(Para leer Retazos) (Y 2)

Tal como reza el subtítulo del libro, Retazos gira en torno a tres ejes temáticos: vida, amor y guerra. Estos ejes se nutren de dos principales fuentes de inspiración: lo autobiográfico y lo testimonial; la vivencia propia y el testimonio oral de otros narradores, cuya presencia en las historias es implícita. El libro abre con un relato conmovedor, “El niño”, y cierra con un relato nostálgico, “Eternamente Yolanda”. Ambas son historias “cubanas”: el niño víctima del castigo excesivo y la negligencia imperdonable de sus padres; la muchacha que no llega a amar al joven enamorado y sólo le utiliza para vivir.

Melvin Mañón

La mayoría de los cuentos están narrados en tercera persona. Predomina el narrador omnisciente, la estructura del relato tradicional, la descripción objetiva de situaciones, acciones y personajes.  Al relatar la historia, el narrador se nutre de otros narradores, se apropia de narraciones orales, de testimonios ajenos, de historias contadas y oídas. Incorpora la huella de lo vivido, pero también de lo escuchado de otros y lo narrado por otros.

En este punto conviene aclarar, siguiendo a Gérard Genette, la diferencia que existe entre el autor del texto y el narrador en la diégesis (historia). El narrador es una entidad diegética, es decir, una entidad dentro de la historia, un personaje creado por el autor, pero diferente del autor, que es la persona física que la crea.  Así, cuando escribe y narra en tercera persona no sólo lo vivido por él sino lo vivido y lo narrado a él por otros, el autor se convierte en narrador y convierte a los otros en narradores implícitos en el orden del relato.

En todo el volumen hay apenas tres relatos en primera persona. Uno de ellos con un narrador-protagonista, que es el propio autor enmascarado: “La muchacha”, de contenido erótico; los otros dos con un narrador-testigo: “Un hombre de verdad” y “Conducta imprevista”, de temática sociopolítica. En este cuento, la larga frase final sobre la corrupción policial resume toda una observación sociológica. El narrador-testigo explica la diferencia entre lo que es costumbre y lo que es delito por soborno.

En Retazos, Mañón no pretende fundar un cosmos narrativo propio. Más bien se limita a sacar recuerdos de la memoria, a relatar historias muy disímiles en una geografía diversa (Cuba, Santo Domingo; el campo, la ciudad) y en diversos momentos del pasado (principios de siglo XX, años cuarenta, sesenta y setenta), nunca en presente. También apunta a recrear episodios de la historia nacional. La guerra, las sublevaciones, los alzamientos o las turbulencias políticas son temas de los cuentos “Negro y Miceli”, “Un hombre de verdad”, “Alzados”, “Crónica de una noche de 31 años”. Algunos relatos se interconectan, dialogando en su intertextualidad.  A veces el personaje de un cuento se prolonga en otro. Así ocurre en los relatos épicos donde se repiten personajes como Fello Vidal o Manuel Ottamendi.

Otros relatos recrean historias de amores. “La primavera siempre vuelve”  se ambienta en los años cuarenta -años de la Segunda Guerra Mundial- en la costa atlántica, en el Puerto Plata natal de Mañón.  Dos relatos visiblemente autobiográficos, “Siempre una historia de amor”, y “Eternamente Yolanda” -título inspirado en la célebre canción del cantautor cubano Pablo Milanés- se ambientan en La Habana de finales de los años sesenta. La relación rota, la aventura de amor, el amor de juventud ya perdido, se rememora y recupera en el acto de escritura, en el espacio imaginario del relato.

Hay relatos algo insulsos y triviales. “Siempre una historia de amor”, por ejemplo, con un cierre inconcluso, carente de fuerza y vigor. Un final con frase cursi, sentimentaloide, típico de novela rosa: “Lo vivido contigo es de lo único que nadie ya podrá despojarme”.  O “Amor de burros”, relato entre costumbrista y cómico, hilarante, gracioso, pero cuya jocosidad no supera lo meramente anecdótico.  Otros cuentos abordan el retrato de personajes típicos: “Próspero”, “Venancio García”, “Manuel…Manuel”. “Próspero”, retrato de un personaje pintoresco de pueblo con un proyecto delirante rayano en lo absurdo, es un cuento de típica impronta chejoviana. “Con mi naturaleza nadie puede” relata la historia de una temible prostituta de pueblo, La Cañona. Es un relato irónico y desmitificador: la mujer es puta por puro gusto, no por necesidad ni por obligación. “Yo soy cuero porque me gusta”, le dice La Cañona a doña Carmen Mazzara, quien le contó a Mañón este episodio de su época de prisionera política durante los infaustos Doce Años.

Como narrador novel, Mañón recurre usualmente a fórmulas de la narrativa tradicional. En muchos relatos utiliza hasta el exceso el recurso de cerrar siempre con una frase, conmovedora, o cortante, o jocosa, o admonitoria, sacada del lenguaje coloquial:

“Papi, ¿verdad que tú me vas a devolver mi manita si yo te prometo portarme bien”

“¡Coño, Fátima! ¿Tú te imaginas lo que es tener que volver a la casa sin haber encontrado un hombre que le quitara a uno todo esto?”

“Coño… estas vainas nada más me ocurren a mí”

Miguel Ramirez, Telas

“¡Mamá…Carajo…!”

“Váyase a lavar las manos, Guzmán. No sea asqueroso”

“Doña, déjese de vainas. Con mi naturaleza nadie puede”

“No soy yo, Yiyi. Es el lápiz”

“La muerte de Perfecto Rosales” es quizá el cuento mejor logrado del libro. Fluido, ágil, intenso, preciso, trata de una enemistad mortal nacida de la guerra. Dos hombres que se odian a muerte se enfrentan encarnizadamente a tiros. No hay piedad ni reconciliación posible. Sólo la muerte puede zanjar tal odio.

“¡Mamá…carajo!” es un texto “disidente”. Narra la historia de Santiago Morales, preso político cubano en Isla de Pinos. Escrito por Mañón en una etapa que, de modo autocrítico, llama “reaccionaria” (yo le llamaría más bien su etapa  de derechista liberal), denuncia la represión política y los horrores de las cárceles cubanas. Resulta curioso saber si Mañón, como autor del texto, sigue hoy validando al narrador del relato. Ahora que ha retornado a las filas de la izquierda militante, ¿suscribiría aún ese relato “detractor” y “contrarrevolucionario”? En todo caso, hay razones para pensar que lo suscribe. El cuento aparece incluido en la segunda edición de Retazos. Mañón ha sido honesto decidiendo mantenerlo en el volumen, como debe ser. El texto sigue ahí como testimonio de un momento, de una etapa de su vida y su pensamiento político.

Retazos no es una genialidad literaria. Es un libro de principiante en la materia que muestra el potencial narrativo de Mañón. Un primer intento, un debut nada desdeñable, pese a su escasa, casi nula repercusión en nuestro contaminado medio literario. Un libro con aciertos y limitaciones, que anuncia y promete, que señala una dirección futura. Hay buenos relatos como “El niño” que conmueven y perviven en la memoria. Esta segunda edición, que se publica dos décadas después de la primera con mejoras y correcciones, intenta tener mejor suerte en una situación cultural distinta y ante un nuevo público lector, tal vez más libre y menos prejuiciado por estigmas del pasado.