¡Gracias! Es la palabra que recoge todo lo que oprime mi pecho. Letras Libres se despide. Recuerdo esa llamada que hace cinco años le hice al director de este diario para escribir. La respuesta de Fausto Rosario fue presurosa: “mi hermano, usted sabe que este diario es suyo”.  Cuando me pidió el nombre de la columna le di varias opciones. Sin titubeos me dijo: “esta refleja tu impronta”. Entonces le di palabra y vuelo a Letras Libres, un espacio anchuroso donde corrí a cielo abierto mi libertad.

Poco a poco la columna fue ganando apegos hasta quedarse en la agenda semanal de miles de lectores. En algunos casos, declarados como fanáticos. Más que un espacio de opinión, Letras Libres fue una tribuna para la proclama del silencio. Sí, esa era la idea: contar sin frenos la verdad callada; la que se licúa entre las “debidas formas” de la “prudencia” en un ambiente domesticado donde manda la autocensura.

Acento fue un cauce cómodo para este torrente de ideas y sentimientos. La dirección del diario ha sido más que tolerante. Nunca hubo una llamada, una sugerencia o una insinuación. Es uno de los diarios más abiertos de la prensa dominicana.

Letras Libres impuso una perspectiva diferente de opinar en libertad: franca, estilizada y enérgica.  Ese lenguaje a veces satírico a veces lapidario, pero siempre cercano, le dio marca, color y “acento”. Sobre esto una vez escribí: “Me fastidia la opinión pálida y amoldada. Esa que reverencia las ‘buenas maneras’; la que critica nuestro drama celando la sombra de cada palabra. Me resulta mustia, gris y depresiva. Prefiero las letras carnales y soberbias, embriagadas de calor y arrastradas en las rusticidades de la vida; aquellas que, sin lastimar dignidades, revelan en todos sus contornos la realidad como es.  Me recreo con la palabra plena, desnuda y audaz, liberada de deudas”. Logré el cometido.

Era algo natural que las incomprensiones de algunos intereses reaccionaran adversamente al ejercicio de mi opinión. Me he dado el lujo de la disensión con firmeza, pero sin irrespeto. He tocado fibras muy sensibles. Recuerdo una vez que el director de este diario se entusiasmó con la idea de proponer mi nombre para la premiación de una fundación en el renglón comunicación. Me llamó para pedirme autorización. Se la di más por acato que por deseo propio. Me dije, entre dientes: ¡Pero Fausto está loco! No volví a hablarle del tema ni él tampoco. Todavía me río con las ganas del bajo vientre. Premiar lo que hago, además de no merecerlo, es para algunos núcleos de poder (públicos y corporativos) una manera de validar mi estilo. Mi mejor escrutinio ha sido la cantidad impensada de gente que leyó Letras Libres y la hizo suya como trinchera. Y no es una apreciación empírica: consulto a diario los ratings sobre el tráfico, la circulación e interacción de la prensa digital en las redes y los datos son para sentirse agradecido. Treinta y dos artículos de Letras Libres fueron tendencia en lectoría en la República Dominicana durante estos cinco años. ¡Ese es mi premio!

No me considero ni asumo como pensador ni intelectual. Soy un cronista mordiente de la vida. Lo asumo como un oficio tan útil como la carpintería y tan tentador como la poesía. Es un trabajo acrobático de la palabra liberada. Me siento realizado.

Con esta entrega termina la historia de Letras Libres. No fue una decisión apresurada ni deseada. La he incubado por meses. Responde a imperativos personales y familiares. Me convocan interesantes planes de vida. Para poder atenderlos, necesito tiempo, concentración y entrega. He ido desmontado algunas ocupaciones para ganar otras de más exigencias. Se abren así nuevos proyectos, de algunos de los cuales mis lectores serán los más beneficiados. Ya se enterarán a través de los medios. Tuve la suerte de compartir espacio con hombres y mujeres de dimensiones intelectuales inmensas. Mi respeto. Gratitud imperecedera a don Fausto Rosario por hacer de Letras Libres uno de sus mejores pupilos.

Les debo tanto a mis lectores; tan fieles, tan míos. Nunca dejé de leer cada comentario. Disfrutaba con fruición sus discusiones, en ocasiones cargadas de ofensas inocuas. A veces me animaban tanto o más que mis propios artículos. Aprendí tanto de sus opiniones que no pocas veces me provocaron a investigar.

Sobre la columna que hoy despido una vez escribí: “Mientras tanto, este pequeño bar, que es columna o catarsis, no sé, seguirá abierto todos los martes como tibia covacha para mimar los gemidos de una tierra que hizo de su tragedia su mejor rutina…”. Este bar cerró sus puertas. Gracias del alma… Twitter: @Josel_taveras. Instagram: Taveras4748.