Hace más de 15 años que leí “Confieso que he vivido” de Pablo Neruda. Sin lugar a dudas, uno de mis libros favoritos.

La capacidad descriptiva y el nivel de detalles de Neruda, es sencillamente increíble. Digno de un poeta tan gigante como él.

En uno de sus capítulos, Neruda relata, con su gracia tan característica, sus días en China. Entre sus relatos, cuenta sobre lo caótico del tránsito en Pekín y lo complicado que resulta a veces vencer la barrera del idioma. Hoy, tantos años después de haberlo leído, me siento Neruda.

Dice más o menos que le llamaba la atención ver la multitud caminante en las calles, que siempre pensaba que el vehículo en que viajaba no iba a poder continuar la marcha porque se estrellaria contra los transeúntes pero el conductor seguía corriendo sin inmutarse y dice Neruda que cuando ya se preparaba para sentir morir la gente aplastada bajo las ruedas, se abría un pequeño canal y el vehículo seguía la marcha sin problemas. Y les juro que no exageró. Pekín sigue igual de agitada.

Con más de 1400 millones de habitantes entre automóviles, minibuses, autobuses, motocicletas, bicicletas, taxis, beng beng y el eterno regateo parece que no se detiene. Un cuerpo a cuerpo constante.

Y ni hablar del idioma, que termina uno exhausto en el afán de ordenar unos fideos que acaba riendo con la mesera y hasta haciendo el baile del pollo.

Entre el idioma y el tráfico, aquí cada salida aporta una dosis de adrenalina que ha convertido a esta gran ciudad en un episodio muy especial de mi vida.

Echando mano a Neruda puedo afirmar que “Confieso que he vivido”.

¿Quien me lo iba a decir?