Cuando se habla de matrimonios infantiles en Europa, la primera idea que viene a la mente es la suerte de las niñas de la India, Pakistán, Bangladesh o Yemen, o de algunos países africanos donde la imbricación de una cultura ancestral, de la religión y de la pobreza extrema permiten el matrimonio de niñas desde el momento de su primera menstruación, con hombres generalmente mucho mayores que ellas; estos matrimonios se realizan con todo un ceremonial y rituales bien codificados.

Cuesta creer que en el siglo XXI el matrimonio infantil atraviesa todavía continentes, idiomas y religiones y se practica no sólo en Oriente y África sino también en América Latina y el Caribe, como en los mismos Estados Unidos donde en 25 estados no hay una edad mínima para el matrimonio. En muchos otros estados hay leyes comparables a las de Arabia Saudita, y en diez de ellos se permite la excepción del embarazo, según Fraydy Reiss, de Unchained at Last, organización cuya misión es mostrar que el matrimonio infantil y el matrimonio forzado son también una realidad en Estados Unidos.

Llama la atención que, según datos de la ONG Save the Children, si bien a nivel mundial el matrimonio infantil está disminuyendo lentamente, en América Latina y el Caribe esta práctica no está en declive; desde 1990, el matrimonio infantil no se ha reducido en la región. En este renglón, al igual que con relación a los feminicidios, la República Dominicana tiene la tasa más alta de la región, con un 27% de niñas y adolescentes menores embarazadas contra una tasa en América Latina y el Caribe del 11%.

En nuestra pujante República Dominicana de hoy es preciso preguntarse, ¿cuál es el precio de la vida de una muchachita en los sectores más vulnerables?

María L. es prostituta, tenía relaciones por internet con un italiano que le mandaba dinero contra sexo virtual; la iba a sacar de su condición, pero se dio cuenta que era demasiado “chapeadora” y puso fin a la relación. Con la frustración de no conseguir su visa para un sueño, María tuvo una iluminación y “mangueó” (1) su hija de 14 años con su vecino de 50 años, residente en los Estados Unidos, para que se lleve la niña, viva con ella allá, para que cuando la hija tenga residencia “pida” a su madre.

Nina P. es hija de padres haitianos y vive en La Zurza, cerca del Mercado Nuevo. Tiene 13 años y está esperando su segundo hijo de su pareja dominicana de 53 años. El “Don”, como ella lo llama, tiene un pequeño colmado y provee toda la numerosa familia de Nina. Viven con el bebé en una cuartería con un colchón, una estufa, trastes de cocina y un televisor plasma. Para la madre, Nina está “segura y bien cuidada, no le falta techo”.

Estos ejemplos, por aterradores que sean, forman parte de una realidad donde lo intolerable se hace invisible: la gente “no ve” situaciones extremas que aparecen como normales para la generalidad de las personas. Y no se trata solo de la vida de estas niñas, sino la de millares de otras niñas en los barrios marginados de las grandes ciudades, en los centros turísticos, en las zonas deprimidas de la frontera; en fin, de niñas que están diseminadas a todo lo largo y lo ancho de la geografía nacional.

A las niñas “se las pueden llevar” por un intercambio de favores: fundas de arroz, el pago de atrasos de alquiler, un electrodoméstico, o simplemente porque cuando ya no están es un alivio tener una boca menos en la casa; además, cuando son sexualmente activas las niñas se vuelven un peligro frente al padrastro, e incluso al mismo padre, que se convierten en muchos casos en sus depredadores. Frente al temor de que se constituyan en una competencia, las madres prefieren a las niñas instaladas en una pieza a fin de alejar la tentación… “no hay lugar para dos mujeres en esta casa”, nos decía la mamá de una niña de 13 años (un tanto retrasada), que fue “raptada” por un colmadero de 35, en medio de un intento de negociación para que la niña pudiera regresar a su casa.

No hace tanto, la República Dominicana era un país rural en un 70% y la tradición era “llevarse” la muchacha de la casa con la meta de mudarla para crear una familia. En general, un acuerdo precedía a esta acción, que formaba parte de los usos sociales aceptados. Se entregaba la hija a un hombre que podía trabajar un pedazo de tierra o garantizar su sustento.

No todo era color de rosa ni idílico para las mujeres, que debían afrentar el machismo cultural, las borracheras, los engaños y los golpes de sus parejas, y acababan muchas veces criando solas sus muchachos. Destacar este papel de la madre de origen rural, sacrificada, abnegada pero luchadora, que empuja a sus hijos por la vía de una educación que ella misma no pudo alcanzar, es uno es uno de los hitos del concurso de escritura “Mujeres Inspiradoras”, realizado por la Embajada de Francia en el pasado mes de marzo. 

Hoy en día la pobreza, la falta de oportunidades para todos los miembros de un hogar, la violencia como norma de comportamiento social, la sexualización temprana de las niñas y su cosificación, la ausencia de frenos morales y sociales, las normas de género a favor de los varones (los “reyes de la casa”), los embarazos precoces como causa y consecuencia, así como la trata de personas, son causales que han provocado una ruptura con las tradiciones de antaño.

Algo no anda bien en nuestra sociedad. Una sociedad que no protege a su niñez es una sociedad enferma. Como lo explicó Virginia Saiz, directora de Plan RD, hay un vínculo muy fuerte entre la explotación sexual y el matrimonio infantil, siendo las uniones infantiles forzadas un medio y un fin para la explotación sexual y la violacion de todos los derechos de las niñas.

Estas niñas ven sus vidas tronchadas: abandonan la escuela, son esclavas domésticas, no pueden acceder a empleos dignos, ven violentada su salud sexual y reproductiva, sufren de la violencia, y cuando tratan de retomar sus vidas muchas veces caen muertas de manos de sus parejas.

Debemos despabilarnos y luchar contra todas las causas y consecuencias de los matrimonios infantiles. Ya la Republica Dominicana se ha comprometido a eliminar el matrimonio infantil con los Objetivos de Desarrollo del Milenio, ODS 2030. Esto implica prohibirlo en el Código Civil, invertir en su prevención y erradicación, además de generar oportunidades para las niñas y adolescentes.

1 – Mangue:  es una relación informal con “amigos” que puede tener distintos contenidos entre los cuales se destaca el sexo… el  “favor” o la “transacción económica”. Tahira Vargas García. (2013). “Retrato cualitativo de la Adolescencia en Villas Agrícolas”. Fundación Abriendo Camino.