hacen reducir la velocidad. A menudo ellos tocan las bullosas bocinas para que los pollos, vacas, burros y niños despejen la carreta.
La Cotorra tiene un bar, una iglesia, un par de colmados y un montón de casas alineadas a lo largo de la carretera 12, que va de Constanza (a 4,000 pies de altitud sobre el nivel del mar) hasta la Autopista Duarte. Toma alrededor de 2 horas para ir de Santo Domingo hasta allá. Una parte del viaje comprende conducir por una carretera de dos carriles sobre una montaña muy alta y pasar frente a la capilla de la Virgen de las Mercedes. Cuidado al conducir si le toca hacerlo detrás de un camión cargado de papas o repollos.
En La Cotorra tengo la buena fortuna de pernoctar en la casa de un pariente, en lo que es una vieja casa de una finca que ha sido modernizada con electricidad, agua, y baños dentro de la casa. Para llegar hasta allá se pasa por el pueblito, se dobla a la izquierda en un camino de entrada, se toca la bocina dos veces ante el portón cerrado con candado, se oyen los fuertes ladridos de dos enormes perros Rottweilers y se ruega para que el encargado de la finca oiga la señal.
Cuando se abre la puerta, se entra en un pequeño paraíso de flores, hierbas, arbustos y árboles frutales. Se estaciona el vehículo bajo un árbol que el anfitrión llama “pera dominicana”; algo que no se parece a pera alguna que yo haya visto antes. (Quizá algún lector pueda ayudarme a identificar este árbol). Pero también veo dos árboles que me son conocidos en el sur de la Florida: el árbol de guayaba (Psidium guajava) y varios árboles de aguacate (Persea americana). Una diferencia notoria: en Miami mi majestuoso árbol de aguacate produce un promedio de tres frutas al año. En este jardín, el pequeño árbol de aguacate está tan cargado de frutas sensuales que es casi una vergüenza, tal cual mujer voluminosa de pecho cuyos senos se están saliendo de su blusa.
Mi anfitrión me ayuda a descargar las maletas hasta una pequeña cabaña al otro lado del jardín. Lo que más disfruto de esta cabaña son las ventanas -o más precisamente- la falta de ventanas. En dos lados de la cabaña hay alrededor de 10 abiertos rectangulares en las paredes. No hay cristales ni mallas contra insectos, solo abiertos que pueden cerrarse por la noches con pesadas contraventanas. Durante el día, las contraventanas, que tienen bisagras en la parte superior se levantan como un toldo y se soportan con una vara de madera.
Tengo muchos recuerdos de estar acostada en la cama temprano en la noche oyendo los ruidos del pueblo más allá. Oigo voces, bachata, risas y los ladridos de los perros, hasta el trincar de botellas y vasos. Por las mañanas, antes de levantar las contraventanas, se oye el canto de los gallos alrededor del pueblo y el mugido de las vacas cuando pasan por las laderas.
Durante la última visita, el anfitrión exclamó: “Carol, ven a ver el jardín”. Habían pasado casi cinco años desde la última visita a La Cotorra, demasiado largo tiempo. En la última ocasión en que vine, recién acababa de comenzar a interesarme en la similitud entre las plantas nativas de la Florida y la República Dominicana. En esta ocasión no vi como antes un vasto campo de flores sin nombre. Vi amigos de la Florida. Flores amarillas, azules, moradas y hierbas fragantes.
En un cantero más elevado que el resto del terreno, hay flores de la enredadera de la manzanilla, lo que llamamos creeping oxeye en inglés (Sphaneticola trilobata o Wedelia trilobata). Esta enredadera es tan fuerte e invasiva que uno termina por amarla o por odiarla. Crece por todas partes, encima de cualquier cosa, con o sin agua, sin necesidad de mantenimiento. En la República Dominicana es una planta nativa; en la Florida los expertos no pueden ponerse de acuerdo acerca de si es nativa o introducida desde el Caribe.
Cerca de esta planta está el meladillo, matapollo o pegapollo (Plumbago auriculata) que en inglés se conoce con el nombre de blue plumbago, leadwort o doctorbrush. Esta planta también es nativa de la República Dominicana. En la Florida se la ha introducido desde el Caribe, aquí también hay pequeñas plantas de la misma familia que florecen.
