Un nuevo pensamiento se abre al simulacro y al juego perpetuo de la historia. Un solo pensamiento polimorfo, y el abismo de su propia, corrosiva parodia alucinada. Un nuevo relato que describe al sujeto desde el debilitamiento y la fragmentación. El hecho en sí, renovado en la conciencia. Un graffitti fuerte que disuelve el fundamento mismo de toda redención. La noción abierta de una nueva constelación semántica de interpretación. Esa que apunta, según Vattimo, al fin de la modernidad, y a la producción de efectos críticos, cuyo blanco principal es justamente la ilusión. Allí donde el carácter fuerte del pensamiento puede llegar a ser cancelado, reprimido, vuelto inoperante gracias al poder renovado de la conciencia filosófica, aunque pueda ser también radicalmente transgresiva. Audacia de un gesto lindante en lo imposible; la parodia y el humor.

La audiencia de este gesto consiste precisamente en una irónica actitud. La misma que creo, tiene sus inicios en el desarrollo especulativo del cristianismo primitivo con Orígenes y su gnóstico alegato Contra Celso, pasando por Nietzsche y Heidegger hasta Baudrillard. De ningún modo es un gesto de dominio y disminución nihilista. “No me arredro, dice el decoro y la incertidumbre”. “Antes bien, asumo el hecho con humor irónico, para ver mejor el objeto de mi crítica”.

En efecto, el “retraerse” descompone tanto el ver como el aferrar; y distancia la pareja sujeto-objeto. A través de este movimiento, según Aldo Rovatti, el sujeto declina. “En cierto modo estalla y se expone, volviendo a encontrar la propia experiencia, pero como experiencia de su propio carácter paradójico”. En la retórica de este filósofo italiano, el pensamiento contemporáneo no es más un riesgo o un abismo que se asume como una metáfora de destrucción. Es un reencuentro posible que tenemos de remitirnos, en un movimiento continuo, titubeante, al lugar incierto y ambivalente que en el lugar de nuestra experiencia. Particularmente, pienso esa experiencia como una aventura de simulación de un falso relato de murmullos. De distanciamiento y suspensión. Se trata, quizás, de una imagen rota en el espejo de otro enigma, a menudo entrecruzada en una baraja de El Tarot. Máquina deseante de un principio esotérico de revelación: símbolo oculto y ambiguo donde todo acaba en pulsión agónica y discontinuidad. Así, el yo se desplaza aboliéndose, cayéndose. Esto que, justamente produce un sentido irrecuperable de interpretación analítica. Una suerte de “carencia productiva”, no pertinente al sentido que buscamos. Justamente, ese hundimiento nos permite analizar la vida, resultando indispensable para crear nuestro propio autorelato.

Tampoco debemos olvidar que hay una distancia a mantener, una “razón débil” en lo percibido del concepto de “descarte” y en el brusco desplazamiento, corrigiendo, interpretado, distorsionando el pensamiento. No es asumir el nihilismo como tragedia, tampoco hundirse en un inesencial y puro escepticismo. Es narrar su propia vida interrogándose. Cada quien propone su propio relato y luego soberanamente se descarta riéndose estruendosamente de si mismo.

No obstante, hay que tomar ciertas precauciones ante el giro negativo que este mismo discurso me propone. Es preciso concebir el pensamiento posmoderno como una metáfora. Un rompimiento con la episteme canónica de valoración, en especial después de la Ilustración y el balance alcanzado por la sociedad posindustrial. A partir del giro que ha sumido el pensamiento contemporáneo desde la filosofía nietzcheneana hasta la poética decadente simbolista, pasando por el hoy fluido “pensamiento débil” italiano, y, por supuesto, el ya clásico, pero no menos paródico pastiche de creación borgeana, y su posterior sátira a ciertos patrones de nuestro imaginario.

Teóricamente, este nuevo concepto sugiere una poética de abolición. Las expresiones “pensamiento débil” y “posmoderno” proponen igualmente una episteme o narración metafórica de ruptura que comporta un pensar hipotéticamente fragmentado.

