“Un hombre de ciencia de los mayores que han existido, Galileo Galilei (1564-1642), dejó oBras concienzudas y admirablemente escritas: Dialoghi dei Massimi sistema (1630), Dialoghi delle nuove scienze, il Saggiatore (El investigador). Sus tratados científicos, en forma clara y precisa, y su defensa de Copérnico, son notables, entre ellos el físico y geómetra Torricelli, el geómetra Vicente Viviani, y otros”. (Vid. Max Henríquez Ureña: Obra y Apuntes XI, op. cit., “Lección Décimotercera”, p. 65)

Los siglos XV y XVI en Italia anunciaban desde la literatura regiones insospechables de creación pensamiento y cultura. Tal y como ha insistido la historiografía moderna como espacio de saberes humanísticos, luego del clasicismo encontramos las diversas batallas intelectuales, políticas, institucionales que surgieron con la intuición de G. Marino y sus imitadores, no solo en Italia, sino en toda Europa.

Decadencia y modernidad, dos términos que se abrazan y se contradicen entre los siglos XV y XIX, abren las diferentes puertas de una ruptura, un viraje que vivirá como posibilidad en los diversos cauces de lo artístico, lo literario y lo filosófico.  El mismo campo de a especulación estética y los textos de poetas, narradores, pensadores y científicos influyeron como visión y lenguaje en aquella sociedad que buscaba cambios en las formas de experiencias y pensamiento y creación.

Así pues, Max Henríquez Ureña, que se acompañaba de lo mejor de aquel viraje, analiza, asimila, busca y re-busca en aquel espacio de tensiones entre imágenes, géneros, cuerpos de reflexión, de tradición y ruptura, pero también de aquella decadencia productora de líneas de reflexión y decadencia. Según nuestro autor:

“Es llamado período de la decadencia, dividido en dos partes, el espacio de tiempo comprendido entre 1580 y 1750: la primera parte, hasta 1642, que incluye el marinismo y la reforma de la prosa con Giordano Bruno y Galileo; y la segunda parte desde 1642 a 1750” (Ver, “Lección Décimocuarta”, en op. cit. p. 66).

Para MHU:

“La nominación de decadencia no parece adecuada, sino como fórmula comparativa con el período anterior, que después de Dante, Petrarca y Boccaccio, presenta a Ariosto, Maquiavelo, Aretino y Tasso; pero cuando un país tiene la suerte de contar, durante varias generaciones, con un conjunto excepcional de ingenios de primera fuerza, lógico es que ese florecimiento de grandes figuras no sea perpetuo e inalterable, y que sobrevengan épocas en que la talla de los escritores y poetas no sea tan elevada”. (Ibídem.)

Nominar y nominación vincula el denominante como figura que explica lo denominado como objeto en la historia de las relaciones y productos literarios, donde la cultura funciona como operante funcional del conocimiento. Pero como sugiere Max, la “nominación de decadencia” presentifica los valores del comparatismo, al momento de fabricar o abstraer conceptos, valores y fórmulas de la búsqueda literaria y filosófica en Italia y el resto de Europa.

En efecto, la decadencia en los marcos de la historia literaria, produce “novedades”, experiencias y fórmulas que se apartan de lo fijado y establecido, pero en cuya movilidad advertimos líneas de fuga, encuentros, desacuerdos, choques técnicos y teóricos que se orientan hacia nuevas preguntas, fracturas y discursos de representación.

En el caso de la literatura italiana, MHU se decide por la pesquisa de situación e información:

“En esta segunda parte del período de la decadencia encontramos figuras todavía de menor relieve que en el primero. No faltan satíricos: el napolitano Salvator Rosa (1615-73) (también notable pintor), que fustigó el mal gusto en poesía, pintura y música; Benedetto Menzini (1646-04), que lo emuló con más gracia y distinción; y en cuanto a sátira personal y agresiva hubo un sarcástico Ludovico Sergardi (1660-1726)”. (Ibídem.)

MHU acentúa un hecho de alta significación para la cultura, las letras y las ideas italianas:

“No escasearon en este período las Academias, la más renombrada, con sucursales en muchas ciudades y su centro en Roma, fue la Academia de la Arcadia, que aun tuvo eco fuera de Italia, pues en el siglo XIX existían ya, tanto en España como en algunas repúblicas americanas, filiales de aquella: sus miembros adoptaban un nombre literario y se llamaban árcades”. (Vid. p. 67)

Para MHU los árcades formaron sociedades, grupos intelectuales e influyeron en los diferentes núcleos de creación y saber en Italia, España, América, Asia y otros lugares del planeta. La filosofía, las ciencias, las artes, y otras regiones del saber tienen por lo mismo aquellos árcades especiales, transmisores de conocimientos y orientadores disciplinarios, culturales, filosóficos y artísticos, entre otros.

Señala Max que entre los árcades italianos importa recordar a Giovan María Cresicimbeni (1663-1728), afirmado por sus trabajos de historia y de crítica literaria, entre ellos su obra monumental, en seis volúmenes: Istoria e commentari della vulgar poesía; y otro Giovan: Giovan Vicenzo Gravina, autor de una poética (Ragion poética).

Sin embargo, MHU indica en su comentario que la variedad de creadores y poetas es, en muchos casos, desigual desde el punto de vista de la producción literaria italiana del  siglo XVII en adelante. De ahí que, como afirma MHU:

“Poetas hubo muchos, aunque ninguno de primera fila, en un principio todavía bajo la influencia de Marino: Francesco di Lemene (1634-1704), Madrigalesco; y Giambattista Zappi (1667-1719), sonetista elegante. Otros recibieron la influencia moderadora de Chiabrera: Tomasso Crudeli (1703-45), de tipo anacreóntico; y Paolo Rolli (1687-1765), menos artificiosos, traductor de Milton. Pero el poeta más notable entre los árcades fue Pietro Metastasio (1698-1782), que fue poeta de la corte imperial de Viena y escribió muchos libretos de ópera y de oratorias: casi toda su poesía fue para ser puesta en música”. (Ibídem.)

El estilo de los árcades fue en general cargado de elementos formales y verbales de específica fuerza lingüístico-poética. Muchos de ellos cultivaron géneros literarios mixtos y adaptados a lecturas dinámicas y representacionales. Según Max:

“Otro árcade que alcanzó prestigio y fue poeta de cámara en más de una corte, como la Parma, fue Carlo InnocenzoFrugoni (1692-1768), que más que otra cosa fue poeta de ocasión, para epitalamios, elegías funerarias, etc., en endecasílabo blanco. En el dialecto siciliano se distinguó Giovanni Meli (1740-1815), que recogió, aunque sometido a influencias clásicas, como las de Anacreonte y Teócrito, el tono y el sentimiento de los campesinos sicilianos”.

MHU señala que, aparte de Metastasio, aparecieron otros poetas dramáticos y trágicos en dicha época (Pier Jacopo Marteli (1665-1727), Scipione Maffei (1675-1755), Antonio Conti (1677-1749), así como prosistas, críticos, historiadores y dramaturgos que enriquecieron el período con sus creaciones, algunas sobresalientes, otras menos brillantes, pero representativas de aquel momento histórico-literario.