En el mismo cantero de flores en La Cotorra está la multicolor lantana o camará (Lantana cámara). Esta planta es nativa del trópico y del sub-trópico americano. La lantana se ha hecho popular en los jardines por su naturaleza resistente. No la afecta las plagas ni las enfermedades, requiere de poco agua y, es resistente al calor extremo. Es una especie favorita de las mariposas y se la usa en los jardines de mariposas. Estas odoríficas plantas las utilizan también con propósitos rituales los Oshas y Orishas del Juramento de Aña y Changó en la santería.
Otra encantadora azul-morada flor en el jardín de mis anfitriones es la Ruellia simplex. En inglés la llaman Mexican petunia y Blue Bells (Petunia mexicana). No pude localizar el nombre en español de esta flor. ¿Puede alguien ayudarme a identificar esta planta? Es una planta bastante robusta y resistente al calor, al agua y, a los insectos.
Después de que mis anfitriones compartieron su jardín conmigo, me invitaron a caminar en el campo para ver las vacas y los caballos en los pastizales más altos. Cuando caminábamos a lo largo de un camino de tierra, comencé a reparar en algunas plantas que he encontrado también en el sur de la Florida. Primero vi las pequeñas florecitas rosadas de la Cesar Weed (Urena lobata), que pienso que se llama cadillo de perro o escoba en la República Dominicana. Esta flor silvestre es de la misma familia que la flor del hibiscus y que la planta de algodón, pero la flor es más delicada y más pequeña que la del hibiscus. La planta tiene algunos usos medicinales y se la puede utilizar para hacer cuerdas.
También en el campo vi una planta de senna que llaman de brusca o brusca hembra (Senna occidentalis) en la República Dominicana, donde es una planta nativa. En la Florida, donde se introdujo esta planta desde el Caribe, se conoce con el nombre coffee senna, stinkweed, o septic weed (esto significa que se la encuentra cerca de los pozos sépticos). Esta planta pertenece a la familia de los frijoles, en la que una especie se conoce como la Cassia arbusto o árbol, que crece alto como el flamboyán y la poinciana amarilla.
En mis artículos he escrito acerca de las plantas que florecen silvestres, la mayoría de las cuales no tienen propiedades medicinales, o que no han dejado huellas en la historia de la humanidad como lo han hecho muchos alimentos tales como los granos, hortalizas u frutas. De hecho, en los Estados Unidos algunas de las flores que menciono más arriba son consideradas hierbas que son invasivas y algunas ocasiones hasta tóxicas para los humanos o los animales. Entonces cabe que uno se pregunte:¿cómo es que han prosperado tanto y se han expandido por todo el territorio del Caribe hasta la Florida y más allá? ¿Estas plantas han sido exitosas solamente como consecuencia de su fortaleza y resistencia y por la sutileza de su belleza?
Algunas plantas han sido prósperas porque han desarrollado habilidades para atraer polinizadores que han esparcido sus semillas o polen. Estos métodos de supervivencia dependen de ventajas recíprocas para las plantas y los animales que polinizan estas plantas o que comen sus frutos. Cuando encuentro esta gran cantidad de plantas con flores en el área montañosa de La Cotorra, cerca de Constanza, y, que florecen en las tierras bajas y en las áreas pantanosas del sur de la Florida, solo puedo imaginar que estas plantas tienen una larga historia de supervivencia que no hemos comprendido totalmente.
En un artículo anterior cité un vídeo llamado The Power of Flowers, que trata acerca de cuán temprano las flores comenzaron en el planeta la evolución de todos los animales incrementando la cantidad de oxígeno disponible para los animales.
Ahora bien, estas plantas con flores tienen otro significado para mí personalmente. Estas plantas proveen una conexión personal, un puente entre mi vida del sur de la Florida y las vidas de mi extensa familia en la República Dominicana. Podemos hablar diferentes lenguas o tener historias y tradiciones culturales diferentes, pero aun así podemos disfrutar de la belleza de plantas similares y de flores que rodean nuestros hogares y campos.
Puedo decirle a mi anfitrión de La Cotorra y a todos los demás miembros de la familia: “Sí, tenemos esas flores en el sur de la Florida y, los invito para que vengan y se hospeden en mi casa y disfruten de mi jardín para que vean todas las flores, de la misma manera en que estoy disfrutando del jardín de ustedes en República Dominicana”.
No somos familia solo por vínculos de sangre y matrimonio, sino también por el entorno que compartimos en el Caribe y en las Américas.