Ahora bien, si es así, entonces, parece que Vattino tiene ciertamente razón. Este pensamiento se esfuerza en pensar el ser como debilidad y no como un inesencial vacío. A saber; la falta de un auténtico proyecto propio, el puro recorrer, como un parásito, aquello que ha sido pensador; y hacerlo, además animado por un propósito sustancialmente estético: “El de revivir el pasado como tal, con el único fin de gozar de él en una especie de degustación arqueológica, propia de un anticuario”.

Muchas de las corrientes actuales de pensamiento que propugnan la descontrucción  (Derrida, Guatari, Deleuze, Rorty, Bloom) podrían verse afectadas por esa acusación, que en Vattimo cumplen otra función, filosóficamente de legitimación de las dudas. O, mejor, para decirlo heideggerianamente de des-fundamentación y hundimiento.

Desde ese punto de vista en que se desarrolla la filosofía actual, nos parece que la cultura de este siglo asiste impávidamente a un vertiginoso proceso de nihilización. En ese proceso, ciertamente, entran no sólo cuestiones teóricas, entre las distintas variantes lacanianas del freudismo, también, y tal vez, y más fundamentalmente, las cuestiones políticas del marxismo, de las revoluciones y del socialismo real. Lo mismo que el Dios de Nietzsche, como se sabe, “Dios muere en la medida en que el saber ya no tiene necesidad de llegar a las  causas últimas, en que el hombre no necesita creerse con un alma inmortal”.

Dios definitivamente muere porque se lo debe negar en nombre del mismo imperativo de verdad que siempre se presentó como su ley y con esto pierde también sentido el imperativo de la verdad y, en última instancia, esto ocurre porque las condiciones de existencia son ahora menos violentas y, por lo tanto y sobre todo, menos patéticas. Aquí, en esta acentuación del carácter superfluo de los valores últimos, está nietzscheanamente la raíz del “nihilismo consumado”. A esta corriente nietzscheana se agregó recientemente, según Vattimo, una tradición que en estos momentos, en muchas de sus manifestaciones, apareció como alternativa, la corriente que, partiendo de Wittgenstein y de la cultura vienesa de la época del “Tractus”, se desarrolla luego hasta llegar a la filosofía analítica anglosajona. Además, habría que agregar a esto la revelación última del pensamiento desgarrado de Cioran y su necesario escepticismo vigoroso.

También aquí, por lo menos en la medida en que se pone el acento sobre “lo místico” wittgensteiniano, nos encontramos frente al esfuerzo de aislar y defender una zona ideal del valor del uso, esto es, un lugar en el que no se dé la disolución del ser en el valor.

Según esta misma corriente, se trata de obtener una zona de vacío en lo pleno de la subjetividad, en la imagen “demasiado plena” que tenemos de nosotros mismos.

Si seguimos el hilo de esta actitud, veremos también el nexo entre “nihilismo-valores en el aspecto paradigmático del discurrir del ser, sea que el ser se haya disuelto completamente en el discurrir del valor, en las transformaciones indefinidas de la equivalencia universal. Se trata de  crear una excepción de ruptura en el proceso de observación de todos los valores y su aprehensión vital.

Una “ontología débil”, que concibe el ser como transmisión, tenderá, pues, sin duda alguna a privilegiar la excepción por encima del canon, y en esto difiero de Vattimo, puesto que la excepción puede no ser canónica, y ciertamente, transmisible por encima de las iluminaciones proféticas, cuando la excepción y la posibilidad de lo nuevo al interior del canon.

Hay que reconocer finalmente que este problema del canon ciertamente existe, aunque quizás convenga recordar también que lo más importante no es establecer unas nuevas bases de la relación entre pensamiento y mundo, a que aspiran Heidegger, Vattimo, Dal Lago, Rovatti y otros, sino volver a proponer el problema del sin sentido y vacío búdico del ser.