El PRM es una realidad política. Así lo muestra su incidencia en los procesos de elección de bufetes municipales. Su entrada a la escena pública se dio en un momento extraño.
El anuncio de su creación se hizo pocos días antes de la Convención que Guido Gómez Mazara pudo ganar. De hecho, su anuncio en esa coyuntura del PRD fue un balde de agua fría a las energías de quienes todavía pensaban posible desplazar a Miguel Vargas del control del partido.
Con acechanza o no, la movida de anunciar la creación del Partido Revolucionario Mayoritario en ese contexto, retuvo las fuerzas con que Gómez Mazara, el retador, con frescura y arraigo (superados los daños en su imagen en el período 2000-2004), se perfilaba.
Y es que el viejo PRD no se ha dado cuenta que la sociedad ya no anda buscando un vehículo electoral del siglo XX
Pero más allá del hastío y las peripecias del aburrido proceso interno perredeísta, hay un elemento de interés: el PRM extiende la crisis a la que supuestamente viene a poner fin (al concretar la división del PRD) y desplaza del foco a la denominada Convergencia.
Este esfuerzo que, por su vocación de consenso entre sectores, observa mucho más capacidad para cristalizar los respaldos de los sectores opositores y para atraer a la franja de clase media que busca una alternativa política.
El gran perdedor de esta nueva aventura política es Luis Abinader, quien además de poner a disposición el partido de su familia, cayó en la trampa. El PRM es un partido de ex perredeístas compuesto por las corrientes de Hipólito Mejía y de Luís Abinader.
Pasada a segundo plano “La Convergencia”, el último pierde fuerzas ante una posible aspiración presidencial del ex presidente Mejía.
La ventaja de Luis en el escenario anterior al PRM venía de su sexappeal y frescura para los no perredeístas. No es un secreto para nadie que Abinader tiene mucho mayores posibilidad de conectar con sectores sociales, académicos y desencantados que el manoseado liderazgo de Hipólito Mejía.
El pecado original del PRM ha sido su propio nacimiento. Tanto el momento como el instrumento (que saca del primer plano a la Convergencia para sumir a la -desde hace más de siete años neutralizada- oposición en las duras tareas de construir un partido) son erráticos.
Partidos hay de sobra para canalizar los votos sin desgastar la dirigencia y la militancia en una nueva aventura para crear más de lo mismo. La estética, la retórica discursiva y el estilo de los principales exponentes se muestra como una continuidad de la aparente incapacidad de lograr un relevo de José Francisco Peña Gómez.
Ahora dos marcas confunden al electorado y disipan la noción de unidad que tenía el contra-oficialismo (más allá de una ruptura con el miguelismo que controla las siglas del PRD).
La clave del éxito (a futuro, porque no podemos confundir la crisis de un partido con una crisis del sistema) podría ser fortalecer “La Convergencia” y jugar a la unidad desestabilizadora.
Pero eso requiere de nuevos liderazgos, una apuesta discursiva diferenciada y comprometida con los temas que interesan a las mayorías, así como una representación bastante alejada del viejo estilo del perredeísmo hipolitista.
Mientras tanto, sale airoso el Partido de la Liberación Dominicana, que probablemente termine un período más con una oposición desarticulada y sin capacidades de incidencia. Y es que el viejo PRD no se ha dado cuenta que la sociedad ya no anda buscando un vehículo electoral del siglo XX.
El autor es escritor y estratega en comunicación. Socio gerente en nazariocomunicacion.com.